“Distinguir a los inversores que pueden defenderse por sí mismos de los que no pueden es un ejercicio de dibujo lineal muy peligroso. La Comisión hizo justamente eso en 1982, cuando adoptó el Reglamento D, dividiendo el mundo de los inversores privados en dos categorías: las personas a las que se les otorgaba la categoría privilegiada de «inversor acreditado» y las que no”, dijo Michael S. Piwowar, en su intervención en “SEC Speaks” el pasado viernes 24 de febrero.
En su discurso, el actual presidente de la SEC en funciones puso en duda “que los inversores no acreditados estén verdaderamente protegidos por regulaciones que les impiden invertir en valores de alto riesgo y alto rendimiento disponibles sólo para la jet-set de Davos”.
“Como algo propio del ancien régime, -añadió- los inversores con la suerte de ingresar 200.000 dólares o más anualmente, o con patrimonios superiores al millón de dólares, tienen a su disposición miles de opciones de inversión, públicas o privadas. Por el contrario, les misérables del otro lado tienen severamente restringidas sus opciones de inversión”.
Según recordó Piwowar, la condición de obtener ingresos superiores a 200.000 dólares no se ha actualizado desde 1982, al contrario que la condición referida al volumen patrimonial que fue actualizada por la Ley Dodd-Frank, para excluir el valor de la vivienda en el cálculo del patrimonio, “elevando aún más el nivel para acceder al sello de inversor acreditado».
“En mi opinión, existe una clara necesidad de superar la distinción artificial entre inversores acreditados y no acreditados”, dijo recordando dos conocidos conceptos del campo de la economía financiera para demostrar que, al mantener el estatus de «acreditado” en la estructura regulatoria, se podría haber olvidado -y desfavorecido- a un conjunto de inversores.
El primer concepto es la compensación riesgo-retorno. Dado que la mayoría de los inversores tienen aversión al riesgo, los valores con más riesgo ofrecen mayores retornos. Por lo tanto, “la prohibición a los inversores no acreditados de invertir en valores de alto riesgo equivale a una prohibición general de obtener los rendimientos más altos esperados”.
Y el segundo es la teoría de la cartera moderna. “Al mantener una cartera diversificada de activos, los inversores cosechan los beneficios de la diversificación. Es decir, el riesgo de la cartera en su conjunto es inferior al riesgo de cualquier activo individual. La correlación de retornos es la clave matemática. Al agregar títulos de alto riesgo y alto rendimiento a una cartera existente, siempre y cuando los rendimientos de los nuevos valores no estén en perfecta correlación positiva con la cartera existente, los inversores pueden obtener mayores ganancias con pocos o ningún cambio en el riesgo general de la cartera. De hecho, si las correlaciones son suficientemente bajas, el riesgo general de la cartera puede incluso disminuir. Como tal, la exclusión de opciones de diversificación para ciertos inversores les priva de importantes técnicas de mitigación de riesgos”.
Concluyó su intervención agregando que “estos dos conceptos básicos de la economía demuestran cómo incluso una política bienintencionada de protección de los inversores puede hacer más daño que bien, por ejemplo, exacerbando las desigualdades de riqueza y oportunidad” y, por último, pidió a los oyentes que tengan presente al “inversor olvidado”.