Hombres y mujeres viven y envejecen de forma diferente a lo largo de todas sus etapas vitales, así que se puede afirmar que la longevidad, que no es sino el devenir de una larga vida, debe abordarse con una mirada especial sobre las mujeres.
A esta conclusión se llega gracias a que las diferentes ciencias han ido identificando determinadas características que han sido analizadas desde una perspectiva de género. De esta manera se ha podido comprobar que hay diferencias estadísticamente significativas entre hombres y mujeres respecto a la longevidad y, por lo tanto, se justifica un abordaje y unas soluciones específicas para ellas.
Estas diferencias pueden ordenarse dentro de las tres grandes dimensiones de la longevidad, que son, la salud, el patrimonio y las relaciones como se desarrolla a continuación.
Salud
En cuanto a la primera dimensión, que es la salud, se sabe que las mujeres viven más que los hombres. Si bien nacen más hombres que mujeres, a partir de los 50 años, esta proporción comienza a invertirse. Hay un 32% más de mujeres mayores de 65 años que hombres, y este porcentaje sube más cuanto más avanza la edad. Esta realidad provoca que sean las mujeres quienes más enviudan y que pasan sus últimos años de vida viviendo solas.
El hecho de vivir más no garantiza el estado de salud. Las mujeres tienen mayor esperanza de vida que los hombres, unos cinco años más de media. Pero, no menos importante es la esperanza de vida a los 65 años, que es 23 años adicionales para las mujeres (hasta 88) y de 19,1 (84,1) en los hombres. Pero si miramos la esperanza de vida saludable de las mujeres, ésta es menor (viven más años y se enferman más). El 44% de las mujeres mayores de 65 años vive con buena salud a partir de esa edad, mientras que, en los hombres, lo hacen el 53,7%.
Las mujeres tienen mayor incidencia de determinadas enfermedades crónicas que los hombres. Donde la artrosis y la depresión son más predominantes en las mujeres, pero también sufren de colesterol alto, hipertensión, diabetes, así como otras enfermedades mentales que se verán más adelante.
Adicionalmente, aunque no sea necesariamente así, las mujeres tienen peor valoración de su propio estado de salud. Solo el 40% de las mujeres mayores auto valora bien su salud, mientras que entre los hombres asciende a un 52,3%. La contraparte es que la mortalidad masculina es más temprana que la femenina.
Como conjunción de esta mayor esperanza de vida, pero con más problemas de salud y con peor percepción de esta, las mujeres necesitan más cuidados. A su vez, las grandes cuidadoras, son mujeres.
Las mujeres son más propensas a sufrir enfermedades mentales debido a una mayor incidencia de factores de riesgo. Entre ellos se encuentra vivir en soledad; por lo general, son más las mujeres que viven solas que los hombres debido a su mayor longevidad. Un segundo factor es atravesar un duelo; las mujeres suelen enviudar antes y más que los hombres. Sufren enfermedades físicas, tanto crónicas como patologías múltiples que agravan más la situación. Las mujeres tienen, además, peor salud percibida que los hombres y las mujeres tienen mayores índices de dependencia.
Patrimonio
Pasando a la segunda dimensión, que es el patrimonio, las diferencias también son grandes entre hombres y mujeres. Las mujeres reciben pensiones inferiores a las de los hombres. La pensión media de las mujeres es aproximadamente un 30% menor que la de los hombres. La pensión media de las mujeres solo supera a la de los hombres en el caso de la pensión de viudedad. En el resto de tipo de pensiones, los hombres reciben mayor cuantía de media. Las causas son múltiples y esta es una situación que se irá solventando cuando la generación baby boom acceda a las pensiones, pero, de momento, esta brecha existe y es amplia.
Las mujeres estarán jubiladas por más tiempo. Se espera que una mujer pase como jubilada una media de 25,5 años en España, mientras que los hombres lo estarán durante 21,5.
Hay menor tasa de empleo entre mujeres. Para entender el dato anterior, hay que ver cuántas mujeres están laboralmente activas y cuáles son sus ingresos medios (porque la pensión es una consecuencia de la vida laboral). Es cierto que la brecha de tasa de empleo se ha reducido mucho en los últimos años, pero, especialmente entre mujeres de más de 55 años, esa brecha sigue siendo de casi 15 puntos respecto a los hombres.
Hay más mujeres en paro. La tasa de paro entre mujeres es unos 3,5 puntos mayor a la de los hombres. Centrándose en la tasa de paro para las personas más cercanas a la jubilación (mayores de 54 años), la diferencia es de unos 2,5 puntos, un tanto menor.
Las mujeres activas ganan algo menos que los hombres. En la media total, las mujeres ganan un 2% menos que los hombres, aunque esa brecha se agranda a partir de los 65 años, llegando a un 5% menos. En cambio, en las edades que van entre 45 a 64 años, son las mujeres las que ganan, de media, un 2% más que los hombres. Aquí se ve los efectos del acceso de la mujer a la educación para la generación Baby Boom.
