La lista cada vez mayor de marcos de información y clasificación reglamentarios que se están introduciendo o considerando en la UE -la Taxonomía, el SFDR, el Ratio de Activos Verdes, los Índices de Referencia Climáticos- son importantes y sirven a un propósito muy claro: acabar con el lavado verde y establecer una comprensión uniforme de lo que es -y lo que no es- sostenible. Trabajan para definir los dos extremos y aumentar la transparencia en torno a la exposición a los activos más verdes, por un lado, y a los activos, actividades y empresas más perjudiciales, por otro.
Pero para las instituciones financieras y sus inversores, estos indicadores deben verse como un simple punto de partida, no como un fin que debe considerarse de forma aislada. Hacerlo sería distorsionar tanto el panorama completo de los esfuerzos de transición existentes como la magnitud de la oportunidad que existe.
En lugar de lamentar o celebrar las partes relativamente pequeñas de las carteras que cumplen los criterios establecidos por los reguladores, los bancos y los gestores de activos deberían centrarse en la cantidad que queda sin clasificar y ver la enorme oportunidad -ya sea comercial o social- que eso supone.
En nuestra opinión, el papel esencial de las instituciones financieras en el esfuerzo colectivo por limitar el calentamiento global no radica en un extremo o en otro, sino en el paso de uno a otro, así como en la dinámica en el término medio. Mediante un enfoque ascendente, apoyando a los clientes individuales en la consecución de sus propios objetivos medioambientales, los bancos y los gestores de activos pueden financiar y asegurar la transición a una economía baja en carbono y, a su vez, aumentar gradualmente su propia exposición «verde»; y eliminar la «marrón». Además, a medida que surgen nuevos riesgos y evolucionan las oportunidades, gran parte de lo que actualmente se encuentra sin categorizar en el medio, será inevitablemente subsumido por un extremo u otro del espectro o, al menos, se enfrentará a un intenso escrutinio. Las instituciones financieras se encuentran en una posición única para garantizar que la dirección de la marcha sea positiva y, en última instancia, para facilitar la transición hacia las bajas emisiones de carbono.
Las implicaciones del cambio climático son cada vez más tangibles para las instituciones financieras. La aparición de una norma contable para las emisiones financiadas integradas en las carteras no es más que el comienzo de la financiación de la transición. Sorprende que se hayan necesitado casi dos décadas para llegar a ese punto desde que se introdujo el Protocolo de Gases de Efecto Invernadero como guía para las empresas no financieras, y que desde entonces se ha convertido en una norma ampliamente adoptada.
Dado que el cambio climático se ha convertido en una prioridad para la mayoría de las partes interesadas de las instituciones financieras, ahora es el momento de actuar. Pero la acción necesaria no se limitará a la adaptación y mitigación del cambio climático. La Taxonomía de la UE es una herramienta de transición que incorpora no solo esos dos, sino también otros cuatro objetivos: el uso sostenible y la protección de los recursos hídricos y marinos, la transición a una economía circular, la prevención y el control de la contaminación, y la protección y restauración de la biodiversidad y los ecosistemas. Los respectivos criterios técnicos de selección están ya en fase de desarrollo. Los tan necesarios elementos sociales que complementan los objetivos medioambientales también están subiendo en la lista de prioridades. Por ejemplo, la Comisión Europea está solicitando asesoramiento sobre la ampliación de la Taxonomía a los objetivos sociales. El vínculo implícito con los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU parece evidente.
La hoja de ruta está clara. La financiación de la transición es un programa plurianual a gran escala. Aunque hoy se centra en el cambio climático, su alcance es más amplio. Una tendencia secular se manifiesta como una oportunidad para que el sector financiero desempeñe un papel crucial como facilitador de una economía más sostenible.
Tribuna de Stephanie Lipman, analista ESG de La Française Sustainable Investment Research