Tras más de dos décadas de prosperidad, las economías industrializadas de Occidente estuvieron amenazadas en 1973. El 6 de octubre de ese año comenzó la guerra de Yom Kipur, en la que una coalición de países árabes liderados por Egipto y Siria se enfrentó a Israel. Una guerra que duró tres semanas en Oriente Próximo y cambió la economía moderna para siempre ¿El motivo? El embargo petrolero de los países productores árabes al primer mundo precipitó un cambio global en los modelos productivos. La subida drástica del precio del crudo generó una inquietud por optimizar el consumo energético.
Cincuenta años después, volvemos a encontrarnos en un cuello de botella. La invasión de Ucrania ha evidenciado la dependencia energética de Europa respecto a Rusia. Se trata, por tanto, de una situación delicada a nivel diplomático. Por lo pronto, Europa ha respondido con sanciones económicas que han provocado el alza de los precios. Esta coyuntura propicia un debate que ya surgió con el Acuerdo de París y que a raíz de la pandemia, a través del Plan Next Generation, ha ganado cada vez más inercia: la necesidad de llevar a cabo una transformación energética que implique a todo el modelo productivo.
De hecho, la Comisión Europea ha afirmado que “acabar con la peligrosa sobredependencia de los combustibles fósiles rusos puede lograrse bastante antes de llegar al 2030”. En este sentido, Europa tiene que modernizar su mix energético. Desde la década de los 90, el suministro local se ha contraído, obligando a importar combustibles fósiles como el carbón, el petróleo y el gas natural. Hasta hace poco, Europa compraba a Rusia la mitad del petróleo y alrededor de un tercio del gas que consumía. En cambio, con los problemas actuales en las cadenas de suministros, provocadas por la guerra de Ucrania, muchas centrales eléctricas han optado por quemar carbón en vez de gas, ya que resulta más económico. Sin embargo, dicha solución queda lejos del horizonte sostenible.
En consecuencia, estamos asistiendo a una ralentización a la hora de reducir el uso de combustibles fósiles. Cada día es más evidente que si Europa quiere aumentar su independencia energética debe acelerar la inversión en infraestructuras, dado que la crisis actual ha puesto en peligro la seguridad energética, la accesibilidad y la expansión de las fuentes de energía renovables. Así pues, el inversor encontrará oportunidades interesantes para resolver esta problemática en diferentes ámbitos: soluciones de captura de carbono (CCUS, por sus siglas en inglés) y de almacenamiento de energía, tecnologías de eficiencia energética y abastecimiento local de minerales y metales estratégicos. Todas, soluciones que requieren inversión para ser escalables.
Ampliar las fuentes de energía renovables es una necesidad imperiosa y debemos acelerar la implementación para capear la crisis actual. Es cierto que la contribución al mix europeo ha sido exponencial. Si en 1990 ocupaba un 4,3%, en 2020 su contribución fue del 22,1%; pero todavía queda camino por recorrer para alcanzar el 32% y el 60% marcados para 2030 y 2050, respectivamente. Asimismo, 2050 es el año límite para lograr las emisiones de carbono netas cero. Por ello, aquellas empresas que se sumen a la transición energética en Europa pueden beneficiarse notablemente, sobre todo las que se dediquen al hidrógeno verde y al azul, o a las energías renovables como la solar y la eólica.
Sin embargo, todas estas soluciones dependen en gran medida de minerales y metales estratégicos, que se obtienen de las conocidas como tierras raras. Por ejemplo, las tecnologías eólicas y fotovoltaicas necesitan magnesio para funcionar, mientras que el cobalto y el grafito son imprescindibles para las baterías y las células de combustible. Y, sobre el mapa, China y Rusia representan el grueso de las importaciones de estos metales y minerales para la Unión Europea, por lo que es el momento de buscar otras fuentes de suministro que permitan llevar a cabo un cambio de modelo.
A corto plazo, y en paralelo a las soluciones anteriores, la Unión Europea planea reclasificar la energía nuclear y el gas como “verde”. No obstante, esta medida ha quedado en entredicho tras el ataque del ejército ruso a la central nuclear ucraniana de Zaporiyia. Es evidente, por tanto, que la iniciativa comunitaria necesita de la inversión privada para acelerar la transición energética a través de la creación de nuevas infraestructuras.
Tribuna de Julien Girault, Sustainability Analyst en Allianz Global Investors.