La historia del último cambio de moneda que vivió Chile, como tantas otras a lo largo de América Latina, tiene la hiperinflación como telón de fondo. En las casi cinco décadas que han pasado desde entonces, la divisa ha logrado mantener su solidez, pese a los frecuentes episodios de turbulencia de los últimos años.
El fin del reino del escudo, la anterior moneda del país andino, llegó en un contexto de crisis económica. La inflación alcanzó su punto álgido, con datos de tres dígitos nunca antes vistos, durante el gobierno de Salvador Allende, que terminó con el golpe de Estado de 1973 que sumió a Chile en una dictadura militar de 17 años.
Unas de las reformas que implementó el régimen de Augusto Pinochet, en el golpe de timón con el que redirigió el grueso de la economía chilena, fue la instalación de una nueva moneda. “A partir del 29 de septiembre de 1975, la unidad monetaria de Chile será el ‘peso’ cuyo valor y poder liberatorio será igual a unos mil escudos de la moneda en actual circulación. Su símbolo será la letra S sobrepuesta con una o dos líneas verticales y se antepondrá a su expresión numérica”. Esa fue su presentación formal, en decreto de ley 1.123 del Ministerio de Hacienda.
El cambio de moneda no fue pacífico. La inflación siguió hirviendo y, una vez que se liberó el tipo de cambio, el dólar empezó a escalar frente al recién instalado peso. Un hito clave, con la crisis económica idiosincrática que azotó al país austral a partir de 1982, la peor que había vivido desde los años 30, se dio luego de que las turbulencias económicas de los primeros años de la dictadura llevaron a la intervención de distintos bancos en el país austral entre noviembre de 1981 y enero de 1983. En ese contexto, el gobierno decidió devaluar la divisa en un 18%.
Siguiendo el ritmo de los altos y bajos de la economía local, el peso chileno pasó un buen puñado de años depreciándose. A veces paulatinamente, a veces con menos gentileza. El precio fijo determinado –de 39 pesos por dólar– se hizo insostenible en 1982. Hacia delante, el peso se fue devaluando, pasando la barrera de los 100 pesos por dólar en 1984, según cifras del Banco Central de Chile (BCCh).
Siguiendo el ritmo de los altos y bajos de la economía local, el peso chileno pasó un buen puñado de años depreciándose. A veces paulatinamente, a veces con menos gentileza. El precio fijo determinado –de 39 pesos por dólar– se hizo insostenible en 1982
En medio de ese período, el régimen que dio luz al peso llegó a su fin tras el plebiscito de 1988, que determinó la transición hacia la democracia y dio paso al gobierno de Patricio Aylwin, que se extendió entre 1990 y 1994. Ese período se caracterizó por un crecimiento económico relativamente fuerte y como el inicio del fenómeno llamado por algunos como “el milagro chileno”.
Cifras del Banco Mundial ubican la expansión anual del PIB en 7,3% para 1988, saltando a 9,9% el año siguiente y marcando un máximo de 11,2% en 1992. Descontando la contracción de 1999 –mientras el país lidiaba con los coletazos internacionales de la crisis asiática–, los años 90 oscilaron entre el 4% y 5%, sin embargo, el peso se seguía depreciando, aunque más paulatinamente. A inicios de octubre de 1988, el mes del plebiscito, la paridad cambiaria se ubicaba en torno a 245 pesos por dólar; al cierre de 1990, ya se ubicaba sobre los 330 pesos.
Desde ese punto, siguió subiendo a lo largo de los años hasta un peak sobre los 750 pesos entre finales de 2002 y principios de 2003. Luego, vino un período de recuperación para la divisa andina, con el dólar bajando gradualmente hasta los 440 pesos en el primer trimestre de 2004.
Un presente sacudido
La siguiente década fue de relativa estabilidad, con el tipo de cambio transitando entre los 450 y los 700 pesos hasta que la volatilidad se encendió nuevamente a finales de 2019, cuando se iniciaron las protestas contra el alza del costo de vida en octubre de ese año. Este fenómeno, conocido como el “estallido social”, llevó al dólar por primera vez sobre los 800 pesos, gatillando una intervención por parte del Banco Central, entre diciembre de 2020 y enero de 2021. En esa ocasión, se vendieron 2.550 millones de dólares en spot, además de distintos programas de liquidez.
