Fue a principios del año 130 a.c cuando se construyó la «Ruta de la Seda» original que, desde la metróplosi grecorromana de Antioquía, cruzaba el desierto sirio, los actuales territorios de Irak e Irán para llegar hasta la antigua capital china, Xian. A través de ella circulaba ganado, granos, medicinas y cultura. En el año 2013 el presidente chino Xi Jinping anunció la reedición de la famosa ruta comercal que llevaría el nombre de Belt and Road Initiative, BRI por sus siglas en inglés. El proyecto tiene como objetivo conectar China por tierra y mar con el sudeste de Asia, Pakistán, Asia Central e incluso con Oriente Medio, Europa y África.
Es una iniciativa ambiciosa, que involucra a unos 65 países que albergan a dos tercios de la población mundial y cubren un tercio de la economía mundial. Y hay dinero detrás, ya que el proyecto daría forma a las principales economías mundiales por el nacimiento de rutas comerciales llenas de oportunidades. Una de las principales preocupaciones entorno al BRI es su impacto medioambiental
A medida que el gigante asiático avanza en la construcción de esta descomunal versión moderna de la famosa «Ruta de la Seda», un grupo de académicos expertos en sostenibilidad han señalado que el proyecto también podría ser convertirse en una superautopista medioambiental. «Los desafíos ambientales como el cambio climático, la pérdida de biodiversidad, la desertificación, la contaminación del aire, agua, suelo y océano y los desastres naturales rara vez respetan las fronteras hechas por los humanos, por lo que ahora es el momento de comenzar a construir mecanismos para realizar avances ambientales», afirma Jianguo «Jack» Liu, director del Centro para la Integración de Sistemas y Sostenibilidad (CSIS). Lo que está en juego, afirma Liu, es particularmente alto con las preocupaciones ambientales, como el cambio climático, la contaminación del aire y el agua y la seguridad alimentaria exigiendo soluciones inmediatas.
Sin embargo a Europa le preocupa no solo el impacto mediambiental que pueda tener el proyecto sino que pueda convertirse en un instrumento para el expansionismo chino. De ahí que, en su última visita al país, el presidente francés Emmanuel Macron, haya dicho que China y Europa deberían trabajar juntas en esta iniciativa ya que «los antiguos caminos de la seda nunca fueron solo chinos…si son caminos, no pueden ser de sentido único».
La «Ruta de la Seda» y la historia de la manzana
Lo cierto es que la antigua Ruta de la Seda facilitó la apertura política y económica entre las naciones de Eurasia. Pero esta red también abrió vías para el intercambio genético de las frutas más populares del mundo: la manzana. A medida que los viajeros viajaban al este y al oeste a lo largo de la Ruta de la Seda, comerciando con sus productos, traían consigo semillas de manzanas que se lanzaban por el camino, descartando la fruta más selecta que extraían de los árboles silvestres.
Investigadores del Instituto Boyce Thompson (BTI) han trabajado precisamente en desenterrar los misterios de la historia evolutiva de la manzana y han revelado conocimientos sorprendentes sobre el intercambio genético que experimentó la manzana moderna, la Malus domestica. En colaboración con científicos de la Universidad de Cornell y la Universidad Agrícola de Shandong en China, los investigadores han comparado los genomas de 117 diversas tipos de manzana, incluyendo la Malus domestica y otras 23 especies silvestres de América del Norte, Europa, Asia Oriental y Central. «Redujimos el origen de la manzana domestica desde el centro de Asia hasta el área de Kazajstán al oeste de la montaña Tian Shan», explicó Zhangjun Fei, profesor de BTI y autor principal de este estudio.
Mientras la manzana viajaba hacia el oeste a lo largo de la «Ruta de la Seda» en manos de los viajeros, los árboles crecían a partir de semillas caídas y se cruzaban con otras variedades de manzanas silvestres, incluido el manzano silvestre increíblemente amargo, la Malus sylvestris. Los autores descubrieron, de hecho, que la Malus Sylvestris ha contribuido de manera tan extensa al genoma de la manzana que la manzana moderna es en realidad más similar al manzano silvestre que a su antecesor kazajo, la Malus Sieversii.
La hibridación entre las manzanas cultivadas antiguas y la Malus sylvestris, seguida de una extensa selección humana, ha dado lugar a manzanas nuevas más grandes y con más sabor, y con una firmeza crujiente que les da una vida útil más larga. «Las manzanas domésticas modernas tienen un contenido más alto y equilibrado de azúcar y ácido orgánico. Así es como la manzana comenzó a convertirse en una fruta popular y favorecida», explica Yang Bai, coautor del estudio.
Está por ver, si además de riqueza económica y compromiso medioambiental, la nueva «Ruta de la Seda» dará lugar a las manzanas que comeremos en el futuro.
Referencias:
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-Dewei Yang, Jingjing Cai, Vanessa Hull, Kaiyong Wang, Yin-Phan Tsang, Jianguo Liu. New road for telecoupling global prosperity and ecological sustainability. Ecosystem Health and Sustainability, 2016