“De lo único que tenemos que tener miedo es del propio miedo”. Esta cita del presidente estadounidense Franklin Delano Roosevelt en los peores momentos de la Gran Depresión destaca un tema central que aborda el economista de la Universidad de Yale Robert Shiller. Sin embargo, este foco de atención no se debe a que estemos en medio de una recesión tan grave como la de los años 30, sino porque, según Shiller, las emociones humanas y las historias que nos contamos unos a otros pueden mover la economía tanto como la construcción de viviendas y la actividad manufacturera. Capital Group destaca en este análisis algunas de las opiniones del economista.
Después de la crisis financiera mundial, la credibilidad de muchos economistas se puso en entredicho, ya que la peor recesión desde la Gran Depresión les cogió por sorpresa. Este golpe llevó a Shiller a alentar a sus colegas a prestar tanta atención a las historias como a las estadísticas económicas.
El nuevo libro de Shiller, «Narrative Economics», argumenta que el estudio de la economía se ha vuelto miope y debe recuperar una visión más amplia sobre el funcionamiento de nuestro mundo. «La economía no vive aislada, sino que es una combinación de psicología, antropología, historia y ciencias políticas. Estas disciplinas están profundamente interrelacionadas”, asegura el autor.
Cómo una historia se hace viral
Shiller parte del supuesto de una ciudad que alberga una gran empresa multinacional en la que trabajan muchos de los vecinos. En los eventos locales y en las charlas a la entrada del trabajo, estos comienzan a expresar preocupación por el destino de la compañía y los posibles despidos. Incluso si el negocio está funcionando bien, la posibilidad de que lleguen tiempos difíciles podría llevar a pensarse mejor la idea de comprar un automóvil o gastarse el dinero en unas vacaciones en el extranjero.
Así es como las ideas “se hacen virales”, cuando emociones como el miedo pueden influir en las decisiones que toman las personas y las empresas, apunta el economista. Si esta idea se contagia por toda una región o incluso en un país entero, la salud de la economía podría verse afectada, explica Capital Group en este análisis.
En esos momentos, Shiller aconseja a los economistas que recurran al manual de los epidemiólogos: centrarse en la región afectada e investigar las emociones más subjetivas que motivan a las personas. “Te pones a charlar con la gente de la zona infectada y les dices: ‘Tu vecino está realmente enfermo. Deberías vacunarte. Todavía no es demasiado tarde’”, afirma Shiller, que ganó el Premio Nobel de Economía en 2013 (junto con dos economistas de la Universidad de Chicago) por su trabajo de análisis de los precios de los activos y la ineficiencia de los mercados.
Shiller explica que, armados con datos y una comprensión de los temas narrativos que impulsan la acción humana, los economistas pueden obtener una visión más completa de lo que está sucediendo en una economía y ofrecer un pronóstico más claro de lo que se avecina.
El hombre contra la máquina
En la actualidad, los medios dedican mucho espacio a hablar sobre las nuevas tecnologías que automatizan los empleos y sustituyen a los trabajadores. Esto no es nuevo. En realidad, esta narrativa surgió en los albores de la era industrial, cuando las máquinas de tejer mecanizadas comenzaron a reemplazar a los trabajadores textiles a principios del siglo XIX en Inglaterra. Entonces, los luditas, un grupo de trabajadores textiles, lucharon contra la automatización destruyendo las máquinas que los estaban reemplazando, y así se convirtieron en el germen de los movimientos antitecnológicos.
“La automatización nos hace pensar en una fábrica prácticamente sin empleados. En ella, solo hay unos pocos científicos en una sala de control apretando botones, y todo el trabajo lo realizan robots. Por otro lado, la inteligencia artificial es ese espacio donde las máquinas son más inteligentes que tú”, señala Shiller. ¿Se hará realidad algún día este laboratorio al estilo “Black Mirror” que describe Shiller? Esa no es la cuestión, afirma Shiller. Solo basta con el temor de que algo así podría suceder. “Nuevas historias dramáticas sobre inteligencia artificial podrían dar lugar a una grave recesión”, advierte el economista.
Lo viejo se hace nuevo
En su libro “Progreso y miseria”, el periodista y economista político Henry George escribe sobre la paradoja de la creciente desigualdad en medio del progreso económico y tecnológico, un tema muy estudiado entre expertos y académicos actuales. Pero George escribió el libro en 1879, después de casi una década de crisis económicas devastadoras. “Él ya menciona a las máquinas que sustituyen a las personas. Y además dice que tenemos la obligación de ayudar a quienes pierden el empleo debido a las máquinas”, comenta Shiller.
Fundamentalmente, lo que George quería era hacer que los ricos pagaran impuestos, señala Shiller. En aquel entonces, los ricos eran los terratenientes. Hoy serían los que controlan el capital y la propiedad intelectual. El impuesto financiaría un “dividendo ciudadano” para quienes fueron desplazados por las fuerzas tecnológicas.
Otra historia antigua que se ha recuperado gira en torno al debate actual sobre el bitcoin
Shiller explica que el relato se remonta a William Jennings Bryan y los debates sobre el bimetalismo, práctica que permitía a la plata y al oro respaldar el papel moneda, a fines del siglo XIX. Ambos movimientos se desarrollaron al margen de los círculos elitistas financieros e industriales. Los campesinos endeudados se rebelaron contra un sistema que percibían como perjudicial para ellos. A raíz de la crisis financiera, en la que muchos propietarios se vieron con la soga al cuello y hasta sufrieron embargos, la idea de una moneda alternativa independiente de los caprichos de Wall Street resulta atractiva, apunta el economista.
Mientras los observadores del mercado vigilan los datos para detectar vientos económicos desfavorables que podrían predecir una recesión, los economistas y otros comentaristas deberían prestar atención al ejemplo de Franklin Delano Roosevelt, asegura Shiller, cuyas tertulias junto a la chimenea ofrecieron un consejo reposado a una nación ansiosa. “Esas palabras inspiraron a la gente y marcaron un punto de inflexión en los días más oscuros de la Gran Depresión”, dice Shiller.