A nadie se le escapa el reto que supone para los profesionales de la inversión la entrada en vigor de la directiva comunitaria MiFID II a partir de 2018. Las palabras que más se escuchan son tsunami, target market, retrocesiones o transparencia y todas forman parte del día a día de un sector que se prepara, sin prisa pero sin pausa, para esa fecha.
Durante el IV Foro Inversis de Innovación y liderazgo 2016, algunos profesionales de la industria reflexionaron sobre el alcance y efectos de una normativa que se enmarca en el proceso de “hiperregulación financiera” al que asistimos desde 2008. Para Jorge Masalles, Equity & Comodity Head of Private Banking and Institutional Sales de Commerzbank, la clave es el target market. “Los fabricantes tienen que definir a su cliente y producir los productos más adecuados para él, esta palabra aparece por todas partes”, sostiene. Pero advierte también de las diferentes transposiciones de la directiva que se hacen en cada país. “El key information document es el documento final y debemos intentar que sea el mismo para todos”, asegura.
La relación con los distribuidores es otro de los caballos de batalla. “Hasta ahora era una relación puramente comercial, sin embargo tendrá que haber un diálogo mucho más fluido: los bancos no podremos escondernos detrás del argumento de que no conocemos al cliente”. La transparencia en costes que persigue la normativa no preocupa a Masalles a pesar de que reconoce que “cambiará la forma de trabajar de la industria pero es lógico que esto ocurra”.
En este sentido, David Logan, desde BMO Asset Management, apunta que “no todos los clientes están dispuestos a pagar una asesoría explícita; algunos clientes han decidido no hacerlo y asesorarse ellos mismos en plataformas. Ha habido un cambio hacia productos más pasivos”, dice.
Manuel Sánchez del Valle, managing director de Popular Banca Privada, hace hincapié en los costes, la inversión en tecnología y las diferencias que puedan surgir entre fabricante y distribuidor. “Hay que diseñar para cada producto un mercado objetivo, aconsejar a los distribuidores e incluso hacer alguna indicación sobre canales de distribución, evaluar periódicamente si las ventas encajan con las directrices y evaluar si esos productos cumplen los requerimientos. Incluso se pueden llevar a cabo acciones si se considera que el producto no está siendo vendido correctamente por el distribuidor”.
Sin embargo, Sanchez del Valle recuerda al regulador que “vivimos en un entorno de bajos rendimientos nominales, fragmentación del mercado y tenemos un auténtico tsunami regulatorio. Este contexto no ayuda a absorberlo”. Por eso su principal demanda es que hay una estandarización. “Para hacer esto de una forma eficiente hay que introducir unos estándares y recibir una reprimenda del regulador. Cuando la haya tendremos que hacer procesos de formación a nuestras redes comerciales, nuevos filtros de clientes e invertir en más personas e infraestructuras”.
Con todo, los tres ven oportunidades con la llegad de MiFID II. “Todo lo que aporte transparencia da confianza al inversor, el problema es que la regulación es ambigua, nos dice qué tenemos que hacer pero no cómo”, sentencia Jorge Masalles.