Honrando sus orígenes sudafricanos, Investec Asset Management invitó a François Pienaar, la leyenda sudafricana del rugby y campeón de la Copa del Mundo, a hablar sobre liderazgo en su segundo “Investec Inspirational Event”, en el hotel InterContinental de Miami, el pasado 5 de junio.
El negocio de Investec Asset Management en la región de las Américas ha crecido exponencialmente desde que abrieron su primera oficina en Nueva York, en 2006. Comenzaron con 100 millones de dólares en activos bajo gestión, y ahora gestionan unos 22.000 millones. Una “gran trayectoria” que, según Richard Garland, director ejecutivo de la firma, merece la pena celebrar. Esta es la razón por la que Investec Asset Management reunió a más de cien profesionales de la inversión de Latinoamérica y del negocio US offshore para participar en una charla inspiradora, fuera de lo común o “out of the ordinary”, como Investec AM se define.
El año pasado contaron con la presencia de Robert O’Neill, el soldado Navy Seal que disparó a Bin Laden en 2011, y este año invitaron a François Pienaar, el jugador sudafricano de rugby que fue el capitán de los Springboks desde 1993 hasta 1996, y que es más conocido por llevar al equipo sudafricano a una victoria en la Copa del Mundial de Rugby de 1995. Una victoria inesperada que fue después narrada en el libro de John Carlin, “El factor humano” (título original en inglés, Playing the Enemy: Nelson Mandela and the Game that Made a Nation), y después se convirtió en la película “Invictus” dirigida por Clint Eastwood.
Un héroe nacional
François Pienaar nació el 2 de enero de 1967 en un momento convulso para Sudáfrica, en el que los derechos humanos básicos eran violados brutalmente. Creció en Vereeniging, una pequeña localidad cerca de Johannesburgo. Como niño, asistió a una escuela de blancos donde nunca tuvo una interactuación real con gente negra, a excepción de la señora que normalmente ayudaba en su casa con las tareas del hogar.
“A los niños no se les permitía sentarse en la mesa con los adultos. Entonces, cada vez que los adultos se reunían, los niños salían a jugar, y jugábamos en el jardín con gente que estaba sentada allí y que normalmente hablaría de dos cosas, deportes y política. Y cuando se trataba de política, el nombre de Nelson Mandela aparecía regularmente, seguido de la palabra terrorismo, y comentarios sobre su salida de la cárcel como un desastre para el país. No había debate. Tristemente, todos estaban de acuerdo con esa opinión y nadie, yo incluido, decía nada o cuestionaba,” explicó Pienaar.
Desde una edad temprana, los deportes jugaron un importante papel en su vida. Fue a través del rugby que obtuvo una beca de deporte para estudiar Derecho en la Universidad Rand Afrikaans. “Mi familia no tenia mucho dinero. En ocasiones no podia jugar al rugby porque mis padres no podían pagarlo. El deporte fue mi manera de salir del cinturón industrial en el que crecí. Se me daba bien el rugby y conseguí una beca para estudiar derecho en la Universidad de Johannesburgo. Ahí conocí a mucha gente muy diferente de lo que era mi propio mundo: personas que no creían en Dios, que tenían una religión diferente, gente que hablaba diferentes idiomas y que tenía una fuerte opinión política”, continuó.
Pienaar estudió en la universidad a finales de los 80, pero ya había rumores de que Mandela iba a ser liberado pronto de su encarcelamiento en Victor Verster. Y, finalmente fue liberado en febrero de 1990. Las negociaciones para terminar con el Apartheid también tuvieron un impacto directo en el mundo de los deportes, los equipos nacionales pudieron nuevamente regresar a la competición internacional. En 1992, el equipo de Sudáfrica, los Sprinboks, que habían sido excluidos en las dos primeras copas del mundo de 1987 y 1991, fueron readmitidos por la Federación Internacional de Rugby a la escena internacional del deporte. Un año después, el nuevo equipo sudafricano era anunciado en televisión, en las noticias de mayor audiencia, los nombres fueron anunciados en pantalla y el nombre de Pienaar apareció en la convocatoria, como capitán del equipo.
