Fruto de la crisis del COVID-19 multitud de tendencias que ya estaban presentes han experimentado un fuerte empujón. Una de ellas ha sido la inversión sostenible. Los buenos comportamientos de las empresas sostenibles han acabado con el estigma que perseguía a este tipo de inversión y todos hemos visto el mismo resultado: la sostenibilidad no compromete las rentabilidades.
Ante esta explosión de popularidad, los inversores deben estar atentos a algunos de los riesgos que este tipo de inversiones pueden generar, como el llamado “greenwashing” o ecoblanqueamiento en español. En la inversión, el greenwashing es el intento de hacer que determinados productos o estrategias parezcan sostenibles cuando en realidad no lo son.
Para Luciano Diana, gestor de Pictet Global Environmental Opportunities, el problema al que se enfrentan los inversores a la hora de querer invertir de manera sostenible es la inexistencia de un método universalmente aceptado para medir la huella medioambiental de una empresa. “Gran parte de la auditoría ambiental que se lleva a cabo es demasiado subjetiva o de alcance demasiado estrecho. Así, saber cuánto carbono emite una empresa es útil, pero no da la imagen completa. Además, la falta de normas universales deja la puerta abierta al “eco-lavado” por parte de las empresas y gestores de inversiones”, advierte.
Por su parte, Stéphane Rüegg, especialista de crédito de Pictet AM, considera que los inversores en bonos verdes se enfrentan al riesgo de confundir el auténtico deseo de una empresa por promover un programa ecológico con emisiones de deuda que son más bien “eco-blanqueo”, es decir, uso del capital para otros fines, como refinanciación de deuda existente.
“Por ejemplo, la multinacional eléctrica italiana Enel fue acusada de “eco-blanqueo” cuando emitió un bono vinculado al compromiso de incrementar el uso de energías renovables, cuyo incumplimiento la obligaría a pagar un mayor cupón por el bono. Los críticos observaron que en realidad era poco más que una opción para producir electricidad contaminante, solo aparentemente ecológico. Otro caso es Teekay Shuttle Tankers, propietaria de una de las mayores flotas de petroleros del mundo, que se propuso mediante la emisión de un bono verde captar 150 millones de dólares para cuatro nuevos buques de bajo consumo de combustible. No alcanzó su objetivo, en parte debido a dudas de los inversores sobre lo ecológico que puede ser un petrolero, por poco combustible que consuma”, explica Rüegg.
Mirar más allá de la etiqueta verde
Ante la inexistencia de parámetro comunes, los expertos de Pictet recomiendan “mirar más allá de las etiquetas verdes”. En este sentido, Stéphane Rüegg, aconseja fijarse en la deuda convencional de una empresa verdaderamente respetuosa con el medio ambiente. De hecho, según explica, algunas empresas de sólida trayectoria medioambiental han evitado emitir bonos verdes, pues se trata de un mercado reducido, de naturaleza especializada, que puede no compensar los costes de cumplimiento normativo adicionales.
“Por eso hasta ahora solo tres empresas automovilísticas han emitido bonos verdes y Tesla, que lidera los vehículos eléctricos, no es una de ellas, a pesar de sus avances en transporte ecológico, sobre todo electrificación. No obstante, hay avances. La cadena estadounidense de café Starbucks, tras emitir tres bonos sostenibles por valor de 1.000 millones de dólares en 2019, ha creado un modelo. Su objetivo es cambiar la adquisición de granos de café hacia productores sostenibles y hacer más ecológicas sus operaciones minoristas, con muy buena acogida entre inversores”, explica.
Asimismo, la experta recuerda que ya hay un código industrial voluntario que determina qué bonos pueden considerarse “verdes”, que requiere verificación de un tercero acreditado y certificado de Climate Bonds Standard and Certification Scheme, reforzado por una segunda opinión de agencias externas independientes, como Sustainalytics.
Por su parte, Eric Borremans, director de inversiones ASG de Pictet AM, advierte que los gestores deben ser cuidadosos con sus análisis de las compañías. Según relata, gestores de activos pueden escoger, por ejemplo, entre empresas de energías renovables con buen gobierno corporativo y empresas que explotan centrales térmicas de carbón. Las primeras representan una “inversión temática” de crecimiento con efectos positivos en el medio ambiente y las segundas un mayor riesgo relacionado con contaminación y costes crecientes de las emisiones de C02.
“Aparentemente estas últimas quedan excluidas, pero en realidad tienen gran margen de mejora si la empresa invierte en fuentes de energía más limpias, con reducción progresiva de emisiones de efecto invernadero y pueden llegar a ser una oportunidad, tanto financiera como medioambiental”, expresa.
Europa: a la espera de un sello de sostenibilidad
Gonzalo Rengifo, director general de Pictet AM en Iberia y Latam, señala que uno de los principales temas pendientes es que ninguna entidad proporciona un sello de sostenibilidad en toda Europa. “La nueva normativa debe facilitarlo, pero no va a ser sencillo, pues incluso para el cálculo de la huella de CO2 de una empresa hay muchas metodologías”, defiende.
Eric Borremans, señala que, mientras el sector de la inversión, respondiendo a la demanda de mayor enfoque en criterios ASG de los mercados, se ha adelantado a los reguladores, estos no han logrado acordar unas definiciones comunes.
Por su parte, la Comisión Europea ha elaborado una taxonomía verde que clasifica actividades económicas “respetuosas con el medio ambiente” para guiar a gestores de carteras y sus clientes. Esta taxonomía permitirá que las empresas tengan mejor acceso a los mercados de capitales para financiar actividades verdes.
Sin embargo, el experto advierte que “solo entre el 5 y el 10% de las inversiones mundiales podrían clasificarse verdes o sostenibles. Si se establecen umbrales demasiado exigentes, los inversores pueden estar interesados en pocos activos y se puede crear una burbuja y si las definiciones son demasiado imprecisas, todo el proceso puede convertirse en una enorme máquina de greenwashing”.
La ESG: ¿una moda pasajera?
Gonzalo Rengifo señala que hay que tener claro que la sostenibilidad forma parte de los grandes cambios sociales, económicos, políticos y medioambientales, megatendencias, con efectos a largo plazo. “De hecho, los volúmenes de inversión han sido crecientes y las rentabilidades anuales han llegado al 7%/ 8% para los que han sabido entender que la inversión temática es una parte estructural de la cartera, con la que complementar la exposición tradicional a renta variable”, explica.
Según defiende, los inversores están buscando crecimiento estructural sostenible en el tiempo y en España, de perfil del inversor conservador, se empieza a demandar soluciones que permitan obtener rentabilidades interesantes y conjugar además objetivos de sostenibilidad, optimizando el riesgo. “Al respecto tratamos de invertir en ganadores del futuro, lo que conjugado con mejores prácticas ASG, resulta un binomio tremendamente poderoso para los próximos años”, concluye.