Ya hemos entrado en la cuarta revolución industrial que, dependiendo de cómo se mire, también se puede describir como la “Segunda Era de las Máquinas”. La «digitalización», la «disrupción» y la «inteligencia artificial» están moldeando cada vez más nuestra vida cotidiana, a veces de forma consciente y a veces sin buscarlo.
Las cuatro fases de estas revoluciones han generado niveles de riqueza hasta ahora sin precedentes para la humanidad. Comenzando en el siglo XVIII con la invención de la máquina de vapor por James Watt, siguiendo con la línea de montaje industrial (personificada por Henry Ford) y culminando a principios de la década de 1960 con la introducción de robots en las fábricas, que cada vez están siendo más «inteligentes» y aprenden de forma automática.
Hemos visto un crecimiento económico global a una escala que no se había dado en los dos siglos anteriores a la primera revolución industrial, y ha sido gracias a la combinación de la división del trabajo en los procesos de producción, creatividad, competencia y globalización.
Al mismo tiempo que la población mundial experimentó un crecimiento enorme, la proporción de personas que viven en extrema pobreza se redujo. Se hicieron progresos significativos en casi todos los aspectos de la vida, y como consecuencia, la desigualdad (mundial) disminuyó y la esperanza de vida aumentó.
A pesar de estas mejoras, siguen existiendo desafíos urgentes, entre los cuales los más importante son proteger el medioambiente y abordar el cambio climático. El concepto de «huella ecológica» lo explica de forma sencilla: ecológicamente hablando, hemos estado viviendo por encima de nuestras posibilidades desde principios de la década de 1970 (a nivel mundial). Es decir, cada año consumimos más y más recursos de los que la naturaleza proporciona y es capaz de generar. Y esta tendencia va en aumento.
El objetivo es garantizar que la economía mundial crezca a un ritmo sostenible. Para lograrlo, las Naciones Unidas han definido 17 Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) que los países deben cumplir para el año 2030. No se trata solo de proteger el clima, crear ciudades y pueblos sostenibles o generar energía renovable y agua limpia. Se busca, además, alcanzar objetivos más ambiciosos, como erradicar la pobreza y el hambre, reducir la desigualdad, promover la innovación, invertir en infraestructuras, garantizar que las personas tengan acceso a un trabajo decente y fomentar el crecimiento económico. En otras palabras: los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU no pueden lograrse sin crecimiento, pero debe ser un crecimiento sostenible.
La inteligencia artificial tiene un papel fundamental para fomentar un crecimiento sostenible. Concretamente, por la capacidad que tienen las máquinas para reconocer patrones en los datos y poder tomar decisiones basadas en esos criterios. Enormes cantidades de datos combinados con un alto nivel de complejidad – un trabajo gratificante para los algoritmos “inteligentes”.
La inteligencia artificial se está implementando en los sectores de educación y salud, y también en logística y suministro de energía, lo que la convierte en un elemento muy importante para conseguir una gestión sostenible, es decir, cuando se trata de lograr una mayor eficiencia con menos recursos o consumo de energía y menores emisiones de CO2.
Desde 2017, por ejemplo, la población urbana ha superado en número a la población no urbana, y gestionar el tráfico de manera más inteligente se ha convertido en todo un reto. Principalmente, estaríamos hablando del suministro de energía y de bienes de todo tipo. El término «ciudades inteligentes» abarca no solo ciudades altamente interconectadas sino que también incluye ciudades que producen, distribuyen y consumen energía por sí mismas, en otras palabras, donde los edificios se convierten en mini centrales eléctricas para generar energía renovable. Además, incluye el concepto de ciudades que se convierten en espacios verdes con tejados donde poder cultivar alimentos. ¿Por qué deberíamos cultivar todo en campos fuera de la ciudad? Crear y producir recursos más cerca de la demanda reduce la necesidad de transportarlos y, por lo tanto, disminuye el consumo de energía.
La inteligencia artificial también está haciendo que la agricultura sea cada vez «más inteligente», más productiva y utilice menos recursos. Los agricultores ya están empleando drones para identificar sobre los campos qué plagas han infestado qué cultivos. De esta manera, pueden combatirlas con precisión milimétrica y conseguir una reducción del 90% del uso de insecticidas y pesticidas.
Los objetivos mundiales de desarrollo sostenible solo se pueden alcanzar a través del crecimiento. Y para conseguir un crecimiento sostenible, necesitamos inteligencia (artificial).
Tribuna de Hans-Jörg Naumer, Global Head of Capital Markets & Thematic Research de Allianz GI.