Los mercados presentan una naturaleza prospectiva, es decir, reflejan las previsiones futuras. Ahora bien, la alentadora imagen que muchos operadores esbozan no cuadra con las perspectivas más sombrías que parecen evidentes. Muchos se aferran a datos esperanzadores, como la llegada al pico de los casos de COVID-19, el optimismo por la disponibilidad de terapias y vacunas contra la enfermedad y los primeros indicios de reanimación de la actividad económica conforme se relajan las medidas de confinamiento. Si bien recibimos de buen grado estos avances, no bastan para justificar el exuberante movimiento de los precios que hemos observado en los mercados de activos de riesgo en las últimas semanas.
La profundidad del agujero económico creado por los esfuerzos mundiales para frenar la propagación del coronavirus resulta sumamente importante. La trayectoria de la recuperación también importa bastante. Las economías no vienen con un botón de encendido/apagado. No pueden reactivarse tan fácilmente después de una brusca paralización. Las empresas dejan de ser rentables, las cadenas de suministro se rompen, los empleados altamente cualificados se dispersan y el acceso al crédito resulta más difícil, lo que empuja aún más a las compañías al borde del precipicio. Cuanta más profunda sea la caída de la actividad económica y más endeble la recuperación, más frágiles serán estas relaciones y mayor será la probabilidad de que afrontemos un periodo de debilidad mucho más prolongado.
Asimismo, la impredecible naturaleza de la pandemia añade nuevas dosis de incertidumbre al cóctel económico. Hasta que no se descubra una vacuna de eficacia demostrada y con efectos secundarios tolerables, ¿hasta qué punto se sentirán cómodos los consumidores para viajar en avión, tren o barco? ¿Y para asistir a un concierto o a un evento deportivo? ¿Y para ponerse en fila en una abarrotada cafetería para almorzar después de pasar toda la mañana en un alto edificio de oficinas cerrado herméticamente? ¿Y cómo saldrán adelante los restaurantes de mínimos márgenes que tengan que operar con una ocupación máxima del 50%, o los comercios minoristas con la limitación del tráfico peatonal? Todas estas incertidumbres pondrán a prueba hasta las compañías mejor gestionadas.
Sin duda, los gobiernos, las fundaciones, las universidades y las empresas privadas están trabajando frenéticamente para hallar una vacuna que proteja frente al virus, así como tratamientos que curen la enfermedad, y están desplegando recursos sin precedentes para lograr este objetivo. No obstante, si bien se constatan avances evidentes, es demasiado pronto para cantar victoria, como parece que han hecho los mercados.
Los responsables de la formulación de política monetaria han realizado un trabajo excelente para satisfacer las necesidades inmediatas de los más afectados por las medidas de confinamiento, y se prevén nuevos programas de apoyo. Sin embargo, estas intervenciones extraordinarias no serán infinitas. Ya se observan tensiones en el sistema, puesto que los programas diseñados con rapidez, como el programa de protección de las nóminas («PPP», por sus siglas en inglés) en Estados Unidos, se están revelando demasiado inflexibles para abordar las necesidades de las tan importantes pequeñas empresas (el PPP se había concebido precisamente para dar apoyo a estas firmas).
Desde una perspectiva macroeconómica, probablemente ya hemos asistido al punto máximo de la respuesta fiscal que los gobiernos concertarán para contrarrestar las consecuencias económicas del COVID-19. Con esto no queremos decir que no se emprenderán nuevos paquetes fiscales en Estados Unidos o en otras regiones del mundo, sino más bien que estos serán menos contundentes que los ya adoptados. Además, si las medidas de apoyo alcanzan su punto álgido demasiado pronto, lo más seguro es que no logremos salir rápidamente del profundísimo agujero económico que la pandemia ha creado.
Por ejemplo, en Estados Unidos, el PPP en su forma actual, vence el 30 de junio, mientras que las mayores prestaciones por desempleo, que incluyen una aportación de 600 dólares semanales además de la cuantía habitual, vencen a finales de julio. Si no se prorrogan, el final de estos programas creará un posible precipicio fiscal. Si bien algunos segmentos de la economía deberían hallarse en mejor forma a mediados de verano, también es probable que muchos millones de esos trabajadores despedidos en marzo y abril seguirán en situación de desempleo. En efecto, las tasas de paro podrían mantenerse fácilmente en cifras de dos dígitos hasta el año 2022.
Del mismo modo, la Reserva Federal estadounidense seguirá adquiriendo deuda soberana y garantizando que las condiciones de liquidez se mantienen favorables, aunque la fase de «conmoción y estupor» ha llegado a su fin. Así pues, mientras que los gobiernos y los bancos centrales pueden hacer más para salvaguardar sus economías, las ventajas añadidas de cara al futuro serán menos potentes. Con gran probabilidad, los datos económicos de los mercados desarrollados repuntarán con fuerza en los próximos meses.
En el segundo trimestre se registrará probablemente el nivel mínimo de una contracción muy pronunciada, mientras que en la segunda mitad de 2020 deberíamos asistir a lo que podría ser el comienzo de una robusta recuperación en forma de «V» o «U». No obstante, la parte derecha de la «V» o la «U» se estancará a buen seguro en un nivel mucho más bajo que el punto de partida de la desaceleración. Esa es la razón por la que la profundidad del agujero que se ha cavado resulta importante.
Una rápida recuperación parcial dará paso a un largo y arduo camino, sobre todo si no se descubre una vacuna o un tratamiento en un futuro próximo, si la prematura reapertura de las economías provoca un nuevo aumento de los casos y/o si nos enfrentamos a una segunda ola de contagios. En definitiva, hay motivos para la esperanza en la lucha contra el COVID-19. Sin embargo, la inversión, ya sea en bonos o acciones, consiste en la compra de una futura fuente de flujos de efectivo. Los flujos de efectivo del mañana no serán como los de 2019, y el mercado parece abocado a llevarse una decepción a sí mismo cuando esto se haga realidad.
Columna de Robert M. Almeida, Jr., gestor de carteras y estratega de inversión mundial, y Erik Weisman, Ph.D. gestor de carteras y economista jefe, en MFS Investment Management.
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