En sus declaraciones del pasado martes, Lael Brainard, gobernador de la Reserva Federal, anunció que el banco central estadounidense podría comenzar a adelgazar el tamaño de su balance tan pronto como el próximo mayo.
El lenguaje utilizado («Dado que la recuperación ha sido considerablemente más fuerte y rápida que en el ciclo anterior, espero que el balance se reduzca considerablemente más rápido que en la recuperación anterior») contrasta con las pistas respecto a futuros ajustes en política monetaria compartidas por Jay Powell en su última conferencia de prensa: «Pensamos que el balance se ajustará de manera predecible en el fondo y que la herramienta activa, reunión a reunión, será el nivel de los fondos federales (…) queremos evitar añadir incertidumbre a lo que ya es una situación muy incierta».
Esta falta de concreción, con el mercado descontando ya una subida del 0,5% en la próxima reunión de mayo, ha incrementado la presión sobre la rentabilidad del bono a 10 años, sacando temporalmente a la curva de la zona de pendiente negativa. Las minutas publicadas el miércoles han aportado su granito de arena. Aunque se habló de un límite máximo mensual de 95.000 millones de dólares (60.000 millones en bonos del Tesoro y 35.000 millones en titulizaciones), no se establece con precisión un volumen de activos objetivo en el que finalizar el tensionamiento cuantitativo (QT). Los miembros de la Fed plantean alcanzar esa velocidad de crucero para el QT en tres meses desde su inicio. Este ritmo es más rápido que la reducción del balance de 2017, cuando la Fed limitó el drenaje mensual a 50.000 millones de dólares y tardó un año en alcanzar ese monto de retiros de forma sostenida.
La inversión en el tramo de 2 a 10 años del que hablamos la semana pasada –que a su vez no ha hecho más que seguir el movimiento en la curva del mercado monetario de las últimas semanas– sostiene la idea de que el tipo de interés real neutro (R*, que equilibra la inversión/consumo con el ahorro de una economía en el largo plazo) se mantiene muy próximo a donde se encontraba antes de la pandemia, y que la inflación será solamente un problema pasajero. Así, los futuros de eurodólar están apuntando un violento giro en política monetaria en un horizonte de 18 a 30 meses.
Esta corriente de pensamiento también implica que si la Fed sigue adelante con su hoja de ruta, el riesgo de recesión –y de corrección más abultada en el precio de activos financieros– debería ir incrementándose rápidamente.
Asumiendo el nivel de tipos implícito para diciembre por la curva OIS, los fed funds ajustados a inflación se situarán por encima de cero, muy cerca de los niveles que resultaron excesivos desde el punto de vista del tensionamiento monetario en 2019.
Hay que tener en cuenta que el potencial de crecimiento económico ha venido disminuyendo los últimos años (CBO lo estima en 1,7%), rebajando el nivel máximo de tipos hasta donde debe llegar la Fed para afectar al consumo, la inversión y la inflación (algo que evidencia la estructura de máximos decrecientes en el panel inferior del gráfico anterior).
El crecimiento real del PIB lo determinan dos pilares, uno más demográfico y el otro asociado con la inversión: el aumento de la población activa y la productividad. El BLS (Bureau of Labor Statistics) proyecta que la tasa de crecimiento de la población activa subirá de media un 0,5% por año hasta 2030, por lo que difícilmente cumplirá con el pronóstico. Echando un vistazo rápido a la gráfica de abajo (izquierda) observamos con claridad cómo el número de personas trabajando o buscando trabajo activamente viene cayendo de forma casi ininterrumpida desde los máximos de 1979.
El inicio de los periodos de expansión más sólidos y longevos ha coincidido casi siempre con mercados de trabajo muy deprimidos, cuya paulatina recuperación aportaba positivamente al crecimiento económico. En esta ocasión, la contribución cíclica de los cambios en la tasa de desempleo sobre el PIB –que desde 1950 oscila entre 0,9% y -0,8%– está ya en zona de máximos (gráfica de abajo derecha). A partir de aquí su aportación muy probablemente sea decreciente.
La productividad, también en tendencia bajista, se sitúa en un 1,2% de media en los últimos 10 años y ofrece margen de mejora en un contexto de recuperación en la inversión. Sin embargo, en base a la equivalencia entre inversión y ahorro, un déficit de cuenta corriente cada vez más negativo merma la capacidad para invertir.
La R* es un concepto difícilmente cuantificable, y existe otra corriente de pensamiento que considera que ahora está por encima de donde se encontraba en 2020 (más cerca del 3% que del 0%), sobre todo por una tendencia estructural a la baja en la tasa de ahorro. Algo que mitigaría a corto plazo el riesgo de recesión (porque la política monetaria de la Fed no sería entonces tan agresiva como parece), pero que podría resultar en riesgos inflacionistas persistentes más adelante.
La vuelta a la normalidad social después de dos años y la transición del consumo de bienes a servicios impulsará una rápida disminución del excedente de ahorro (que en EE.UU. es de 2,3 billones de dólares) como también lo hará la jubilación en masa de los babyboomers, que dejarán de ingresar y comenzarán a gastar más. Además, el aumento de riqueza por la apreciación de activos mobiliarios y financieros puede acelerar esta tendencia.
Por otro lado, el incremento del déficit estructural hasta 2025 (4,9% de media frente al 2% desde 2014 a 2019, según datos del FMI) y la necesidad de invertir para renovar un tejido productivo y residencial anticuado (16 años en el caso del primero, el nivel más elevado desde 1965, y 31 años en lo que respecta al segundo, niveles pico de los últimos 70 años) podrían sesgar los próximos años la balanza a favor de la inversión impulsando al alza la tasa R*.
Sea como fuere, y en línea con nuestros comentarios de la semana pasada, el mercado no parece estar descontando esta incertidumbre adecuadamente. El miércoles inauguraremos el inicio del periodo de publicación de resultados del 1T en EE.UU. y es probable que los empresarios se muestren cautos respecto al segundo y tercer trimestre. Sorprende que, en un entorno donde los riesgo son cada vez mayores, los analistas estadounidenses de renta variable, según datos de Factset, tengan tantas acciones de recomendación de «COMPRAR» como no se veía desde 2010.