Los bancos centrales y los responsables políticos consideran que un pequeño y constante repunte en los precios al consumo resultaría ideal. Un incremento comedido en los precios espolearía el crecimiento económico al incentivar a los consumidores a adquirir bienes y servicios en estos momentos porque serán más caros en el futuro. Ahora bien, una excesiva inflación erosiona el poder adquisitivo de los consumidores. La deflación —o caída en los precios— tiene el efecto contrario. Cuando los precios caen, los compradores deciden no gastar, a la espera de que los precios retrocedan aún más, lo que debilita la actividad económica.
Los deudores acogen con agrado una leve inflación. A medida que los precios aumentan —y los ingresos, con suerte, siguen el ritmo—, las deudas a tipo fijo, como las hipotecas, pasan a ocupar una menor proporción en los presupuestos familiares. Asimismo, los grandes emisores de deuda, como los gobiernos y las empresas, reciben con satisfacción algo de inflación por el mismo motivo.
Dos tipos de inflación
En líneas generales, hay dos tipos de inflación, y la economía estadounidense está mostrando ligeros indicios de ambas a medida que nos vamos recuperando de la pandemia. El primer tipo es una inflación impulsada por la demanda, que se da cuando la demanda de bienes y servicios rebasa la capacidad de la economía para suministrarlos. Hemos percibido signos de este tipo de inflación a lo largo del año pasado más o menos, conforme la economía ha ido saliendo de los confinamientos. El otro tipo es una inflación propulsada por los costes, por la que, a menudo debido a las perturbaciones de la oferta, el aumento de los costes de los insumos, como la mano de obra y las materias primas, se traduce en una subida de los precios.
Repercusiones para la inversión
La inflación es el enemigo de los inversores en renta fija, habida cuenta de que, con el tiempo, las subidas de precios merman el poder adquisitivo del cupón fijo de un bono.
La inflación también puede suponer un lastre para los inversores en renta variable, en especial en el corto plazo, aunque las acciones se han perfilado, en términos históricos, como una cobertura sólida a largo plazo frente a niveles moderados de inflación.
A corto plazo, el aumento en los costes de los insumos puede erosionar los márgenes de beneficio de las empresas, en particular en el caso de aquellas que operan en sectores con una feroz competencia y que no cuentan con mucho poder de fijación de precios. La historia tras la Segunda Guerra Mundial muestra que los periodos en que se registra una gran inflación pueden perjudicar a la renta variable, dado que las acciones revelaron un comportamiento bastante pobre durante los repuntes de dos dígitos en la inflación que se observaron en la década de los setenta.
Los efectos indirectos de la inflación pueden incidir en la rentabilidad de la renta variable también. Por ejemplo, una subida de los tipos de interés para contrarrestar la inflación puede desembocar en una contracción de las valoraciones de los activos, ya que el valor actual neto de los flujos de caja futuros de una acción debe descontarse utilizando un tipo de interés más alto. Esto hace que las acciones de crecimiento se vuelvan especialmente sensibles a los tipos de interés, algo que los inversores podrían tener en cuenta dada la actual conjugación de bajos tipos de interés y exigentes valoraciones.
Coberturas frente a la inflación tradicionales
Entre los activos que, desde una perspectiva histórica, han contribuido a neutralizar un repunte en la inflación cabe reseñar los activos físicos como los bienes inmuebles y las materias primas, las acciones de valor (que suelen presentar valoraciones inferiores y una menor sensibilidad a los tipos de interés que las acciones de crecimiento, los valores del Tesoro estadounidense protegidos frente a la inflación (TIPS) y los valores a tipo flotante.
En cambio, por lo general, los entornos de inflación al alza han afeado el atractivo de los bonos de larga duración, los valores con características similares a los bonos como los servicios públicos y las infraestructuras no vinculadas a la inflación, y las acciones de crecimiento.