Desde el estallido de la crisis derivada del coronavirus, las empresas de medio mundo se han tenido que acostumbrar a una nueva realidad. Las estrictas medidas higiénicas para evitar la propagación del virus han puesto en el punto de mira a los pagos en efectivo, fomentando las transacciones con tarjeta, a través del teléfono móvil u otros medios alternativos. ¿Será este el empujón final que necesitaba el efectivo para retirarse?
A pesar de que recientemente la Organización Mundial de la Salud (OMS) haya informado de que no se han identificado pruebas concluyentes de que el coronavirus pueda contagiarse a través de un contacto con una superficie artificial, lo cierto es que el COVID-19 está propiciando importantes cambios en las formas de pago habituales de los ciudadanos. Según un estudio de N26, el drástico cambio en los hábitos del consumidor desde que comenzaron las medidas de confinamiento ha provocado una fuerte caída en las retiradas de efectivo en cajeros, no sólo en España o Italia, donde la caída alcanza el 68% y 54%, respectivamente, sino también en el resto de los países europeos donde se han aplicado medidas bastante más laxas y tardías.
“Desde N26 esperamos que esta tendencia continúe y potencialmente tenga un efecto duradero en el tiempo”, señala Francisco Sierra, director general de N26 España, “En este sentido, veremos cómo un número cada vez mayor de consumidores de todos los grupos de edad se irá acostumbrando a lo fácil, conveniente y seguro que son los pagos online o móviles”, añade el directivo. Según relata, su último estudio desprende que un 73% de la población señala que está dispuesta a dejar de usar efectivo frente a otros sistemas más seguros.
Sin embargo, antes del coronavirus ya se podía adivinar una posible desaparición del dinero en efectivo. Actualmente existen varias alternativas a este método que te permiten pagar sin ni siquiera tener que llevar la cartera encima. Pagar con tu huella dactilar en el móvil, pagar a través del reconocimiento facial, o incluso por voz, son formas de pago que no tardarán en instalarse en nuestro día a día.
De hecho, según un análisis de KPMG el uso del dinero en efectivo se ha reducido de forma reseñable en la última década. Hace diez años, nueve de cada diez pagos en el mundo se hacían en efectivo. Hoy ese porcentaje es del 77%, según datos del Banco Mundial y del Banco de Inglaterra recogidos en el informe The future of Finance. Hay casos muy llamativos. En Reino Unido el pago en efectivo se ha reducido a la mitad en el periodo 2008-2018 y actualmente supone un tercio del total de pagos. Un porcentaje similar hay en Estados Unidos y Australia. Apenas representa un 20% o menos en los países escandinavos como Noruega, Suecia u Holanda.
Por su parte, Guy de Blonay, Fund Manager, Global Equities en Jupiter AM, considera que el COVID-19 sí contribuirá a la aceleración en el medio plazo de la transición a sociedades sin efectivo. De Blonay señala que las medidas de distanciamiento social y aislamiento provocadas por el coronavirus «están acelerando un cambio en el comportamiento del consumidor que va a beneficiar el avance digital de la industria financiera», sobretodo «en subsectores como el inmobiliario, el capital privado, los bancos, los seguros y los pagos».
Sobre estos últimos, el experto señala que «los pagos han bajado en marzo debido al cierre de las tiendas», si bien una vez dejemos atrás los bloqueos y pasemos a una recesión más típica, «los volúmenes de pago deberían ser resistentes como ya lo fueron en 2009». Además, probablemente, tal y como señala, «en el medio plazo se acelerará la transición a sociedades sin efectivo» y podrán resistir «aquellos procesadores de pagos bien capitalizados», así como «actores del comercio electrónico como Adyen y Paypal, una de las actividades a destacar en este entorno por un aumento sustancial de la demanda en las áreas de alimentación y electrónica». En este sentido, Blonay advierte que, posiblemente, «este cambio en el comportamiento del consumidor se mantendrá después de la crisis del COVID-19».
Incremento de las transacciones digitales
Los datos de un estudio de Capgemini, «El COVID-19 y el consumidor de servicios de banca y seguros», también apoyan la tesis de que los pagos digitales le están ganando el pulso al efectivo. Según desprende, el cierre de los establecimientos, el viraje a las compras online y el miedo a que el dinero en efectivo sea un vector de transmisión de la enfermedad ha incrementado las transacciones digitales de pago. En concreto, un 47% de los españoles consultados afirma haber aumentado el uso de pagos digitales durante la pandemia y un 48% señala que seguirá haciéndolo en los próximos 6-9 meses. Estas cifras son ligeramente superiores a la media mundial (45% y 46%, respectivamente). Aunque este aumento se da —tanto en España como en el resto del mundo— en todas las franjas de edad, en nuestro país es especialmente elevado entre las personas de 18 a 55 años (más del 51% afirma haber elevado el uso de pagos digitales).
