Nuestro sistema de pensiones es un sistema de reparto, lo que significa que parte del salario de los trabajadores se destina a pagar las pensiones de los jubilados actuales. Estos sistemas se basan en un pacto intergeneracional, ya que los actuales trabajadores les pagan las pensiones a los jubilados esperando que las generaciones que les suceden hagan lo mismo cuando llegue el momento.
La mayoría de los países siguen este modelo, ya que permite repartir el riesgo macroeconómico entre varias generaciones, por lo que son sistemas más inmunes a los shocks macroeconómicos. Una propiedad, que, por ejemplo, no tienen los sistemas de capitalización, donde lo recaudado se invierte en el mercado de capitales en una cuenta individual.
El sistema de reparto se puede desarrollar de dos formas: mediante los sistemas contributivos o tipo Bismarkiano o los asistenciales o tipo Beveridge.
El primero fue diseñado por Von Bismark en Alemania en 1881. En este tipo de sistema, según define José Ignacio Conde-Ruiz, doctor en economía, en “Pensiones del Futuro”, existe una relación directa entre las contribuciones de los trabajadores y sus pensiones. Por eso, cuanto mayor es el salario, como se contribuye más, la pensión también es mayor. “Esto hace que la relación entre la pensión y el último salario (tasa de sustitución) sea similar para todos los trabajadores, independientemente de su nivel salarial”, explica.
Sin embargo, prácticamente no existen sistemas Bismarkianos puros, ya que cada país ha adaptado los modelos a sus circunstancias. Por ejemplo, el sistema español es un sistema contributivo o Bismarkiano, pero tiene un cierto grado de redistribución intrageneracional al existir las pensiones mínimas. Los sistemas de Alemania, Francia o Polonia también se han nutrido del modelo Bismarkiano, mientras que los modelos de pensiones de Iglaterra, Irlanda o Australia están inspirados en el Beverdige.
Por otro lado, el sistema Beveridge, que se desarrolló en Inglaterra en 1942, aboga por instaurar una pensión igual para la mayoría de los trabajadores. En este sentido, al ser igual la pensión para todos, la tasa de sustitución es decreciente en la renta laboral. “Cuanto mayor sea la renta, será más necesario complementarla con ahorro privado para que la pensión final sea lo más parecida al último salario”, aclara.
Cada sistema tiene sus ventajas y desventajas, al mismo tiempo que persiguen objetivos diferentes. El sistema Bismarkiano pretende garantizar tasas de sustitución elevadas a sus jubilados, algo que supondrá menor necesidad de ahorro para complementarla. Por otro lado, los sistemas Beveridge, tienen como objetivo acabar con la pobreza durante la vejez y deja en manos de los ciudadanos ahorrar para complementar su pensión y conseguir tasas de sustitución suficientes. Además, los sistemas asistenciales (Beverdige), según explica Conde-Ruiz, ocasionan menor gasto en pensiones sobre el PIB que el Bismarkiano y tienen más desarrollados los sistemas de pensiones privados.
Asimismo, otra de las diferencias que localiza el experto, es que el hecho de que la pensión dependa del esfuerzo contributivo (modelo Bismarkiano) genera incentivos para cotizar, mientras que, si la pensión es igual para todos, independientemente de su trabajo (modelo Beveridge), puede provocar que existan pocos incentivos para cotizar y más para trabajar en la economía sumergida.