En 1994, Mandela fue elegido presidente, el primer presidente negro de Sudáfrica. En ese momento, pronuncia un discurso inolvidable: “Ha llegado el momento de curar las heridas. El momento de salvar los abismos que nos dividen. El momento de construir ha llegado […]. Nunca, nunca jamás volverá a suceder que esta hermosa tierra experimente de nuevo la opresión de los unos sobre los otros, ni que sufra la humillación de ser la escoria del mundo. Que impere la libertad. El sol jamás se pondrá sobre un logro humano tan esplendoroso. Qué Dios bendiga África”. En ese momento hizo una promesa a la nación y cumplió con ella.
Conociendo a Nelson Mandela
Unos meses después, sabiendo que Sudáfrica iba a ser la sede de la Copa del Mundial de Rugby, el primer gran evento deportivo celebrado en el país desde el final del Apartheid, Mandela quiso utilizar el poder que el deporte tiene para inspirar y despertar la esperanza para unir a la nación. Entonces, Mandela pidió a su secretaria personal que agendara una cita con François Pienaar. Cuando la finalmente se dieron encuentro, hablaron durante una hora en la que Mandela le pregunto sobre su familia, el rugby y los juegos Olímpicos en Barcelona. También habló sobre su encarcelamiento en Robben Island. Una vez que la conversación terminó. Pienaar supo que el país estaba en las manos de un líder muy sabio y que se sentía seguro.
Antes del partido de apertura contra los Wallabies de Australia, un equipo invicto en los doce anteriores meses y los favoritos para ganar el juego. Nelson Mandela se acercó a ver a los Spingboks al final de su entrenamiento. Su helicóptero voló y aterrizó en un campo cercano a donde estaba jugando el equipo. Fue uno a uno saludando a todos los miembros del equipo. Uno de los jugadores le dio su gorra, y de forma inmediata se puso la gorra. Le deseó buena suerte, regreso al helicóptero y se fue.
Cuando el primer partido estaba a punto de comenzar, Nelson Mandela apareció en el estadio luciendo una gorra de rugby de los Springboks, un símbolo de la elite blanca detestado por la mayoría negra; fue abucheado por la multitud, pero él respondió: “Este es nuestro equipo. Estos son nuestros muchachos que están jugando por nosotros”.
Según Pienaar, un momento increíble que aumentó la moral del equipo. Pudieron ganar el partido cómodamente, con una actuación fenomenal que los llevo a la final de la Copa del Mundial de Rugby.
La final
En el estadio Ellis Park, los Springboks tendrían que jugar contra uno de los mejores equipos de rugby que el mundo ha visto, los All Blacks de Nueva Zelanda. Este equipo tuvo la primera superestrella mundial del rugby y pudiera decirse que uno de los jugadores más famosos del deporte, jugando con ellos, Jonah Lomu, “120 kilogramos de músculos capaces de correr 100 metros en 11 segundos”, según Pienaar.
El apoyo para los Springboks había crecido durante el campeonato. Todo el mundo en el país, independientemente de su raza, estaban animando a su equipo de rugby. “El día antes de la final, había un grupo de niños negros que nos vieron y comenzaron a cantar los nombres de los jugadores, algo que nunca habían sabido antes de la Copa del Mundo. Comenzaron a correr junto a nosotros con sus hermosas sonrisas «, dijo Pienaar. «Estábamos recibiendo mensajes de los niños de todo el país, y los niños les habían dedicado sus corazones y eran hermosos de leer», agregó.
Ese jueves por la noche, su entrenador, Kitch Christie, se acercó a cada una de las habitaciones y puso un pequeño trozo de papel debajo de cada puerta, un poema escrito por Theodore Roosevelt que decía: “No es el crítico quien cuenta; ni aquél que señala cómo el hombre fuerte se tambalea, o dónde el autor de los hechos podría haberlo hecho mejor. El reconocimiento pertenece al hombre que está en la arena, con el rostro desfigurado por el polvo y el sudor y la sangre; quien se esfuerza valientemente; quien yerra, quien da un traspié tras otro, pues no hay esfuerzo sin error ni fallo; pero quien realmente se empeña en lograr su cometido; quien conoce grandes entusiasmos, las grandes devociones; quien se consagra a una causa digna; quien en el mejor de los casos encuentra al final el triunfo inherente al logro grandioso, y quien en el peor de los casos, si fracasa, al menos fracasa atreviéndose en grande, de manera que su lugar jamás estará entre aquellas almas frías y tímidas que no conocen ni la victoria ni la derrota.”
