Este año el mercado chileno recibió la esperada noticia de que el Banco Central decidió finalmente elevar los límites de inversión para las administradoras de fondos de pensiones chilenas (AFPs) en activos alternativos. Una decisión que va en línea con la tendencia global de sostenido crecimiento e interés por este tipo de activos, que contribuyen de manera importante a la diversificación y a la obtención de retornos positivos por los gestores de fondos de todas latitudes, sean entidades estatales, fondos de pensiones o administradores privados.
Dada la variedad de sub activos y sectores que la conforman, su relativa corta edad en comparación a los activos líquidos, así como su rápido crecimiento y evolución, esta industria, sin duda, representa numerosas dificultades, desafíos y oportunidades para todos sus actores: gestoras, inversionistas, empresas, reguladores, asesores legales, consultores, etc. Ejemplo de ello son los temas que vemos cotidianamente en diverso nivel de discusiones: valorización, reportes, liquidez, sostenibilidad y ESG, mercados secundarios, participación gubernamental, distribución y democratización, por nombrar algunos.
Influencia clave de EE.UU. hasta la fecha
Sin embargo, en esta columna queremos centrarnos en una cuestión previa y transversal a toda esta vigorosa industria, tanto en Chile como en el resto de Latinoamérica, que es lo relativo a la inspiración ideológica que hay detrás de ella. ¿A que nos referimos con esto? Para decirlo de la manera más fácil y clara posible: ¿hacia dónde debiéramos mirar a la hora de buscar referencias, soluciones e innovaciones?
Sin duda, los lectores estarán de acuerdo que el primer reflejo ante esa pregunta es: al norte, particularmente a EE.UU. Quizás basta con ver a la vigorosa industria de venture capital en Chile que, por ser de reciente explosión y desarrollo, pareciera ser la muestra más evidente de esta inclinación anglosajona. Cliff, Vesting, Reverse Vesting, Safe, Notas Convertibles, Acciones Preferentes, Pre-Money, Post-Money, Seeds, Flip y muchos otros, son todos términos que han hecho su camino hasta nuestra realidad empresarial y jurídica. Desde California y Delaware, directo hasta nuestros contratos y la estructuración de nuestras compañías, pasando por el nada despreciable obstáculo de nuestro ordenamiento jurídico, de nuestro idioma e –incluso– del escrutinio de nuestras entidades públicas.
Esas latitudes han dictado hasta ahora, y de manera muy determinante, el desarrollo de esta industria. ¿Hay algo de malo en ello? Para nada. Chile y Latinoamérica meramente han hecho lo que todo el mundo hace: mirar donde están los inversionistas, el volumen de transacciones, las últimas tendencias, el know-how, los especialistas y donde (hasta ahora) ha estado la certeza jurídica e institucional.
Las circunstancias actuales obligan a un nuevo examen
No obstante, es sano para toda industria, sobre todo para una que ya tiene varios años de desarrollo y ha alcanzado un cierto nivel de madurez, como lo es la industria de activos alternativos, tener ciertos momentos de introspección. No es lo mismo levantar capital ni invertir (ni asesorar, ni supervisar) hoy que hace diez, cinco o –incluso– hace dos años.
Al vaivén propio de los ciclos macroeconómicos, se debe agregar una lista cada vez más extensa de factores globales a considerar. Solo por nombrar algunos, estos incluyen:
- los riesgos políticos y geopolíticos (completamente acotados hasta hace muy poco y, hoy, constantemente cambiantes e impredecibles);
- las evoluciones (o regresiones) socioeconómicas;
- la revolución digital y la inteligencia artificial en sus distintas (y aun inconmensurables) manifestaciones;
- los diversos efectos post pandémicos (tanto económicos como sociales);
- el empoderamiento ciudadano;
- accountability y mirada crítica hacia las instituciones vigentes; y
- las diversas tendencias sectoriales y regulatorias en distintos ámbitos.
En fin, hoy existe un nivel de incertidumbre y fragilidad que en Occidente no habíamos tenido desde hace varias décadas y que probablemente considerábamos como parte de la historia y del siglo pasado.
Por todo lo anterior, resulta absolutamente esencial para una industria madura el preguntarse constantemente dónde están los recursos materiales e intelectuales para seguir creciendo de forma sostenida.
La cercanía cultural y legal entre América Latina y Europa continental
Una obviedad para hacer el punto: Latinoamérica es una región heterogénea, una mezcla de diferentes influencias y culturas, la cual es imposible reducir a solo un puñado de características comunes para afirmar que somos o no de una determinada manera. Sin embargo, igual de evidente es que hay, al menos, dos elementos que están mayoritariamente presentes en todo el continente y que no son para nada despreciables.
