Las observaciones de Jerome Powell, previas a su comparecencia del jueves ante el Congreso, mantuvieron en líneas generales el tono de sus comentarios en la rueda de prensa posterior a la reunión de la Fed del pasado día 14. Dibujaba un mercado laboral aún caliente, que puede dificultar regresar con rapidez al objetivo del 2%, a pesar de la moderación en precios y de unas expectativas de inflación «bien ancladas», lo que resulta en una situación en la que «casi todos los participantes en el FOMC esperan que sea apropiado subir algo más los tipos a finales de año».
Estos comentarios no empañan la perspectiva de los inversores alcistas, que defienden que el impacto de una o dos subidas más será irrelevante sobre la evolución de los precios de activos de riesgo y que lo importante es que los bancos centrales están ya muy cerca de finalizar el ejercicio de tensionamiento en política monetaria. Los tipos a ambos lados del Atlántico están ya en zona restrictiva para el crecimiento (por encima del umbral de la R*), la inflación recortada de la Fed de Cleveland muestra que cada vez menos partidas son responsables de los incrementos en el precio.
En Europa, solo un puñado de países muestran un aumento de la tasa de inflación anual y, como en EE.UU., la proporción de componentes del IPC que aportan un incremento de precio en tasa interanual ha caído del 72% al 27%. Adicionalmente, los PMIs defraudan: «los costes de los insumos aumentaron al ritmo más lento desde diciembre de 2020 y los precios medios de venta de bienes y servicios subieron al ritmo más débil desde marzo de 2021».
Para estos inversores el escaso recorte en el tipo de interés preferencial a uno y cinco años en China (0,1% en el LPR) muestra la dirección que los grandes bancos centrales estarán tomando los próximos meses a pesar de no ser suficientemente generoso, y es indicio de un giro favorable hacia la desinflación global. Y China seguirá exportando deflación: UBS y Goldman Sachs han rebajado sus expectativas de crecimiento para el país, y, como sugiere este artículo, reducen las posibilidades de un paquete de estímulos al crecimiento.
Para los menos optimistas el cielo no es ni mucho menos tan azul. El BoC (Canadá), el RBA (Australia) y, más recientemente, el BoE (Reino Unido, que considera que podría verse obligado a encarecer el dinero en otro 1%), han comunicado más subidas de tipos cuando el mercado descontaba que ya habían acabado. Asimismo, la Fed, con sus comentarios, ha puesto presión sobre la curva, que ya no pronostica 100 puntos básicos de recortes en 12 meses, sino que estima una probabilidad (acumulada) de una subida de 0,25% de aquí a septiembre.
Por su parte, el Banco de Japón solo ha empezado a calentar motores y la suspensión de las medidas de control sobre los niveles de tipos largos puede estar a la vuelta de la esquina. Como explicamos más arriba, la iniciativa de las autoridades monetarias chinas, rebajando el coste de financiación de forma quirúrgica, no parece que vaya a ser suficiente para reactivar el crecimiento.
Por otro lado, una cosa es dejar de subir y otra muy distinta embarcarse en un ciclo de recortes que parece que, en ausencia de recesión, tardará en presentarse. Tipos más altos, más tiempo, son viento en contra para la expansión económica. El crédito bancario, más relevante para las empresas europeas que para las norteamericanas, es más costoso. Además, el drenaje en la masa monetaria (M1 y M2) en Europa y EE.UU. probablemente continúe con la devolución de los préstamos procedentes del TLTRO (480.000 millones de euros), con la finalización de la reinversión de vencimientos de bonos comprados al amparo del programa APP del BCE y con la normalización de la cuenta general del Tesoro estadounidense, que ya comentamos hace un par de semanas.
También, aunque las series de precios muy posiblemente sigan descendiendo los próximos meses, la inercia de las caídas, como es natural, irá disminuyendo; esto es algo que Jerome Powell también nos transmitió la semana pasada al revisar su objetivo de inflación subyacente del PCE al alza para cierre de 2023.
La virtud suele estar en el término medio y, por lo tanto, las dos opiniones probablemente tengan su mérito. A corto plazo, y como comentábamos en nuestra columna la semana pasada, son los alcistas los que pueden llevarse el gato al agua. La inflación acelerará las caídas los próximos meses en la medida en que el abaratamiento en los precios del alquiler vaya fluyendo al componente de coste de vivienda en el PCE y el IPC.
No obstante, hay consideraciones que ponen en riesgo este escenario. Una de ellas es que el componente de servicios médicos y de salud (el más relevante dentro del cálculo del PCE junto con el de vivienda y también importante en el de IPC) no acaba de frenar, y podría seguir subiendo si atendemos a la evolución en el coste de la mano de obra para empleados en el sector sanitario.
A medio plazo, si en efecto la inflación cae rápidamente hacia el objetivo de los bancos centrales, lo más probable es que la recesión simplemente se posponga. Para que el IPC se acerque al 2% será necesario que el desequilibrio entre oferta y demanda de trabajadores desaparezca y una vez que lo haga –y con las empresas limitadas a la hora de trasladar costes de producción más altos y pegajosos (sobre todo salarios) a los consumidores– el desempleo subirá y comenzará la contracción económica.
Recordemos que incluso si somos del equipo de los optimistas, las valoraciones dejan ya poco margen de mejora. Es difícil justificar niveles superiores al ~4.500 para el S&P 500. Además de una prima de riesgo que no descuenta adecuadamente el riesgo de recesión, ese precio situaría al índice en un ratio Precio/ BPA de 19x, dando por buena la estimación del beneficio por acción para 2024 del consenso «bottom up» (240 dólares).