En la actualidad, gestionar el riesgo es una consideración clave para los inversores. Es importante, no solo por las potenciales futuras caídas del mercado, sino también porque la volatilidad disminuye la tasa a la que las inversiones crecen en el largo plazo. En ese sentido, Joseph C. Flaherty Jr., director de riesgos de inversión en MFS IM, y James C. Fallon, gestor de carteras, recuerdan que la volatilidad tiene un impacto matemático medible sobre los rendimientos gracias a su efecto sobre el interés compuesto.
El interés compuesto permite generar beneficios sobre los beneficios reinvertidos de un activo y, con el tiempo, beneficiarse del crecimiento resultante en el activo. Así, Albert Einstein describió el poder del interés compuesto como la octava maravilla del mundo, pues “el que lo entiende, se beneficia de él… el que no, lo paga”.
Cuando las acciones con una alta volatilidad experimentan periodos de menores rendimientos o de retornos relativamente negativos, se inhibe el crecimiento potencial del activo que de otro modo se devengaría en base al interés compuesto.
Cuando se comparan dos carteras con el mismo rendimiento promedio, la que tenga una mayor volatilidad o varianza, permaneciendo el resto de las variables constantes, obtendrá un rendimiento compuesto menor. Por ejemplo, si la cartera A gana un rendimiento del 10% en dos años consecutivos, tendrá un rendimiento promedio del 10% anual. Si se compara este rendimiento con el de una cartera B, que obtiene un rendimiento en el primer año del 30% y en el segundo año del -10%, también obtendrá un rendimiento promedio del 10% anual. Mientras que los rendimientos promedios son iguales, la tasa de interés compuesto será diferente. La cartera A se beneficia de una tasa de interés compuesto del 10%, mientras que la cartera B se beneficia únicamente del 8,2%. Esta diferencia se conoce con el nombre del “drenaje de la varianza” o el “lastre de la volatilidad”, que pueden ser descritos como el impacto negativo relativo que la volatilidad tiene sobre los rendimientos de la cartera.
Otro ejemplo que ilustra este efecto. Suponga que un inversor tiene una cartera de 100.000 dólares que experimenta un rendimiento del -15% en un mes y un repunte del 15% en el mes siguiente. Mientras que el rendimiento promedio es 0, la dolorosa realidad matemática es que la cartera cayó hasta los 85.000 dólares en el primer mes y después repuntó hasta los 97.750 dólares con el rebote del 15%. La pérdida de 2.250 dólares en la que se incurre la cartera B es el lastre de la volatilidad.
La base teorética del drenaje de la volatilidad fue explicada en 1995 por James MacBeth, quien estimó que el interés compuesto real es menor que el rendimiento promedio en aproximadamente la mitad de la varianza o riesgo (cuando la varianza viene definida como el cuadrado de la desviación típica de los rendimientos) (1). Tom Messmore publicó un informe en el mismo año titulado “Variance Drain: Is Your Investment Return Leaking Down the Variance Drain?” que también explica la importante distinción entre rendimiento promedio o medio y el interés compuesto en el tiempo (2).
Messmore muestra que el drenaje de la varianza puede tener un impacto muy sustancial en los rendimientos de la inversión, concluyendo que una “significativa reducción del drenaje de la volatilidad podría representar un avance sustancial en cualquier lista de ranking de los rendimientos a largo plazo de un gestor de inversiones, utilizando los resultados de la inversión en el largo plazo”.
El drenaje de la varianza se ilustra en el gráfico 1, con la comparación de los rendimientos de la acción de una empresa biofarmacéutica, acción 1, y una empresa de productos de consumo a nivel global, acción 2. Mientras que la acción 1 obtuvo unos rendimientos promedio que fueron 96 puntos básicos más altos que los de la acción 2, la mayor volatilidad de la acción 1 le llevó a registrar unas menores tasas de rendimiento y un menor ratio Sharpe durante el mismo periodo de tiempo. El efecto real del drenaje de la varianza señala la importancia de la gestión del riesgo en las carteras.
En particular, sugieren que un gestor de carteras debería reducir o minimizar periodo a periodo la variabilidad del rendimiento, mientras que busca que los rendimientos medios permanezcan sin cambios. Esto requiere que un gestor de carteras preste una elevada atención a la medición del riesgo en la cartera y que tenga procedimientos y políticas apropiadas en implementación, junto con una cultura de consciencia del riesgo, para gestionar de forma activa el riesgo incorporado en una cartera. Mientras que los “espíritus animales”, a los que Keynes atribuyó las fluctuaciones de las inversiones, son por definición casi imposibles de predecir o de comprender de forma confiable, sí es posible tener una idea de la naturaleza del riesgo de una cartera de inversiones -y gestionarlo activamente (3).
Anotaciones:
(1) Macbeth, J. (1995). “What’s the Long-Term Expected Return to Your Portfolio?” Financial Analysts Journal, Vol. 51 (Septiembre/Octubre) páginas 6 a 8.
(2) Messmore, T. (1995). “Variance Drain: Is Your Investment Return Leaking Down the Variance Drain?” The Journal of Portfolio Management, Verano 1995, Vol. 21, No. 4: páginas 104 a 110.
(3) Espíritus animals es el término utilizado por John Maynard Keynes en su libro “Teoría general de empleo, interés y el dinero”- publicado en 1936, para describir los instintos, proclividades y emociones que aparentemente influyen y guían el comportamiento humano.