Una planificación de largo plazo es vital para garantizar en el futuro el éxito de nuestras inversiones pensadas para la jubilación. Esta es una etapa en la que muchos inversores no reparan hasta que está próxima su edad de retiro, pero debería ser abordada cuanto antes.
De hecho, a la hora de planificar una cartera para la jubilación, rara vez vemos que los clientes se planteen qué necesidades tendrán que cubrir llegado ese momento. Además, algo a lo que apenas le dan importancia es al periodo de tiempo durante el que será necesario tener los ahorros acumulados, un tiempo que cada vez es mayor por el aumento de la esperanza de vida. Este segundo punto es capital, ya que, si se hacen unos números sencillos, llegaremos a una cifra muy superior a la que, en principio, teníamos en mente. Es decir, si multiplicamos el desfase que se producirá entre nuestros ingresos netos anuales en el momento de jubilarnos y lo percibido por la pensión pública que nos corresponda por los años de vida que nos quedarán -de acuerdo la esperanza de vida- llegaremos a la conclusión de que necesitaremos ingresos extra para mantener el nivel de vida.
Y es que, independientemente de debates ideológicos, es una simple cuestión de lógica entender que el futuro de las pensiones públicas depende fundamentalmente de la demografía y de sus implicaciones directas. El hecho de que contemos con un sistema que fue ideado cuando por cada jubilado había diez personas en activo y con una esperanza de vida casi treinta años más inferior a la actual, debería ser suficiente para que todos entendamos que es necesario empezar cuanto antes a cubrir las posibles contingencias futuras producidas tras la jubilación.
Para poder hacer frente a esas posibles necesidades futuras resulta imprescindible tener en cuenta varios puntos. En primer lugar, no solo hay que empezar a ahorrar cuanto antes, sino que también se deberá poner ese ahorro a trabajar, es decir: invertir. Con ello, buscamos conseguir que nuestro capital tenga una rentabilidad media anual que supere, como mínimo, la inflación, los gastos de invertir y los impuestos que se van a soportar al recuperar la inversión. De lo contrario, perderemos poder adquisitivo. Para poder llevar a cabo esta estrategia de inversión con éxito, la vocación deberá ser de largo plazo y, por tanto, la composición de la cartera deberá permitir obtener mayores rentabilidades a ese plazo, aun sabiendo que en periodos cortos soportaremos más volatilidad.
Pero no solo basta con poner el dinero a trabajar. También hay que ser disciplinado a la hora de ahorrar e invertir de manera constante y sistemática. Uno de los mayores beneficios de llevar una disciplina constante es que la capitalización compuesta, que es una palanca muy poderosa en términos financieros, saldrá a relucir en nuestra cartera. Por ello, es preferible ahorrar una cantidad pequeña todos los meses, que cantidades mayores esporádicamente.
Otro punto muy importante son los costes. Hay que tener en cuenta que el ahorro de un 0,5% anual cuando estamos ahorrando a veinte años, supone una diferencia sustancial. Por ello, si en cualquier inversión el análisis de los costes es un punto a tener muy en cuenta, cuando hablamos de una inversión que recuperaremos en décadas, es capital.
En cuarto lugar, seleccionar el tipo de activo a la hora de invertir resultará fundamental para garantizar el éxito de nuestra cartera. Por ejemplo, los planes de pensiones tienen un tratamiento fiscal muy bueno en la aportación, pero no ocurre lo mismo cuando se quieren reembolsar. Además, cuentan con un grado de iliquidez elevado y, aunque son un buen instrumento, en nuestra opinión, se deben conjugar con otros más líquidos. Por ello, es muy importante ponderar bien el grado de iliquidez de algunos productos.
Por último, hay que tener en cuenta el riesgo de la inversión. Si se empieza a ahorrar e invertir pronto, el horizonte temporal de estas inversiones será muy lejano, lo que permitirá asumir un mayor sesgo a compañías y a renta variable, aunque ello suponga un nivel de volatilidad superior en el corto plazo, pero que se verá recompensado con el tiempo.
Sin embargo, un error común que vemos es que, llegada la fecha de su jubilación, muchas personas tienen el total de la cartera en activos sin riesgo, lo que implica no tener apenas rentabilidad. Este es un error significativo, ya que una parte de esa cantidad no va a ser utilizada hasta aproximadamente, y en función de la esperanza de vida de nuestro país, unos veinte años después. No sabemos con exactitud qué capacidad de compra tendrá el dinero de hoy dentro de veinte años, pero lo que sí sabemos es que será bastante menor. Por lo tanto, llegado ese momento, deberemos tener una cartera de inversión que se vaya ajustando a las necesidades anuales que la nueva situación nos genere, pero que permita que el resto siga creciendo para satisfacer las necesidades futuras. Para ello, es fundamental disponer de una política de inversión e ir revisándola y ajustándola año a año, permitiendo que siempre se adapte a los objetivos y necesidades a satisfacer por parte del inversor.