Invertir lleva aparejado toda una serie de emociones que los inversores deben saber gestionar y controlar. De lo contrario, éstas podrían influir en sus decisiones tanto de forma positiva como negativa. Según advierten los expertos en finanzas conductuales de Oxford Risk, el actual entorno económico, fiscal y bursátil está generando un repunte en la llamada “inversión emocional”.
En concreto, señalan que el reciente aumento de las valoraciones de los criptoactivos y del comercio minorista ha provocado que el “riesgo de la inversión emocional haya alcanzado un nuevo pico”. Según calcula esta compañía, por término medio, la inversión emocional provoca a los inversores una pérdida en su rentabilidad anual del 3%, pero ante la crisis actual considera que este porcentaje puede acabar siendo mayor.
La “inversión emocional” implica que las personas actúen según sus impulsos conductuales y compren y vendan emocionalmente acciones e inversiones en función de las subidas y bajadas de los mercados. En opinión de los expertos, esto suele llevar a la gente a invertir cuando los mercados, las acciones o las clases de activos están en alza, y a vender cuando están en baja, a menudo instigados por una gran cantidad de «ruido» en torno a estas oportunidades de inversión.
“Los inversores suelen perseguir inversiones que les resultan familiares, por ejemplo, empresas muy publicitadas en los medios de comunicación y aquellas que han anunciado recientemente grandes ganancias. Esto se debe a que, en tiempos de estrés, los inversores encuentran consuelo emocional en las inversiones de las que oyen hablar con regularidad y que ofrecen la promesa de rendimientos a corto plazo”, afirman desde Oxford Risk.
En opinión de Greg B. Davies, director de Behavioural Finance Oxford Risk, actualmente tenemos la «tormenta perfecta” para la inversión emocional. “Frente al desplome generado por el coronavirus en el primer trimestre del año pasado, cuando los mercados bursátiles sufrieron grandes caídas, nos encontramos en un mercado alcista en todo el mundo. Ahora, el optimismo es mayor debido a las esperanzas en torno a la aplicación de la vacuna contra el coronavirus y a los programas de estímulo económico y fiscal. Sin embargo, se avecinan enormes problemas económicos en torno al desempleo y a los enormes déficits de gasto público, por lo que debemos esperar lo inesperado en los mercados durante los próximos meses”, señala Davis.
A este optimismo se suma, según Davies, la “fiebre del oro” provocada por los criptoactivos, que están contando con el apoyo de los inversores minoristas pese a ser un activo volátil y poco conocido. “La pandemia significa que muchos inversores son actualmente muy sensibles emocionalmente y tienen un horizonte temporal emocional reducido, lo que aumenta el atractivo de las apuestas para hacerse rico rápidamente”, añade.
Para los inversores que han aumentado su asignación al efectivo durante estos tiempos de volatilidad en los mercados, Oxford Risk estima que el coste de esta «reticencia» a invertir es de entre el 4% y el 5% anual a largo plazo, en términos de rendimiento. Además, calcula que el coste de la «brecha de comportamiento» (pérdidas debidas a las decisiones de sincronización causadas por invertir más dinero cuando los mercados bursátiles son buenos y menos cuando no lo son, es decir, comprar mucho y vender poco) es de media de entre el 1,5% y el 2% anual a lo largo del tiempo.
Frente a este contexto, la compañía considera que un amplio número de gestores de patrimonio y asesores financieros están “mal equipados para ayudar a sus clientes a hacer frente a la montaña rusa emocional y psicológica que han sufrido durante la crisis del COVID-19, y el impacto que ha tenido en los mercados y sus inversiones”.
En este sentido Davies argumenta: “Los procesos de idoneidad de muchas empresas de gestión de patrimonio suelen ser demasiado pesados en cuanto a personal, ineficaces y se cargan al principio de la relación con el cliente, para seguir el ritmo de los rápidos cambios de las circunstancias del cliente a escala durante una crisis. La comprensión de la personalidad financiera del cliente suele limitarse a la elaboración de perfiles de riesgo, a menudo erróneos, y a la evaluación humana subjetiva. Muy pocos utilizan medidas objetivas, basadas en la ciencia. No abogamos por eliminar a los humanos del proceso, ya que las conversaciones con los asesores son vitales, sobre todo en una crisis, pero deben estar asistidos por mejores herramientas de diagnóstico que permitan una evaluación precisa de la personalidad del cliente y de sus probables tendencias de comportamiento».