Un nuevo mundo está emergiendo, con dos fuerzas de fondo: la ola tecnológica y de digitalización, y la creciente importancia de los mercados emergentes, muy ligadas entre sí. “El cambio en la riqueza de las naciones está relacionado con la digitalización y la tecnología, un tema ligado también al mundo emergente y su creciente fortaleza, y que tiene potencial para cambiar el mundo y crear disrupciones en todos los sectores, incluyendo el de gestión de activos”, explicaba Javier Santiso, vicepresidente del Centro Internacional de Economía y Geopolítica de ESADE, en una presentación en el marco del Fund Selector Summit celebrado recientemente en Miami y organizado por Funds Society y Open Door Media.
Para el experto, en la medida en que la digitalización es clave como elemento que determinará la riqueza de las naciones en el futuro, advirtió a los profesionales de la gestión de activos de que no solo han de tener en cuenta los indicadores macroeconómicos o microeconómicos a la hora de seleccionar sus inversiones, sino también los avances en digitalización de los diferentes mercados. Una primera forma en que las tendencias tecnológicas pueden influir en el negocio.
Pero hay más. En una posterior entrevista con Funds Society, Santiso advirtió de otras dos potenciales formas de impacto: la posibilidad de que los clientes de las gestoras tradicionales se conviertan en sus competidores y también la emergencia de otra forma de competencia, en firmas como Facebook o Google. La única receta posible: que las gestoras se reinventen.
“Los clientes de los bancos y las gestoras tradicionales se están sofisticando cada vez más, y buscan alternativas como el real estate o el private equity. En algunos casos las entidades tradicionales no corresponden con su oferta a sus necesidades, lo que provoca que esos clientes se equipen con capacidades endógenas para cubrirlas”, explica Santiso. Con un ejemplo: la de un fondo soberano que acaba instalando capacidades internas para gestionar real estate ante las dificultades para encontrarlas fuera y que le sirve para ilustrar su idea de que “los propios clientes de las gestoras pueden transformarse en competidores”, con una fuerte inversión en tecnología. Así, “a menos que las gestoras sean capaces de ofrecer mayor valor añadido, no tendrán éxito. Este mundo va a cambiar y requiere más imaginación por su parte”, advierte. Sobre todo en el caso de las entidades de mayor tamaño y una gama de producto estandarizada, a las que cada vez costará más colocar producto entre cierto tipo de clientes.
Pero no solo los propios clientes podrían transformarse en competidores: también firmas como Facebook, Google o Alibaba, que pueden comprar licencias bancarias o de gestión. “Hay entidades con una enorme capacidad de distribución y si deciden colocar productos en sus plataformas retail, no habrá red bancaria que aguante esa competencia”, explica. Por eso apela al mundo de la gestión a reinventarse, a través de una mayor sofisticación, innovación y gamas de producto difícilmetne replicables e incluso con alianzas con nuevas plataformas digitales que están teniendo gran éxito. Santiso también habla de la regulación como catalizador de la tecnología.
La ola emergente
Pero la ola tecnológica no es la única que está cambiando el mundo. “Si puedes combinarla con la fuerza del mundo emergente, es muy interesante ver el nuevo mundo que está emergiendo”, asegura. En su presentación, Santiso destacó algunos datos que demuestran, por ejemplo, cómo la innovación está moviéndose desde el mundo desarrollado al emergente: “Las startups están ahora por todas partes: Sillion Valley dominó el siglo XX pero en el XXI la innovación se ha extendido y las nuevas empresas vienen de todo el mundo, no solo de EE.UU., también de Latinoamérica y Asia. El centro es ahora el Pacífico y Europa queda en la periferia”. También las nuevas empresas con tamaño de más de 1.000 millones (los llamados unicornios) vienen cada vez de países como China, la India, Rusia, Israel o Corea, además de países tradicionales como EE.UU., Reino Unido, Suecia, Alemania, Canadá, Francia o Japón.