Al día siguiente, unas horas antes de la final de la Copa del Mundial de Rugby, había miles de personas esperando a animarlos alrededor del autobús que les conduciría al estadio. “Debía haber unas 50 motos esperando para acompañar al autobús hacia la final, y lo que me sorprendió fue lo limpias que estaban las motocicletas. Debieron haber sido limpiadas por los niños el día anterior”, dijo Pienaar.
El capitan tuvo una conversación personal con todos los miembros del equipo, preguntándoles sobre sus preocupaciones y cómo podría ayudarles a resolverlas. “Su pensamiento retórico los llevó a preguntarse: ¿y si me equivoco? ¿qué pasaría si fallamos un placaje?, y mi respuesta fue: ¿y si no arriesgamos? ¿qué pasaría si no abandonamos nuestra esperanza? ¿qué pasaría si solo jugáramos y regresáramos sin remordimientos?
Nelson Mandela se acercó al vestuario con la gorra y el jersey de los Springboks puestos. Con una hermosa sonrisa nos dijo. “Muchas gracias por lo que estáis haciendo por nuestro país. Buena suerte”, y cuando se dio la vuelta, vestía mi número en su espalda”, narró Pienaar.
El equipo aprendió a cantar el himno nacional al unísono, comprendiendo su letra, expresada en cinco idiomas: africano, inglés, xhosa, zulú y sotho, para representar “un equipo, un país”, una oportunidad para unir culturas y extender lazos en una sociedad dividida.
La final fue un partido épico. Los Springboks perdieron su primer placaje, pero mejoraron progresivamente, teniendo que llegar a jugar en tiempo extra. Pienaar llegó a los últimos minutos del partido con una lesión en el gemelo que le impedía correr, pero el entrenador le insistió en que debía permanecer en el terreno de juego. “En el estadio, el público, sudafricanos de origen blanco en su mayoría, cantaba una canción de una tribu africana que significa seguir adelante. Cuando comencé a escuchar esa canción, le dije al equipo: “Vivan por su país, apóyense unos en los otros y lo haremos bien. Esta es la estrategia que seguir, vamos a ejecutarla”, y así lo hicimos”.
Un tanto anotado por Joel Stransky les dio una victoria de tres puntos sobre los All Blacks. En el estadio todo el mundo estaba cantando. En las calles, todos cantaban y bailaban. “Me siento increíblemente afortunado por haber tenido la oportunidad de experimentar lo poderoso que es el deporte. Cuando ganamos, un periodista me puso un micrófono en la cara y me preguntó: “Françoise, cuéntanos cómo fue ganar ante 65.000 personas”, a lo que respondí: “No ganamos frente a 65.000 personas, ganamos por 43 millones”. Y la razón por la que di esa respuesta fue porque ya teníamos la sensación de que todo el país estaba apoyando al equipo. El señor que nos sirvió el desayuno en el hotel era zulú, y le preocupaba si habíamos desayunado lo suficiente para el partido. La señora que limpió nuestra habitación era xhosa, y nos preguntó si necesitábamos almohadas extra, para que pudiéramos dormir mejor y descansar. El trofeo nunca podría haber sido sólo para los pocos afortunados que consiguieron entradas para el juego. Como equipo, ganamos porque queríamos hacer sentir a nuestro país orgulloso,” dijo Pienaar.
“Mandela fue uno de los políticos más importantes de su tiempo, pero también fue uno de los mejores deportistas, en el sentido de que nos concedió mucha alegría, que es el principal poder de un deportista. A mí me dejó una orden muy clara: “Quiero que demuestres amor y pasión”. Cuando falleció en diciembre de 2013, el mundo entero se detuvo, apareció en todos los periódicos. El 18 de julio, habría sido su centenario. Y lo extrañamos. Pero ahora tenemos un nuevo líder, Cyril Ramaphosa, que fue una de las personas que sostuvo el micrófono de Nelson Mandela cuando salió de prisión en Ciudad del Cabo. Él está ahora siguiendo los pasos de Mandela. Es un hombre de negocios extremadamente exitoso, que no necesita involucrarse en política, lo hace porque quiere un país mejor,” concluye.