Desde ese punto, el peso ha tenido distintos episodios de desvalorización. Las condiciones globales adversas de la pandemia de COVID-19 y los eventos geopolíticos, sumado a la incertidumbre política en el país –incluyendo dos proyectos fallidos de nueva constitución, de distinto color político–, llevaron al tipo de cambio a superar los 1.000 pesos por primera vez en la historia, en julio de 2022.
En ese momento, llegó una segunda intervención cambiaria, que se extendió hasta finales de septiembre de ese año. En esa ocasión, el BCCh enajenó 6.150 millones de dólares en el mercado spot.
Más recientemente, los nubarrones en el mercado cambiario local se han visto apoyados por un desajuste entre la política monetaria del país y el resto del mundo. El BCCh inició en julio del año pasado una ambiciosa campaña de normalización monetaria, inaugurada con un recorte de 100 puntos base de la Tasa de Política Monetaria (TPM).
Recientemente –y en parte por la volatilidad que le inyectó al tipo de cambio–, el ente rector ha ido moderando la bajada de los tipos de interés, pero suma una caída de más cinco puntos porcentuales, pasando de 11,25% a 5,75% en doce meses. Esto, comentan en la plaza local, ha ayudado a mantener la paridad sobre los 900 pesos por dólar, donde seguía al momento de escribir este artículo.
Pese a los episodios de volatilidad a lo largo de los años –olvidados en las décadas más recientes, pero incrustados firmemente en la historia económica del país–, el peso ha logrado mantener su credibilidad como una moneda consolidada. Y la clave, según destacan economistas, viene de la institucionalidad que refleja.
Una materia de instituciones
¿Qué ha permitido que el peso chileno subsista por casi 50 años? Economistas de la plaza santiaguina apuntan a la consolidación institucional como un ingrediente clave.
“Probablemente uno de los elementos que caracteriza a la evolución del peso chileno y el desarrollo de su economía y su mercado de capitales, tiene que ver con las instituciones”, comenta Sergio Lehmann, economista jefe de Bci, en entrevista con Funds Society. En el caso chileno, esta institucionalidad es algo que se ha ido reforzando a lo largo de los años.
Desde Fynsa, el economista jefe Nathan Pincheira concuerda con el diagnóstico. Dos períodos en particular, indica, representaron hitos de solidez para la divisa: la crisis bancaria de 1982 y la crisis asiática de 1998. En el caso de la primera, explica el profesional, la turbulencia trajo consigo una serie de reformas enfocadas en el mercado. “Eso llevó a que, en la década de los 90, sumado al retorno de la democracia y las altas tasas de crecimiento, el peso se consolidara como una moneda relativamente estable”, señala.
A finales de los 90, la crisis llevó a la consolidación de algunos procesos institucionales a inicios de los 2000. “Eso sentó las bases principales para que hoy, independiente de los movimientos de los últimos años, tenga la estabilidad relativa frente a otras monedas en Latinoamérica”, acota. Una institución en particular ha jugado un rol fundamental en esta historia: el Banco Central de Chile. Para Lehmemann, la señal de una institucionalidad sólida es un ente rector de corte autónomo, técnico e independiente porque, “al final, la moneda está muy ligada con la institución del propio banco central” del país que la emite.
El economista también enfatiza en que el BCCh adquirió su autonomía relativamente temprano –en 1989, específicamente–, pero que incluso antes “había consciencia de que era necesario ir implementando una política monetaria responsable, que no generara desequilibrios o presiones que provocaran mayor inestabilidad”.
Los factores fiscales también son algo que ha apoyado el afianzamiento del peso en el país austral. Pincheira, de Fynsa, destaca la incorporación de una meta de balance estructural de la evaluación del presupuesto, lo que sentó una regla para el gasto público, mientras que Lehmann enfatiza en que las monedas actúan como “termómetros” para medir la visión del mercado de una economía. Y un ingrediente relevante de esto es el manejo de las finanzas nacionales.
Un tercer pilar, para el economista de Bci, es la institucionalidad del regulador financiero. Este pilar también es sólido, señala, perfeccionándose con la creación de la Comisión para el Mercado Financiero (CMF). Esta entidad reemplazó a la Superintendencia de Valores y Seguros (SVS) y la Superintendencia de Bancos e Instituciones Financieras (SBIF) a partir de diciembre de 2017.