“No hay reglas escritas, cualquier país puede ser innovador: Israel tiene más del doble de empresas tecnológicas de las que hay en el Nasdaq o en toda Europa”, aunque en los años 60 comerciaba con materias primas y naranjas. “Antes exportaba naranjas, ahora tecnología”, dice, como prueba de que cada vez más países entran en el juego de la tecnología, que “es cada vez más una commodity”. Otro dato: si hace 15 años la mayoría de usuarios de Internet y el tráfico de la red procedía de la OCDE, ahora más de la mitad proceden del mundo emergente. Una tendencia, la mayor digitalización, sumada a otra, el mayor peso del mundo en desarrollo gracias en parte a la tecnología, que está cambiando el mundo y la forma en que se ha de mirar a la riqueza de las naciones. “Cuando analices la riqueza, no solo mires el PIB o a las empresas, sino también la intensidad de digitalización”, aconseja a los gestores. Un ejemplo: Corea y España, con un similar PIB per cápita pero una intensidad de digitalización muy diferente.
Pero a pesar de esta mayor importancia del mundo emergente (y de que su peso en el PIB mundial sigue creciendo), los gestores ven este activo como “marginal” en las grandes carteras. Santiso advierte: “Categorizar a los emergentes frente a la OCDE ya no tiene sentido, no sirve para leer el mundo”. En su opinión, ese desequilibrio en las carteras de los grandes fondos debería corregirse porque “los inversores seguirán estando en los emergentes, no solo por la historia de las clases medias, sino también por otra historia relacionada con el cambio tecnológico”. El índice global de innovación coloca en mejor posición a países como Colombia, Brasil, Suráfrica, Turquía, México, Argentina, India, Malasia, Rusia, Chile o Indonesia que, por ejemplo, Luxemburgo.
El papel de Latinoamérica
Con respecto a Latinoamérica, Santiso es muy claro: “Se ha perdido la gran oportunidad que suponía la ola de las materias primas”, que ahora se está desinflando, algo que era anticipable ante el cambio en la economía china, con un crecimiento cada vez menos intensivo en commodities. Pero Santiso no es del todo pesimista y en su libro “Latinoamerica’s political economy of the possible” destaca que hay países más pragmáticos y saneados (como México, Brasil o Chile y en cierto modo Perú, Colombia y Panamá) frente a otros estancados en los 50 (como Argentina, Venezuela, y en cierto modo, Ecuador y Bolivia). En su presentación también destacó que, aunque en algunos aspectos la región va por detrás de Asia, es líder en otros como educación.
En su opinión, hay cuatro claves para la competitividad: la educación, la innovación (materia en la que LatAm se queda atrás), la internacionalización y la digitalización. Latinoamérica destaca en la primera, se queda atrás en la segunda y cada vez destaca más en la tercera, con las que llama «multilatinas». Santiso recuerda el caso de grandes multinacionales como la brasileña Natura o la cementera mexicana Cemex. Las empresas salen al exterior en varias fases: una primera en la región, una segunda hacia EE.UU. y Europa y una tercera más allá, hacia Asia, Oriente Medio, África y nuevos mercado frontera. “La crisis ha creado una oportunidad única para ellas”, dice, y destaca un gran activo con el que cuentan: sus millenials, gente muy joven y con capacidades en el mundo digital: “Hay una fuerte correlación entre esta generación y los emprendedores”, destaca. “Si se impulsa esta tendencia puede ser una historia increíble pero hay que hacer reformas”.
En digitalización, también señala los avances de los bancos españoles, los pioneros en Latinoamérica, tanto BBVA, como Santander o La Caixa. “Muchos tienen dispositivos para relacionarse con los clientes, han creado fórmulas para invertir en startups y ajustado sus organigramas”. Los bancos latinos están más rezagados.
¿Y el bitcoin?
Con respecto al bitcoin es claro: “El mayor evento financiero por delante no es el bitcoin, sino la internacionalización del renmimbi”.