La recuperación económica iniciada después de superar lo peor de la pandemia se ha tropezado con el laberíntico problema de los precios de la energía, en particular con el gas. De hecho, su precio en Europa se ha multiplicado por más de tres desde enero, llegando a niveles históricos. El coste de la electricidad no se queda atrás: el baseload alemán que sirve de referencia en Europa, se ha incrementado considerablemente hasta más de 150€/MWh en los contratos de futuros a 1 mes.
“Desde comienzos de año, el precio de referencia en el mercado europeo del gas ha aumentado más de un 300% y el precio de las emisiones de CO2 echa fuego, con un incremento interanual cercano al 130 %. La electricidad, que está indexada al gas, se ha enganchado a la corriente. Y el petróleo se ha encendido y roza los 80 dólares por barril de Brent, frente a los 45 dólares de comienzos de año”, explica Olivier de Berranger, director de gestión de activos en La Financière de l’Echiquier (LFDE).
En este sentido, los expertos de Lazard Frères Gestion coinciden en que las subidas de precio del gas y de la electricidad están directamente relacionadas; y están vinculadas también a la subida del precio del carbón. “En su origen, el problema viene de la escasez de suministro de gas en Europa, derivado de la disminución del abastecimiento de Rusia por motivos geopolíticos -debate medioambiental sobre el gasoducto ruso-alemán Nord Stream 2- y económicos -fuerte demanda por parte de China que ha optado por boicotear el carbón australiano-”, apuntan.
Según explica la firma de inversión, el aumento de los precios de la electricidad, el gas y el carbón es un círculo vicioso que se retroalimenta: “El aumento de los precios de la electricidad provoca a su vez un desplazamiento del consumo hacia el gas, cuyos precios se mantienen así bajo presión”. Por ahora, los efectos de este rally de precios están siendo muy claros: escasez de electricidad en China, costes disparados en Europa y se echa mano del carbón allí donde es posible, incluso en Alemania, la campeona de las energías renovables.
“Para ver cómo los precios del gas afectan al mercado de la electricidad, hay que observar el mix de energías y la forma en que se forman los precios. Se fijan en el margen en un mercado con capacidades de almacenamiento muy limitadas. Como la demanda es menos elástica que la producción, es el coste del productor marginal el que fija los precios. Si las condiciones meteorológicas son favorables, la producción de energía eólica puede ser abundante y regular, lo que hace que los precios bajen (o incluso sean negativos). Por el contrario, la falta de viento -como ha ocurrido recientemente- contribuye a un aumento de los precios cuando no hay sustituto fósil. En teoría, hay un precio al que resulta rentable explotar las centrales de combustibles fósiles. Una subida del precio del gas no tiene por qué repercutir en los precios mayoristas de la electricidad si se pueden poner en marcha las centrales de carbón. Pero el mercado del carbono reduce esta posibilidad al establecer una especie de techo a la producción de CO2”, aclara Bruno Cavalier, economista jefe de ODDO BHF.
Transición energética: ¿un alto coste?
Tal y como explica Berranger, una parte de todo este incremento es pasajero. “Tras el bloqueo económico decretado por los gobiernos para luchar contra la propagación del COVID-19, es lógico que se produzca una reactivación brusca y, con ello, que se dispare la demanda energética porque, por desgracia, las dos han ido siempre de la mano, por lo menos hasta ahora. Además, el invierno se acerca en el hemisferio norte, lo que atiza la demanda durante algunos meses”, afirma.
Pero, por otro lado, reconoce que existe otra razón de índole más estructural: la transición energética no es gratuita. “Es preciso reconstruir el sistema energético actual y depreciar el valor de las inversiones realizadas en los sectores contaminantes, que son fósiles en todas las acepciones del término. Además, deben fabricarse grandes cantidades de aerogeneradores, paneles solares, baterías, cables y otros equipos. Para eso se necesita energía, así como una cantidad considerable de metales a menudo escasos y cuya producción es particularmente contaminante. Por otro lado, el uso de las energías fósiles está desincentivado por la regulación y el mercado, por lo que su coste de producción tiende al alza. Por lo tanto, nos enfrentamos a una suerte de confrontación de horizontes: queremos descarbonizar a largo plazo recurriendo a una energía contaminante a corto plazo. Esta confrontación necesita financiación y apoyo”, argumenta Berranger.
Algunos analistas advierten que el mercado de CO2, cuyos precios de emisión superaron los 60 euros la tonelada en septiembre, también tiene parte de responsabilidad en esta alza de los precios. Los expertos de Lazard Frères Gestion lo explican así: “Los precios del CO2 han subido mucho desde principios de año, en un contexto de limitación de las cuotas de derechos a contaminar de emisiones asignadas por la Unión Europea. Cualquier energía producida a partir de combustibles fósiles implica la compra de derechos de emisión de CO2 a un precio elevado, lo que repercute directamente en el coste de producción de la electricidad en muchos países sin energía nuclear”.