Primero, el idioma y la “cultura» de mercado. Sea español o portugués, claramente no es el inglés el idioma predominante, a veces, incluso, su dominio es menos frecuente de lo que debiera ser y de lo que nos gustaría en contextos profesionales; asimismo, mercados como los nuestros suelen estar más habituados a desarrollar empresas sostenibles en el tiempo, más que de crecimiento exponencial al estilo EE. UU. Segundo, el sistema jurídico: salvo acotadas excepciones, toda Latinoamérica tiene un sistema jurídico de Derecho Europeo Continental (Civil Law) y no de Common Law.
Dado que es con la Europa continental con quien más compartimos nuestra base cultural y jurídica, pareciera paradójico que no le demos la suficiente ponderación a la hora de buscar instituciones, figuras, modelos y referencias útiles para las realidades jurídicas, económicas y empresariales latinoamericanas.
Luxemburgo como ejemplo
Sin ahondar por ahora en los detalles, ha sido una grata sorpresa observar, por ejemplo, que Luxemburgo, el mayor centro de fondos de inversión del mundo después de EE. UU., basa sus muy diversos vehículos de inversión en exactamente las mismas instituciones jurídicas y económicas de nuestra región. Sociedades anónimas, de responsabilidad limitada y en comanditas (partnerships) son piedras angulares de una jurisdicción en la que se cruzan fondos de pensiones, de cesantía, compañías de seguro, bancos, otros inversionistas institucionales, fondos soberanos, administradoras de fondos mutuos, de fondos alternativos, family offices y HNWI, desde todas las partes del mundo para invertir, a su vez, en los más diversos puntos del planeta.
En efecto, parte sustantiva de la industria de fondos de inversión de Luxemburgo se basa en leyes comerciales, códigos, práctica administrativa y –quizás lo más relevante– principios económico-jurídicos, esencialmente similares a los de Chile y el resto de Latinoamérica. UCITS, UCI II, SIFs, SICARs, RAIF, SPF, etc., pueden sonar como conceptos totalmente ajenos y complejos, pero no son otra cosa que el envoltorio regulatorio bajo el cual subyacen las mismas sociedades que tenemos en cada uno de nuestros países.
Usando la experiencia europea para el crecimiento latinoamericano
Por estas razones, siendo esto válido para la industria de fondos de inversión y de activos alternativos, y también para la globalidad de nuestra realidad jurídico-económica, los problemas a resolver y las posibles soluciones a explorar desde una perspectiva europea muchas veces coincidirán con los de nuestra región. Asimismo, no es descabellado afirmar que su “importación” debiera ser posible de una forma mucho más fácil, fluida y natural que aquellas traídas desde el mundo anglo.
Por otra parte, en las materias en que Europa diverge de Latinoamérica, aquella aún debiera ser vista como una importante fuente de know-how. En nuestra opinión, esas materias obedecen principalmente al carácter comunitario de la economía de la Unión Europea y al poderoso impulso dado por la conjunción y dirección de recursos presupuestarios, monetarios, humanos e intelectuales que -así considerados- componen la segunda economía mundial y que han generado una vanguardia regulatoria en prácticamente todos los temas que son de interés para Latinoamérica.
Así, ESG, protección de datos, ciberseguridad, AML, gobiernos corporativos, colaboración público-privada, Fintech, servicios transfronterizos (pasaporte) y fomento del private equity y venture capital, son todos temas que cruzan de diversas maneras la industria de activos alternativos. Para ellos, y mucho más, hay Reglamentos, Directivas, softlaw, Guías, recomendaciones y -aún más relevante- varios años de ejercicio y desarrollo.
Lecciones prácticas para Latinoamérica
En particular, hay mucho que podría aprenderse fácilmente desde el otro lado del Atlántico, por ejemplo, en relación a:
- estructuración de fondos (coinversiones, vehículos paralelos, feeders, masters, continuation funds, warehousing);
- estrategias (private equity, deuda, real estate, infraestructura, venture capital, crypto, etc.);
- relación con inversionistas (institucionales, HNWI, retails);
- distribución, rescates, liquidez e incentivos para los gestores (carry);
- gobernanza de los diversos vehículos (directorios, juntas y comités intermedios);
- relación con reguladores y agencias estatales (imposible no pensar en los programas CORFO en Chile y cómo lo hacen el Fondo de Inversión Europeo, el Banco de Inversión Europeo y las distintas agencias nacionales);
- relaciones con las empresas invertidas (transacciones y financiamiento a distintos niveles y en distintas jurisdicciones);
- distribución/marketing, inversión y alcance a nivel regional y global;
- fondos de impacto;
- sostenibilidad; y
- reporting.
Tiempo de mirar más hacia Europa
En conclusión, si agregamos el componente recién mencionado (vanguardia técnico-regulatoria y práctica) a nuestro primer punto (la cercanía jurídico-cultural), entonces, incrementar nuestra mirada hacia Europa parece prácticamente un imperativo, más que una mera sugerencia. ¿Todo lo que se hace y se legisla en Europa es bueno y un modelo a seguir? En absoluto, pero incluso en las materias que allí no se han realizado de la mejor manera, se puede tomar el “aprendizaje por error”. Los recursos están ahí, simplemente hay que darse el tiempo de utilizarlos.