Las condiciones macroeconómicas de los mercados emergentes fueron deteriorándose a lo largo de 2018, especialmente desde mediados de año, hasta tal punto que Amundi Asset Management tuvo que ir reduciendo sus expectativas de crecimiento. Además, estuvo incorporando constantemente a sus proyecciones un aumento de la probabilidad del riesgo de pérdidas, prácticamente eliminando cualquier riesgo alcista. Actualmente, la gestora tiene registrada una probabilidad del 25 % del primero, frente a un 5 % del segundo. El diferencial de crecimiento entre los mercados emergentes y los desarrollados se encuentra posicionado a favor de estos últimos, gracias a la solidez del ciclo de Estados Unidos.
De cara a 2019, Amundi prevé una cierta desaceleración económica durante los seis primeros meses, seguida de una suave “reaceleración” en la segunda mitad del año, a no ser que se produzca un escenario recesivo en Estados Unidos y China. El desempeño económico y financiero de los mercados emergentes estuvo afectado por turbulencias idénticas en 2018, debido a una política comercial insensata que implicó un cambio en el proceso de globalización tal y como lo conocemos y al proceso de normalización monetaria de la Reserva Federal estadounidense.
Se puede argumentar que esto último no fue una sorpresa, pero la repentina apreciación del dólar que comenzó en abril de 2018 inmediatamente cambió las perspectivas para muchos bancos centrales de emergentes, ante la consecuente agitación de sus mercados financieros internos (sobre todo los de renta variable y los de divisas locales). Solo recientemente la retórica adoptada por la Fed ha dado algunas señales de alivio, con una postura más dócil en materia de política monetaria en un ciclo alcista que probablemente esté más cerca de lo previsto de su final.
Sin embargo, las tensiones comerciales y la actitud de confrontación adoptada por la administración estadounidense hacia las prácticas comerciales de China (no siempre consideradas justas) todavía están potenciando los elevados riesgos geopolíticos alrededor del mundo y manteniendo un dólar fuerte como activo clave, evitando así un panorama más positivo para los emergentes a corto plazo.
Parece que, estructuralmente, el mundo está avanzando hacia una menor multilateralidad y el escenario global del comercio es ahora más incierto. Sin embargo, todavía pueden perseguirse buenas prácticas con el fin de mantener algún tipo de cooperación, como, por ejemplo, la modernización de la Organización Mundial del Comercio y/o acuerdos regionales a medida.
Una perspectiva todavía constructiva pero incierta lleva a analizar el tipo de políticas que podrían implementar los mercados emergentes en el caso de que las condiciones económicas sean significativamente distintas al escenario central previsto por Amundi. Por un lado, la gestora considera que merece la pena evaluar qué bancos centrales tienen más espacio para cambiar de actitud y aflojar para poder sostener su ciclo económico, manteniendo un equilibrio entre expectativas inflacionarias poco sólidas y una vulnerabilidad externa todavía alta. Por otro, es importante identificar qué países pueden beneficiarse actualmente de esa política fiscal más prudente adoptada en el pasado reciente.
Durante 2018, se produjo un cambio en la perspectiva para los bancos centrales de los mercados emergentes: en abril, el foco de la política monetaria claramente se movió y dejó de estar centrado a nivel interno para pasar a estar marcado por factores externos, en coincidencia con el camino de fortalecimiento iniciado por el dólar estadounidense.
Para este año, Amundi prevé que esta tendencia continará hasta que termine el ciclo alcista de la Reserva Federal de Estados Unidos. Las deterioradas condiciones macroeconómicas actuales pronto comenzarán a ganar mayor relevancia en las decisiones en materia de política monetaria de los emergentes, condicionando el futuro de los mercados.
La gestora cree que la política monetaria podría ser más alentadora para el ciclo económico en aquellos países con menor vulnerabilidad externa y con mejores expectativas de inflación. Dicho esto, las autoridades monetarias deberían preservar la flexibilidad de sus divisas teniendo en cuenta que el impacto de la volatilidad del mercado de divisas debe permanecer estrictamente controlado. Para lograr un desarrollo económico saludable, el tipo de cambio debería seguir siendo el último amortiguador y solo deberían permitirse intervenciones en estos mercados si atraviesan situaciones muy turbulentas y de elevada volatilidad.
Aquellos gobiernos que todavía no lo han hecho deberían progresar en la articulación de amortiguadores fiscales logrando una trayectoria de deuda más sostenible y a través de objetivos fiscales creíbles, bases impositivas más altas, políticas de subsidios eficientes y normas fiscales transparentes. Cuando los objetivos fiscales estén sujetos a instituciones externas como el Fondo Monetario Internacional, deberían ser realistas. Por ejemplo, en referencia a un caso reciente, Amundi no cree que el objetivo fiscal de Argentina tal y como está planteado en el plan del FMI sea creíble ni asequible. De hecho, a su juicio, probablemente tenga que ser renegociado en cierto punto. Por todo ello, considera que la construcción de amortiguadores fiscales permitirá a los mercados emergentes transitar mejor las épocas complicadas en el futuro.