Las mujeres tienen mejor nivel de educación. En el año 2020, un 40% de hombres y un 34% de mujeres tenían un nivel de formación correspondiente a primera etapa de educación secundaria e inferior. En el nivel de formación de segunda etapa de educación secundaria y educación postsecundaria no superior los porcentajes eran más bajos, 23% de hombres y 23% de mujeres. Pero, para el mismo grupo de edad y nivel de formación correspondiente a 1ro y 2do de educación superior y doctorado los porcentajes eran 37% de hombres y 43% de mujeres. Es decir que las mujeres tienen mayor nivel educativo que los hombres. (porcentajes redondeados) y esa diferencia es mayor entre personas más jóvenes.
Más allá de estos datos de orden más personal o individual, las mujeres tienen un rol muy importante de cara a la llamada “economía de la longevidad” (silver economy), que es la que se centra en el desarrollo de productos y servicios orientados a tener una mejor calidad de vida, así como a vivir más tiempo.
En caso de que una empresa quiere desarrollar productos y servicios dirigidos a la gente mayor, ésta debería dirigir su mirada hacia las mujeres maduras, que son quienes tienen las claves de la economía de la longevidad actual y futura.
En primer lugar, porque la mujer es tomadora de decisiones de compra, influenciadora y/o pagadora. Por ponerlo en números, las mujeres influencian, a nivel mundial, en el 64% de las decisiones de compra. Por lo tanto, tienen un rol muy activo en la economía.
En segundo lugar, la percepción que tienen las mujeres sobre la jubilación es muy diferente a la que tienen los hombres, ellos manifiestan, en diferentes estudios realizados, una visión más lúdica, de desconexión y disfrute, mientras que ellas se preocupan más por aspectos económicos, salud, dificultades a afrontar etc.
Por último, a la hora de querer desarrollar productos y servicios para personas mayores, hay que tener en cuenta no solo a quienes son mayores hoy, sino a quienes lo serán en breve, las baby boomers. Ellas conocen muy bien las necesidades de los mayores, porque cuidan de ellos y saben muy bien lo que quieren para su propio futuro.
La mujer tiene un papel clave dentro de las empresas si se les da la oportunidad de tomar un rol activo y formar parte de todo el proceso creativo-productivo. Se han detectado cuatro grandes bloques de necesidades relacionados entre sí en las que las mujeres pueden hacer grandes aportaciones. Ellos son, combatir la soledad, mejorar la percepción de salud, apoyo para los cuidados y tecnología adaptada a personas mayores.
El principal motivo identificado en por qué hasta ahora las soluciones propuestas por las empresas no han logrado satisfacer de forma plena estas necesidades es porque la mayoría de las empresas están dirigidas y lideradas por hombres jóvenes, especialmente las de tecnologías. Lamentablemente, no han involucrado a las mujeres maduras ni como consumidoras potenciales ni como talento senior.
Relaciones
La tercera dimensión por analizar es la que tiene que ver con las relaciones. Históricamente, a las mujeres se les ha asignado el rol de desarrollar y velar por los “activos intangibles”, que son, sobre todo, activos que tienen que ver con el cuidado de los vínculos, tanto familiares, como amistades, comunidad, etc. Independientemente de que ya cada vez se están borrando las barreras de roles y tareas asignadas según el género (afortunadamente), es cierto que aún las mujeres siguen siendo las grandes cuidadoras y muchas veces se ven inmersas en lo que se ha denominado “generación sándwich”.
La «generación sándwich» corresponde a las personas de entre 35 y 55 años, mujeres en su inmensa mayoría, que se ven obligadas a cuidar a sus hijos mientras atienden a sus padres y/o suegros, encontrándose, metafóricamente, en medio de dos compromisos.
Dentro de esta generación sándwich, se pueden encontrar dos realidades. Una, mujeres entre 40 y 59 años que tienen un padre de más de 65 viviendo con su familia o a su cuidado, al tiempo que crían sus hijos menores. Otra, mujeres que asumen la responsabilidad del cuidado de los padres muy mayores y sostienen a sus hijos adultos mientras cursan la universidad o están desempleados.
En breve, con la mayor esperanza de vida, esta situación puede agravarse aún más ya que habrá cinco generaciones conviviendo, así que habrá adultos que tendrán que cuidar, además de a sus padres e hijos, a sus abuelos centenarios.
El denominador común que sale a la luz una y otra vez es el estrés. Las mujeres que se ven inmersas en esta situación viven situaciones límites y están sometidas a un nivel de tensión constante difícil de sostener. Sobre ellas recae, además, la necesidad de cuidar la casa y, desde la incorporación al mercado laboral, también de su trabajo.
El impacto a nivel psicológico, físico, económico y social es muy alto. Es tal el foco en los derechos, obligaciones y necesidades de los demás que, en muchos casos, la mujer se descuida a sí misma incrementando los niveles de ansiedad, depresión y otras enfermedades relacionadas con el stress. La carga es física, emocional y financiera. Un cóctel que muchas veces, se vuelve explosivo.
Las mujeres que se ven inmersas en esta situación deberían poder tener una cultura de autocuidado, velando por un buen descanso, una buena alimentación y movimiento físico diario, además de aprender a manejar las situaciones de estrés de mano de profesionales y/o buscar apoyo psicológico.
De esta forma, se han repasado las características particulares de la longevidad femenina desde las tres dimensiones de la salud, el patrimonio y las relaciones. La responsabilidad de mejorar su salud, reducir las brechas y eliminar diferencias, es de todos.