Para los analistas de DWS ponen el foco en el gas que previsiblemente desempeñará un papel crucial en la transición energética, durante la próxima década. “Aunque es probable que el desequilibrio entre la oferta y la demanda de gas se suavice a lo largo de 2022, la dinámica actual del precio de la energía subraya la necesidad estratégica de contar con un suministro de gas predecible y suficiente capacidad de almacenamiento para mitigar la volatilidad de los precios. Por otro lado, esta dinámica de precios está acelerando la transición hacia las energías renovables. En plena escalada de los precios de la electricidad, el precio medio del contrato de compraventa de energía (Power Purchase Agreement o PPA) a 10 años en Europa ha alcanzado los 55 €/MWh, lo que supone un aumento interanual del 46% y acerca cada vez más la energía renovable europea a la paridad de red. A largo plazo, una cuota de mercado muy superior de la energía renovable, junto con el almacenamiento de energía e hidrógeno verde, podrían contribuir a reducir el precio de la electricidad en Europa. O, dicho de otro modo: el elevado precio de la electricidad responde en gran medida a factores cíclicos (precio del gas) y no estructurales (precio del CO2) que, en nuestra opinión, se mantendrán a medio plazo”, explican en su último análisis.
El papel de los bancos centrales y la inflación
En opinión de Paolo Zanghieri, economista senior de Generali Investments, la Unión Europea (UE) no estaba preparada para afrontar una crisis con el precio de la energía y sostiene que aunque una coordinación entre las políticas de compra de los países de la UE ayudaría a estabilizar los precios, la diversificación de la oferta puede ser una solución más eficaz. Además, recuerda que la política monetaria no es “especialmente útil” para frenar los efectos negativos de esta situación y de un aumento de la inflación asociada al mayor coste de la energía.
“El aumento de la inflación exige mecánicamente un endurecimiento monetario y está detrás de la decisión de algunos bancos centrales, entre ellos Nueva Zelanda y Noruega, de subir ya los tipos. Sin embargo, las prolongadas perturbaciones de la oferta y los elevados precios de las materias primas están perjudicando al crecimiento, lo que exige más cautela. Tanto la Fed como el BCE han insistido recientemente en el carácter temporal del repunte de la inflación y se han resistido mayoritariamente a las peticiones de una retirada anticipada de la política acomodaticia, aunque la preocupación por los precios motiva en parte el hecho de que la mitad de los miembros del FOMC esperen ahora la primera subida de tipos para finales de 2022”, señala Zanghieri.
En este sentido, el experto de Generali Investments apunta que “la aparición de un choque positivo para la inflación y los vientos en contra del crecimiento pueden empujar a los bancos centrales a una tolerancia aún mayor hacia la inflación”, y esto empezaría a ser descontado en el componente de riesgo de inflación de los rendimientos de los bonos. Además de la incertidumbre que genera, las continuas sacudidas adversas de la economía afectarán a los mercados financieros. “La correlación positiva resultante entre el precio de los bonos y el de las acciones puede reducir las oportunidades de diversificación en un momento en que las perspectivas económicas se vuelven más inciertas, aumentando las primas de riesgo”, concluye.
En opinión de Chris Iggo, CIO Core Investment en AXA IM, estas subidas de precios se suman a las preocupaciones sobre la inflación, además han sido un factor clave detrás del aumento más reciente en los inflation breakeven en el mercado de bonos. “Sin duda, es algo más de lo que deben preocuparse los inversores, ya que no sería una buena combinación si los precios de la energía y los tipos de interés siguieran aumentando. La relación entre el crecimiento real y la inflación ya se ha reducido e, históricamente, esto no ha sido una gran señal para las bolsas».
De cara a finales de año, Yves Bonzon, CIO del banco privado suizo Julius Baer, considera que los precios deberían enfriarse. En su opinión, la brutal escalada de los precios es un ejemplo de la implacable dinámica que en ocasiones se desencadena en los mercados de materias primas. “El fuerte repunte del crecimiento desafía las complejas y lentas cadenas de suministro de la energía, lo que implica que las tensiones pueden aparecer con mayor celeridad y durar más tiempo. Esta feroz dinámica de mercado parece ser característica del habitual burbujeo que se forma en torno a los picos de ciclo. Los precios deberían enfriarse a finales de este año, puesto que los mecanismos de autorreparación del mercado se han activado”, apunta para cerrar este análisis.