El concepto de ética aplicada ha pasado repentinamente del plano teórico al práctico con la crisis del COVID-19. El dilema vivido en los hospitales de Madrid o Nueva York, sobre quién puede recibir tratamiento, y consecuentemente tener la oportunidad de sobrevivir, y quién no puede recibirlo por falta de medios, y por lo tanto se ve condenado a morir, parece sacado de un libro de ética, pero desgraciadamente ha sido la realidad durante las pasadas semanas, en el pico de la pandemia.
Es una reflexión que se hacían Sira Abenoza y Cesar Arjona en el seminario “Ethics Beyond Black and White”, retransmitido por ESADE dentro de su ciclo #stayconnectedesade, que está disponible en youtube y en su página web. Ambos son profesores de ética, en el caso de Sira, ética en el ámbito empresarial, y en el caso de César, ética en el ámbito legal. Las reflexiones que hacen son interesantes, sobre todo porque nos llevan a pensar sobre cómo hemos llegado hasta esta situación extrema, el dilema ético de elegir entre la vida y la muerte. A pensar también sobre cómo podemos evitar llegar a esta situación crítica ante una crisis y por qué el mundo empresarial y económico, que ahora se enfrenta a la “reapertura”, debería pensar muy despacio los pasos a dar y sus consecuencias para esta generación y las que vienen detrás. En definitiva, es un problema de ética y desarrollo sostenible, pilares que deberían, en teoría, estar en los cimientos de toda decisión corporativa.
Nuestras acciones individuales tienen efectos a largo plazo. Esas decisiones, que en ocasiones son muy difíciles de tomar, al multiplicarse se convierten en un dilema social. Si como sociedad hubiéramos seguido cuidando de nuestros mayores en casa, en lugar de utilizar el recurso de las residencias de forma predominante, es posible que el dilema ético al que se han enfrentado los sanitarios de hospitales saturados no se hubiera producido. Es un dilema para el que no hay soluciones satisfactorias porque todos los escenarios tienen un desenlace trágico.
Como apuntan los expertos de ESADE, la respuesta social que está emergiendo ante esta crisis no es algo improvisado, es el resultado de los hábitos éticos que hemos adquirido y que aplicamos a nuestras decisiones diarias. Uno de los factores determinantes del comportamiento de individuos y corporaciones ante esta crisis ha sido el miedo. El miedo al contagio nos ha hecho quedarnos en casa. El miedo a la pérdida masiva de vidas humanas ha motivado que las empresas envíen a casa a sus empleados. El miedo a futuras demandas legales está retrasando la vuelta a la normalidad de muchos negocios. En varios estados de Estados Unidos, el miedo a un rebrote de la pandemia ha hecho que autónomos y pequeñas empresas se estén negando a reabrir sus negocios a pesar de que las leyes ya se lo permiten y de que sus economías individuales hayan llegado al límite.
¿Es el miedo un buen consejero en tiempos de crisis? Sira Abenoza y César Arjona argumentan que la prudencia en situaciones extremas pude ser el mejor consejero. Su opuesto sería la ambición, una motivación importante y comúnmente aceptada como positiva en el ámbito de los negocios. La ambición, como apunta la experta en ética empresarial, no es mala “per se”, y de hecho es parte de las enseñanzas de muchas escuelas de negocios, pero en determinados entornos como el actual, puede ser peligrosa. Adam Smith, padre del capitalismo, expone en “La riqueza de las Naciones” que lo mejor para cada uno de nosotros se convierte en lo mejor para el bien común, proporcionando la perfecta excusa para que la ambición y el egoísmo estén justificados para el éxito del capitalismo.
Pero volviendo al problema ético que nos atañe: ¿Es hora de reabrir la economía? Los epidemiólogos coinciden en que el desconfinamiento traerá pérdidas humanas y poner valor a una vida es imposible, pero mantener la economía cerrada por más tiempo tampoco es viable. Al buscar un compromiso, el empresario tiene que tomar la decisión final. Lo mismo el consejero delegado de una compañía del S&P500 que el dueño de una peluquería de barrio.
Por lo pronto, me centro en el negocio de la gestión de activos: ¿cuándo deben volver los empleados a la oficina? y además, ¿cómo debe ser el modelo de negocio? ¿igual al que tenía la industria antes del coronavirus? ¿se acabaron los viajes? ¿se acabaron los eventos? ¿volveremos a invitar a un cliente a comer? ¿podremos sacar a un portfolio manager de su oficina para que presente su estrategia de inversión a un grupo de clientes? ¿será posible volver a compartir un terminal de Bloomberg? ¿debería trasladar el ahorro en la cuenta de viajes/eventos/comidas al cliente minorando su comisión de gestión o de asesoramiento, o quizás pueda ofrecerle alternativas virtuales de alto valor añadido como formación y seminarios con ponentes de primer nivel?¿Y los portfolio managers, no podrán volver a visitar una compañía, sentarse con el management y profundizar en su análisis antes de tomar una decisión de inversión?
Quizás sea el momento de instaurar el teletrabajo, al menos de forma rotativa entre los empleados. También se podría contribuir al desarrollo sostenible del planeta viajando muchísimo menos, ha quedado demostrado que las video conferencias funcionan, y que los equipos se pueden coordinar aunque sus miembros estén separados. Esto permitiría mayor conciliación, ayudando también a una mayor integración social. Parece complicado que una videoconferencia sustituya el contacto humano y la cercanía necesaria para alimentar la confianza del cliente, por lo que el reemplazo de los eventos por una solución virtual es todavía una incógnita. Tampoco hay una solución tecnológica viable para permitir que todos los empleados trabajen desde casa en las mismas condiciones que tienen en la oficina. En definitiva, la reapertura y la prosperidad económica, fundamental para el desarrollo sostenible de la sociedad, es posible con un modelo de negocio reinventado que se adapte a la nueva situación y que necesariamente tiene que partir de consideraciones en las que la ética empresarial tiene que tener un papel predominante.
A este respecto César Arjona también nos recuerda que es el mismo Adam Smith el que en su obra sobre la ética “Teoría de los sentimientos morales” afirma que el ser humano obtiene el máximo placer de la felicidad del prójimo, así como el máximo sufrimiento al ver el sufrimiento ajeno. Así, el padre del capitalismo y de la teoría del libre mercado pone en el centro de los preceptos por los que se rige la economía actual una afirmación que invita a huir de las categorizaciones: ni el miedo es siempre malo, ni la ambición es siembre buena, ni el capitalismo es siempre despiadado.