En el pasado, el vínculo entre el presidente electo de EE.UU. y el presidente de la Reserva Federal no ha estado exento de tensiones. La relación entre ambos quedó especialmente dañada después de una subida de tasas a finales de 2018 que desató una serie de tuits desde la Casa Blanca. Ahora, con la reelección de Trump, han surgido todo tipo de especulaciones acerca de cómo será la convivencia hasta que el mandato de Powell termine, en mayo de 2026.
Los banqueros centrales son famosos por medir cuidadosamente sus palabras. Por ello, resultó tan estridente el “no” rotundo con el que Jerome Powell respondió en su última rueda de prensa a la pregunta acerca de si dimitiría en caso de que el presidente electo Donald Trump le pidiera abandonar el puesto. Claramente, el periodista había tocado una fibra sensible.
La historia entre ambos se remonta a varios años atrás. Trump criticó duramente a la entonces presidenta de la Fed (2014-2018), Janet Yellen, durante su campaña presidencial de 2016, acusándola de mantener los tipos de interés artificialmente bajos para apoyar a la economía y favorecer las posibilidades del Partido Demócrata, entonces en el poder. Cuando su mandato expiró, un año más tarde, Trump habló elogiosamente de ella, pero decidió romper con la tradición al no renovarla para un segundo período. En su lugar, optó por designar a un republicano como Powell, con la esperanza de que fuera más controlable.
Cuando Powell tomó el relevo, continuó con la política de normalización monetaria iniciada por Yellen, cuyo objetivo era ir alejando progresivamente los tipos de interés del suelo al que habían caído tras la gran crisis financiera. Durante su primer año, el banquero central elevó los tipos de interés tres veces, pero fue la última subida, a finales de 2018, la que provocó tensiones con el equipo de Trump. En ese momento, la inflación estaba controlada, la guerra comercial con China se intensificaba y los indicadores económicos mostraban signos de desaceleración. La reacción del entonces presidente no se hizo esperar: desató una serie de tuits contra Powell y, según se dice, llegó a considerar reemplazarlo, aunque nunca llevó a cabo esa idea.
Después del período de Janet Yellen, Trump optó por designar a un 60 republicano como Powell, con la esperanza de que fuera más controlable
Finalmente, la presión de los mercados –cuando el S&P 500 acumulaba una caída del 20%– llevó a la Fed a reconocer la situación y pausar las subidas de tipos. En junio de 2019 comenzaron los recortes de tasas y, con la llegada de la pandemia en marzo de 2020, volvieron a llevarlos a cero, mientras que Trump se enfrentaba a la recta final de su presidencia.
La relación entre ambos parece que quedó irremediablemente dañada, por lo que la vuelta de Trump a la Presidencia ha hecho que surjan todo tipo de especulaciones acerca de cómo será la convivencia hasta que el mandato de Powell –que, se da por seguro, no renovará– expire en mayo de 2026. Quizás esto explique que Powell haya decidido zanjar de antemano cualquier conjetura. No obstante, enfrentarse a una administración hostil no será tarea fácil y menos si Trump opta por adoptar la propuesta de Scott Bessent, uno de sus principales asesores económicos y potencial Secretario del Tesoro, de designar a un sucesor con antelación, actuando como un “presidente en la sombra” para la Fed.
Esta medida no tiene precedentes, pero es difícil imaginar que vaya a tener un impacto significativo en la política monetaria, sino que es más bien publicitaria. Tampoco estaría exenta de costes, dado que pretender restar autoridad al presidente existente seguramente conlleva un daño reputacional para el candidato designado. Al fin y al cabo, la Fed es un órgano colegiado y sus miembros probablemente no verían con buenos ojos cualquier intromisión de esta índole. Cabe recordar que, aunque el presidente puede nominar a los cargos de presidente y vicepresidente de la Fed al expirar sus mandatos, los 12 presidentes regionales de la Fed son elegidos por sus respectivos consejos del sector privado.
Durante su primer año, Powell subió los tipos de interés tres veces, pero fue la última subida, a finales de 2018, la que provocó tensiones con el equipo de Trump
Aunque algunos han encendido las alarmas sobre la pérdida de independencia del banco central, la realidad es que esta institución siempre ha mantenido un diálogo con los principales agentes económicos, incluido el gobierno, que aprovechan para influir en sus decisiones. En algunos casos, la relación ha sido cercana, como cuando Alan Greenspan y el Tesoro de Robert Rubin colaboraron en la reducción del déficit fiscal a cambio de una política monetaria más laxa. En otros, como entre George H. W. Bush y Greenspan, la relación fue tensa.
En el caso de Trump y Powell, parece que el mandatario ejerció una presión desmedida, mientras que Powell se mostró inflexible, temeroso de parecer una marioneta en manos de quien le había nominado.
La profesionalidad de Powell y el pragmatismo de Trump hacen prever que están condenados a un matrimonio de conveniencia durante el tiempo que les queda juntos. El primero no querrá manchar su legado, especialmente ahora que podría pasar a la historia de la Fed –junto a Alan Greenspan– como uno de los pocos presidentes que ha logrado un “aterrizaje suave” de la economía. Trump, por su parte, no tiene nada que ganar provocando a la Fed mientras los tipos sigan en una trayectoria descendente. Además, es extremadamente sensible a los movimientos bursátiles, dado que considera el valor del S&P 500 como el mejor indicador del éxito de sus políticas.
Cabe recordar que, cuando el pánico se apoderó de los mercados en 2018, no dudó en enviar a su secretario del Tesoro, Steve Mnuchin, a “contra-tuitear” para aclarar que el presidente no estaba considerando despedir a Powell, con el objetivo de calmar a los inversores. En última instancia, fueron los mercados los que entonces obligaron a ambos a entenderse y quienes seguirán actuando como garantes para que no haya injerencias indebidas en la independencia del banco central.