Esta ha sido la primera vez en la historia en la que hemos visto cómo las bolsas se han movido al compás de los bancos centrales. Para James Bateman, jefe de Inversiones del área de Inversión Multiactivos de Fidelity, 2018 es el año en el que esa influencia disminuirá, ya sea a través de la reducción de las compras de activos, en el caso del BCE, o el fin de las reinversiones de activos por parte de la Reserva Federal.
La gran pregunta para 2018 es qué va a ocurrir cuando los bancos centrales plieguen velas. Algunos creen que las consecuencias serán escasas, ya que la demanda de los inversores será suficiente para compensar esta falta. “El riesgo es que los inversores entren en pánico, bien porque piensen que los tipos de interés van a subir más de lo previsto, o simplemente porque los bancos centrales ya no estén ahí para sostener los activos de riesgo. En el mejor de los casos, el final de la relajación cuantitativa probablemente ponga a prueba la mentalidad de comprar en las caídas, sobre todo en los mercados de renta fija como el de los bonos investment grade de Estados Unidos”, explica Bateman
¿Están las preocupaciones mal dirigidas? Cabe recordar que los bancos centrales podrían volver a abrir el grifo, como Mario Draghi prometió que haría en caso necesario. Sin embargo, Bateman advierte que para eso la política monetaria tiene que seguir libre de las ataduras de la inflación, que ha permanecido aletargada desde la crisis financiera. “De hecho, solo han pasado 18 meses desde que el miedo a la deflación llegó a su culmen con los rendimientos de la deuda pública alemana a 10 años cotizando en el -0,3% y un tercio de toda la deuda pública cotizando en rendimientos negativos”, apunta.
¿Cambio de régimen?
En opinión de Bateman, la posibilidad de un cambio de régimen no debería desecharse a la ligera. Este experto considera que los bancos centrales llevan en modo expansivo durante mucho tiempo. Además, los mercados laborales emiten señales de tensiones en casi todas las grandes economías, con algunas grandes excepciones en la zona euro, y en algún momento, los trabajadores se sentirán lo suficientemente seguros como para pedir un aumento de sueldo.
“Bien es cierto que la inflación salarial se ha dejado sentir a tasas de paro más altas que en el pasado, pero eso no significa que no vaya a volver nunca más. Cuando golpee, puede acelerarse rápidamente y esa rapidez mermaría el margen de maniobra de los bancos centrales”, advierte.
Además de las presiones alcistas sobre la inflación, están apareciendo algunas fuerzas deflacionistas. Por ejemplo, el descenso del 50% del precio del petróleo en 2014, no podría repetirse sin provocar enormes perjuicios a la industria petrolera. Según Beteman, “en un plano más general, la deflación de los bienes de consumo provocada por la integración de China y otras economías emergentes ha quedado atrás en su mayor parte, y poco más tendrá que venir de la integración de otras economías”.
Los riesgos deflacionistas estructurales se exageran
Pese a repasar estas fuerzas deflacionistas, Bateman considera que algunos argumentos estructurales a favor de la deflación son exagerados. “Internet es un buen ejemplo de ello: la gente argumenta que la capacidad de comparar presiona a la baja los precios y los márgenes de los fabricantes. Puede ser cierto, pero Internet también ha coincidido con un periodo de baja inflación en todo el mundo y su impacto deflacionista podría haberse visto agravado por las circunstancias”, apunta.
Sin duda, considera que la inflación es un riesgo para el próximo año, por lo que cree que los inversores deberían considerar la posibilidad de proteger sus carteras contra la inflación. “Los préstamos a tipo variable son una buena opción en este sentido, ya que han generado unas plusvalías relativamente discretas en 2017 y ofrecen unos rendimientos estables. Más allá de la protección contra la inflación, mantendría una postura favorable a la renta variable, pero tendería a reducirla conforme vaya avanzando el año”, concluye