La conclusión del ejercicio 2021, con el S&P 500 apuntándose un 26,9%, no ha resultado tan satisfactoria para los gestores como podría inferirse de un registro que solo se ha producido 12 veces desde 1950.
El año, realmente complejo para los gestores, estuvo caracterizado por fuertes rotaciones entre temáticas y sectores que acompañaron a la montaña rusa de contagios por COVID y al cambio de dirección en políticas monetarias en economías emergentes y desarrolladas. De acuerdo con el análisis de SPIVA (en base a cifras a 30 de junio 2021; las de cierre de ejercicio aún no han sido comunicadas) únicamente un 42% de los fondos de renta variable en EE.UU. (49% de los europeos) fueron capaces de superar a su índice de referencia, a pesar de haberse tratado de un año netamente tendencial en el que la mayor corrección tan solo excedió ligeramente el 5%. Este artículo del Wall Street Journal fechado el 28 de diciembre señala que, según Morningstar, solo un 15% de los gestores de fondos de bolsa estadounidense estaban batiendo al S&P 500.
Posiblemente, el elemento más representativo de las dificultades enfrentadas por los inversores profesionales los últimos doce meses lo encontremos en la bipolaridad experimentada entre los precios de las FAANGM (FB, AMZN, AAPL, NFLX, GOOG y MSFT) respecto a la cotización de todo lo demás (además del castigo sufrido por los valores más caros las últimas semanas de 2021). Esta evidente concentración de retornos en las megacaps tecnológicas por encima de la media de su índice queda en evidencia en la gráfica de abajo, que muestra la evolución del Nasdaq comparada con el porcentaje de acciones que cotizan por encima de su media móvil de 200 sesiones, y que se sitúa en el 37%.
A pesar de los titulares, la bolsa ha experimentado en los últimos doce meses un mercado bajista «encubierto». A cierre de 20 de diciembre, un 89% de los componentes del Nasdaq (y un 91% del S&P 500) habían sufrido en algún momento del año una corrección de al menos un 10% desde máximos y un 35% (20% en el caso del S&P) acumularon caídas superiores al 25%. Y a pesar de todo, el índice de referencia estadounidense se las arregló para cerrar 2021 habiendo marcado máximos históricos. Un entorno como este es bastante inusual y realmente complejo de manejar para el gestor.
La correlación entre expectativas de inflación a largo plazo (aproximadas por el breakeven 10 años) y el relativo FAANGM–S&P 500 presagia una posible pausa en el avance en el precio de las acciones de tecnología. La TIR del bono tesoro estadounidense ha repuntado con fuerza hasta el 1,67% afectando a la cotización de las acciones de alta duración. Según cálculo de Bloomberg, la temática growth ha perdido un 1,5% respecto a la de value en lo que llevamos de 2022, la diferencia más abultada iniciando el año desde la registrada en 1995.
Los títulos con múltiplos elevados sufrirán una compresión en su valoración con el retiro paulatino de las medidas adoptadas para paliar los efectos de la pandemia, por eso una opción conservadora es apostar por el S&P equiponderado (RSP) en lugar del SPY (ponderado por capitalización bursátil).
A pesar del incremento en infectados, los políticos (en el ámbito estatal y también federal) están evitando tomar medidas drásticas que puedan estrangular la economía, aunque el gran aumento de absentismo preocupa a los inversores ante un posible deterioro en las condiciones en cadenas de suministros. Este escenario, aunque posible, es poco probable si tenemos en cuenta la duración y severidad de los síntomas (en comparación con los contagios por Delta, en EE.UU. el 95% de los nuevos casos muestran la cepa Ómicron, o «Omicold», como empiezan a llamarlo los mas irónicos), los indicios de un pico en trasmisiones y sobre todo por la situación fiscal de EE.UU. (y de otras grandes economías) post pandemia que prácticamente descarta una repetición de los programas de ayuda desplegados en 2020-2021.
En este contexto, el IPC en tasa interanual podría estar muy cerca de marcar un punto de inflexión.