Con todo, cabe resaltar que el COVID-19 también está provocando cambios en los grupos de más edad, de manera que el segmento de consumidores entre 61 y 65 años ha elevado su uso un 36% (37% a nivel mundial) y los de más de 66 años, un 30% (33% a nivel mundial); una tendencia que se mantendrá posteriormente.
Ante esta tendencia, el informe sugiere que las entidades de servicios financieros tendrán que seguir focalizadas en el desarrollo de opciones de pago contactless y alentar a los consumidores a utilizarlas. Por ejemplo, integrar las tarjetas con las aplicaciones de pago y las carteras digitales más usadas o populares; introducir nuevas ofertas digitales que resuelvan las necesidades de pago actuales; generar tarjetas transferibles —de manera que personas en situaciones especiales o de riesgo puedan dejar que terceros realicen operaciones por ellas de forma sencilla y ágil— y crear tarjetas virtuales. Asimismo, configurar soluciones de pago específicas para los grupos de mayor edad, para que entiendan mejor el funcionamiento y ayudarles.
Oportunidades y amenazas del fin del efectivo
Con la desescalada del estado de alarma y la apertura paulatina de los comercios, algunos empresarios empiezan a observar este cambio con incertidumbre. El 21% de las empresas españolas considera que una sociedad sin efectivo incrementaría sus costes operativos, según recoge el Informe Europeo de Pagos de Intrum. En plena crisis del coronavirus, se trataría de un gasto y una inversión a añadir al balance económico.
Los ciberataques son otro de sus quebraderos de cabeza. Así lo refleja este informe en el que han participado casi 12.000 empresas de toda Europa, pues 4 de cada 10 organizaciones españolas, en especial las pymes, creen que la exposición a ciberataques será mayor si todos los pagos se realizan online. Se trata de una cifra 12 puntos por debajo del promedio europeo, situado en el 52%, pero que, aun así, muestra la preocupación del tejido empresarial. Pero no todo son aspectos negativos para los dueños de comercios, para el 36% de las empresas españolas la supresión del dinero en metálico reduciría la pérdida de clientes, lo cual representa el doble de la media europea (17%). Un hecho especialmente esperanzador para la mayoría de las organizaciones, en particular las pequeñas y medianas, preocupadas por su supervivencia.
Por otro lado, desde Aproser (Asociación Profesional de Compañías Privadas de Servicios de Seguridad) recuerdan que “la lucha contra el coronavirus no es una cuestión de métodos de pago, por muy bien que pudiera resultar un entendimiento en sentido contrario para las multinacionales de transacciones electrónicas”. De hecho, según explican, limitar el uso del efectivo, tal como se ha manifestado desde el Observatorio Sectorial de la Seguridad Privada, impacta de forma muy directa en los colectivos más desfavorecidos de la sociedad cuyo nivel de bancarización es muy inferior, que dependerían para los actos de su economía doméstica de la decisión de las entidades bancarias o de los grandes proveedores de internet. En particular, para los más de 3,3 millones de parados que existen en España y, en general, para los 12,3 millones de personas en riesgo de pobreza y exclusión social.
Asimismo, aseguran que afecta muy directamente a los más de 9 millones de pensionistas, de los que más de 2 millones no viven acompañados, y que desde siempre realizan sus pagos y operaciones comerciales de forma muy mayoritaria mediante dinero físico. Y dificulta o impide que la población más joven pueda realizar cualquier tipo de compra habitual del día a día, al no tener acceso a las tarjetas bancarias. “Dificultar el uso del efectivo significa optar por la progresiva eliminación del único medio de pago público y acelerar la completa privatización de este ámbito de actividad”, concluyen.
¿Estamos preparados?
Sierra considera que para que el dinero en efectivo desaparezca por completo, deben primero eliminarse dos obstáculos existentes: la exclusión financiera y la brecha digital. “Si bien la disrupción digital en las finanzas supone grandes ventajas para los usuarios de banca, el fin del dinero en efectivo podría tener implicaciones negativas para los colectivos que no tienen acceso a las herramientas y recursos digitales necesarios. La inversión en infraestructuras y tecnologías móviles son una buena solución para garantizar el acceso de toda la población a los pagos móviles y digitales, una alternativa sencilla y accesible para todos”, apunta.
Para el directivo de N26 son los nuevos actores digitales los que están preparando a la población a dar el paso. “La industria fintech es la respuesta ante la problemática de la desaparición de las sucursales bancarias y los cajeros, a personas que no cuentan con nómina, que buscan opciones sencillas y ágiles para gestionar sus pagos diarios”, explica.
La innovación avanza muy rápido, y según Sierra, la colaboración será clave en el futuro bancario. “Los bancos y el resto de las entidades tendrán que adaptarse y acostumbrarse a ver cómo los usuarios compran a través de tecnologías como WhatsApp”, advierte. Sin embargo, demanda una regulación que “esté a la altura”. “Necesitamos una regulación que no obstaculice el desarrollo tecnológico, que entienda las necesidades y ayude a mejorar la relación que tiene la gente con su dinero”, concluye.