El oro se sitúa por encima de los 2.500 dólares la onza, haciendo amago de volver a romper sus máximos históricos. Está claro que su valor como activo refugio brilló con fuerza en las primeras semanas de agosto tras el shock de volatilidad que vivieron los principales mercados de renta variable, provocando que el subiera tras varias sesiones a la baja. Pasado este “susto”, ¿qué puede seguir impulsado su valoración?
En opinión de Charlotte Peuron, gestora de fondos de renta variable de Crédit Mutuel Asset Management, el aumento de su precio hasta los 2.400 dólares por onza ha sido impulsado por los inversores occidentales, a través de las compras de ETF de oro, y el entorno financiero más favorable para el oro. Según sus perspectivas, dada la tendencia a la baja del dólar frente a otras divisas y de los tipos de interés reales estadounidenses, esperamos que la tendencia del oro continúe.
“La tendencia alcista de los precios del oro se remonta a 2022. Los factores que explican este movimiento son tres: la demanda sostenida de joyas; la inversión en oro físico (monedas y lingotes) por parte de inversores asiáticos; y las compras masivas por parte de los bancos centrales de los países emergentes, y de China en particular, que desean diversificar sus reservas de divisas y reducir así su exposición al dólar estadounidense”, explica Peuron.
Para James Luke, gestor de fondos especializado en materias primas de Schroders, a estos factores hay que sumar que los cambios en las tendencias geopolíticas y fiscales preparan el terreno para una demanda sostenida de oro, y los mineros de este metal podrían estar preparados para una importante recuperación.
“La fragilidad geopolítica y fiscal –tendencias directamente vinculadas a las vertientes demográfica y de desglobalización que, junto con la desglobalización, caracterizan el nuevo paradigma de inversión que en Schroders hemos denominado el 3D Reset- se combinan hoy para forjar un camino hacia un impulso mundial sostenido y múltiple de los suministros de oro. En nuestra opinión, esto podría desencadenar uno de los mercados alcistas más fuertes desde que el presidente Nixon cerró la puerta al oro en noviembre de 1971, poniendo fin a la convertibilidad del dólar estadounidense en oro”, argumenta.
Hacia un mundo polarizado
Una de las reflexiones más interesantes que realiza Luke es que la fortaleza del oro refleja el cambio hacia un mundo más polarizado. “El endurecimiento de la tensión entre Estados Unidos y China, y las sanciones impuestas a Rusia tras la invasión de Ucrania en 2022, han impulsado las compras récord de oro por parte de los bancos centrales como activo monetario de reserva”, afirma EL gestor de Schroders.
Actualmente, los 300.000 millones de dólares de activos de reserva rusos congelados demuestran claramente lo que la “militarización” del dólar estadounidense -o lo que es lo mismo, la hegemonía del dólar – puede significar realmente. En su opinión, la enorme emisión del Tesoro estadounidense para financiar déficits interminables también suscita dudas sobre la sostenibilidad de la deuda a largo plazo. Además, recuerda que los bancos centrales -China, Singapur y Polonia, los mayores en 2023- han estado escuchando, aunque las compras récord sólo han hecho que las reservas de oro pasen de representar el 12,9% del total de reservas a finales de 2021 al 15,3% a finales de 2023.
“Desde una perspectiva a largo plazo, las compras de los bancos centrales reflejan bien la evolución de la dinámica geopolítica y monetaria/fiscal mundial. Entre 1989 y 2007, los bancos centrales occidentales vendieron todo el oro que les fue posible en la práctica ya que después de 1999 se vieron limitados por los acuerdos sobre el oro que alcanzaron los bancos centrales para mantener el orden en las ventas. En aquel mundo posterior al Muro de Berlín y a la Unión Soviética, en el que la democracia liberal liderada por EE.UU. estaba en auge, la globalización se aceleraba y los indicadores de deuda de EE.UU. eran francamente pintorescos en comparación con los actuales, por lo que la desmonetización del oro como activo de reserva parecía totalmente lógica”, explica.
Ahora bien, matiza que la crisis financiera de 2008, la introducción de la flexibilización cuantitativa y las tensiones geopolíticas incipientes bastaron para frenar las ventas occidentales y atraer discretamente al mercado del oro a los bancos centrales de los mercados emergentes, hasta una media de 400 toneladas anuales entre 2009 y 2021. Según Luke, “son cifras importantes, menos del 10% de la demanda anual, pero no sísmicas”.
En cambio, advierte que las más de 1.000 toneladas de oro -lo que supone el 20% de la demanda mundial- compradas por los bancos centrales en 2022 y 2023, un ritmo que continuó en el primer trimestre de 2024, es potencialmente sísmico. “Parece totalmente plausible que la tensa dinámica actual de poder establecido/poder emergente, combinada con la fragilidad fiscal que se cierne no solo sobre la moneda de reserva que emite EE.UU. sino sobre todo el bloque económico desarrollado, pueda desencadenar un movimiento sostenido hacia el oro”, defiende.
En este sentido, y dicho sin rodeos, su principal conclusión es que “el mercado del oro no es lo bastante grande como para absorber un movimiento tan sostenido sin que suban mucho los precios, sobre todo si otros actores mundiales también intentan entrar más o menos al mismo tiempo”.