La filantropía y la inversión de impacto tienen en común el objetivo de dar respuesta y/o generar un cambio ante una necesidad o problema concreto. Sin embargo, su gran diferencia es que la primera es altruista, mientras que la segunda lleva implícita la búsqueda de una rentabilidad económica. Ambas conviven y se complementan en la planificación financiera de los inversores.
El hambre, la educación, la sanidad, la seguridad, el cambio climático, la igualdad… la lista de retos a los que se enfrenta la sociedad global es larga, compleja y está interconectada. ¿Cómo podemos abordar todos estos desafíos? Para esta pregunta no existe una única respuesta, sino que todas las visiones suman. “Diferentes tipos de motivación coexisten porque existen diferentes tipos de personas”, reflexiona Maximilian Martin, responsable global de Filantropía en Lombard Odier.
Según Martin, esas motivaciones se materializan a través de la filantropía cuando hablamos de donaciones, y de la inversión de impacto, cuando las abordamos desde una perspectiva inversora. “Actualmente, los inversores, tanto individuales como institucionales, consideran ambos conceptos en su planificación financiera como respuesta a sus inquietudes y convicciones”, afirma. Y reconoce que, aunque sean conceptos diferentes, la filantropía y la inversión de impacto se cruzan, conviven y, en ocasiones, se complementan, pero sin que ninguna pierda su esencia.
Dos conceptos diferentes
“La filantropía es altruista, es decir, no tiene una contrapartida económica. De forma tradicional, se canaliza a través de donaciones, pero esto es algo que ha ido evolucionando y ahora podemos encontrar hasta el uso de instrumentos financieros, pero siempre bajo la premisa de que no reportan un rendimiento económico. Es esencial que comprendamos esto, puesto que es lo que le diferencia de la inversión de impacto. Esta última, además de generar un impacto positivo, ofrece una rentabilidad económica al inversor, que puede llegar o no, pero que está implícita en su naturaleza”, aclara Fernando Morón, director gerente de la Asociación Española de Fundraising (AEFr).
Para el responsable de la AEFr otra diferencia entre ambas figuras es que la filantropía nace habitualmente de una vivencia personal. “El interés que los donantes muestran por las causas que apoyan suele estar relacionado con sus propias experiencias, bien en su comunidad más cercana o familiar, o bien porque al viajar han visto realidades que les han interrogado. También existe un componente de herencia familiar, es decir, muchas causas se apoyan por tradición”, matiza Morón. En cambio, en la inversión de impacto, los temas por los que se inclinan responden más a una alineación entre convicciones personales y oportunidades de mercado.
Como bien describe el experto, estamos ante “mundos diferentes”, algo que también queda reflejado en el volumen de dinero que mueven. Por ejemplo, el último informe publicado en 2023 por la Lilly Family School of Philanthropy de la Universidad de Indiana estimaba que en 2020 los flujos filantrópicos transfronterizos ascendieron a 70.000 millones de dólares. En cambio, cuando hablamos de inversión de impacto, las cifras toman otra dimensión. Según el informe Sizing the Impact Investing Market de la Global Impact Investing Network (GIIN), se calcula que el tamaño del mercado de inversión de impacto mundial alcanzó 1,164 billones de dólares en 2022. Esta cifra fue todo un hito, ya que se superó por primera vez el billón de dólares y se logró una medición más integral del impacto que generaron los activos a nivel global.
Según Morón, los inversores que tienen esta sensibilidad por el mecenazgo mantienen “dos bolsas separadas”: una para la filantropía y otra para realizar inversiones de impacto y, por su experiencia, “no se produce un traspaso de fondos de una a otra”.
Alejandro Álvarez von Gustedt, vicepresidente europeo de Rockefeller Philanthropy Advisors, define a este perfil como inversor social: “Se trata de personas que realizan donaciones e inversiones que pueden ser altruistas, pero siguiendo criterios similares a los de la inversión, que no idénticos, para maximizar el retorno en términos de impacto social, aunque no haya ni se busque un retorno económico”.
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