Aunque la ola de contagios ha tenido impacto sobre la encuesta, lo cierto es que el subíndice de precios pagados del ISM se precipitó 14,2 puntos hasta su nivel más bajo desde noviembre de 2020 (68,3), dando soporte a la tesis de normalización en lecturas de inflación.
En la misma línea, la serie de pedidos menos inventarios en el sector manufacturero estadounidense anticipa una moderación en actividad industrial, que podría verse amplificada a corto plazo por los efectos de Ómicron. Adicionalmente, es todavía pronto para determinar si el incremento en existencias responde únicamente al repunte en demanda o si además puede atribuirse a un exceso de órdenes (double ordering) en un entorno donde aún no se han resuelto del todo los cuellos de botella en abastecimiento a ciertas industrias. El acortamiento en plazos de entrega, además de la ya comentada caída en el subíndice de precios, apunta a una normalización en las redes de suministros.
La incógnita son las presiones salariales: en EE.UU. los sueldos ajustados a inflación han caído un 2,3% el año pasado. No obstante, hay que considerar que solo un pequeño porcentaje de los trabajadores disfrutaron de subidas; el encarecimiento en el coste de la vida impulsará este 2022 las peticiones de revisión salarial desde sindicatos y organizaciones de empleados, en línea con las declaraciones de Jamie Dimon, CEO de JP Morgan, pudiendo dificultar la tarea del banco central.
Un crecimiento menos dinámico, en línea con lo sucedido durante el tercer trimestre de 2021, y una Fed que no cambiará de opinión si no es ante síntomas más evidentes de estancamiento o en respuesta a una fuerte corrección en el precio de activos financieros, apuntan a un recorrido al alza limitado para la rentabilidad del bono a 10 años y un progresivo aplanamiento de la curva. El recorte continuado (y definitivo en marzo) en el volumen del programa de compras de tesoros y titulizaciones –ceteris paribus– obligará al inversor privado a absorber más papel, para lo cual exigirá una rentabilidad algo más atractiva que también será necesaria para compensar a japoneses y europeos compradores de TBonds ante el aumento en costes de cobertura de divisa que previsiblemente se producirá a medida que la Fed endurezca su política monetaria.
Sin embargo, la tasa natural de interés (R*, que el ciclo pasado rondaba el 2% y que hoy probablemente esté por debajo del 1%) anclará el recorrido al alza de la TIR, que también se vera afectado por el proceso de ajuste en la economía china. El recorte en el requisito de reservas bancarias y el tímido ajuste en la tasa preferencial de préstamo tardarán en traducirse en más crecimiento -más aún si consideramos los efectos de la campaña de tolerancia cero con infecciones por COVID-, retrasando la recuperación en volumen de exportaciones, en el precio de los metales industriales y dándole inercia a la pujanza en el dólar estadounidense.
No obstante, el mercado parece estar descontando que la Fed va por detrás de las evoluciones del IPC (a tenor de la divergencia que se aprecia entre la probabilidad implícita en el mercado de la ejecución de cuatro subidas del 0,25% en 2022 y los swaps de inflación a un año y teniendo en cuenta que en el último “mapa de puntos” se apuesta solo por tres) y que el presidente del Banco Central estadounidense podría volver a pivotar desde su versión más hawkish hacia una más dovish a lo largo de los próximos meses, como ya hizo el pasado mes de junio. En su audiencia de confirmación ante el Congreso, Powell pareció convencer a políticos e inversores de su capacidad para caminar en el alambre mitigando el impulso inflacionista pero sin dañar las perspectivas de crecimiento económico.
La curva de breakevens se mantiene muy invertida demostrando que los inversores apuestan por una normalización en las lecturas de inflación. Adicionalmente merece la pena tener en cuenta que con la pendiente del 10-2 años en 0,8%, a Powell no le queda demasiada holgura a la hora de subir tipos antes de invertir la curva (y despertar el fantasma de la recesión).