La onda expansiva del giro en política monetaria, orquestada por la Reserva Federal, ha llegado a Europa amplificada por la convulsa rueda de prensa de Lagarde la semana pasada.
Con un 68% de los bancos centrales en países emergentes y un 33% en economías desarrolladas embarcados en ciclos alcistas, este cambio de discurso está arrastrando al alza la rentabilidad de los bonos del tesoro a nivel global.
Así, el valor de mercado de bonos soberanos con TIR negativa ha pasado de 18.000 millones de dólares en 2020 a 4.500 millones hoy en día. El repunte en los «shadow rates», impulsado por el drenaje o suspensión de programas de compra de activos, ha incrementado la prima por plazo –que ya es casi positiva– afectando negativamente los precios de la renta fija emitida por gobiernos.
El movimiento ha sido brusco, y ha posicionado las expectativas del mercado demasiado lejos de las guías de la Fed y, sobre todo, del BCE.
En Europa, el mercado de swaps (OIS) ha descontado que Lagarde activará el ciclo alcista en julio y que podría subir, al menos cinco veces hasta diciembre, el tipo de depósito al 0,1% desde el -0,5%.
Si la crisis en Ucrania va remitiendo, y el precio del petróleo y del gas natural se estabilizan, este escenario se antoja excesivamente pesimista.
La inflación subyacente cayó, y el inesperado incremento en el HICP se explica por el repunte en el precio del gas natural (y la revisión al alza del techo de precio en Italia), por un ajuste en la metodología de cálculo utilizada por Eurostat –que incrementa el peso de la energía en la cesta en un 15%- y por un efecto compensatorio inferior al anticipado del IVA alemán. Aislando estos factores, el IPC habría estado cerca del 4,6%, aproximándose al 4,4% que barajaba el consenso de economistas.
Además, la silla de Lagarde no está aún tan caliente como la de Jerome Powell, y como ella misma reconoció, se lo pensará dos veces antes de repetir el error de cálculo de JC Trichet (2011). En Europa, la renta equivalente al propietario sube un 1,1% en tasa interanual (un 4% en EE.UU.) y los salarios (que de momento permanecerán estables hasta las negociaciones de los sindicatos alemanes del sector metalúrgico en unos meses) experimentan una subida nominal del 1,35%, la más baja en 30 años, en contraste con un 5,7% (ingresos medios por hora trabajada) registrado en el mercado laboral estadounidense. A pesar de que las expectativas de inflación a largo plazo están bien ancladas, con el IPC swap 10 años aún cerca del 2% y la curva de break evens invertida, el índice HICP aún no ha conseguido reconquistar la línea tendencial del 2% anual. Y no olvidemos que si Powell está mirando de reojo la pendiente de la curva, Lagarde vigila la evolución de la prima de riesgo en bonos periféricos.
La incidencia del brote de contagios por Ómicron sobre la economía ha sido mayor en Europa que en EE.UU., y los síntomas de reactivación en cadenas de suministros van acumulándose: la congestión portuaria en el puerto de Los Ángeles (de media móvil de cinco días en puerto) ha comenzado a descender, y Maersk habla de una normalización en el mercado de transporte marítimo durante la segunda mitad del año. Adicionalmente, un contexto de desescalada de las tensiones en Ucrania o un inminente acuerdo entre Irán y EE.UU. supondrían una rápida relajación en los índices de precios, como anticipa el desplome del subíndice de inflación del ZEW.
Considerando todo lo anterior, se hace complicado encontrar justificación fundamental a la apuesta del mercado por un incremento del 0,50% de los tipos en tan solo cuatro juntas (julio, septiembre, octubre y diciembre). Los diferenciales en tasas reales justifican un fortalecimiento del euro, que sería otra válvula de escape con los índices de condiciones financieras comenzando a tensionarse.
Es más factible que, una vez extinguido más rápidamente el APP, el BCE empiece a actuar en diciembre. La perspectiva de medio plazo amerita comenzar la normalización en política monetaria. Asimismo, el crecimiento por encima del potencial puede persistir más tiempo si consideramos que la capacidad ociosa en Europa es mayor que en EE.UU. y que, a pesar de una tasa de paro en mínimos, el número de horas trabajadas está todavía por debajo de los niveles prepandemia. Además, mientras que los estadounidenses cada vez están más cerca de enfrentarse a un «precipicio fiscal» (el tiempo corre en contra de Joe Biden y su proyecto Build Back Better), en Europa las inversiones derivadas del paquete fiscal Next Generation impulsarán el crecimiento en 2022 y 2023, beneficiando en particular a los países de la periferia.
A pesar de estos riesgos de cara a 2023, y reconociendo que lo más prudente es una postura conservadora a medio plazo en el manejo de la duración, la TIR del Bund ya tiene mucho descontado. El valor teórico –calculado asumiendo una subida del 0,15% en diciembre, un incremento en los activos en balance del BCE por 250.000 millones de dólares y una lectura de HICP del 3%– estaría en un 0,4% respecto al 0,28% al que cotiza.
Respecto al TBond estadounidense, es intrigante plantearse, incluso si la TIR sube algo más, si se cumplirá la pauta histórica de los últimos 46 años y la rentabilidad anual total del activo continuará sin encadenar dos ejercicios consecutivos de pérdidas.
Lo cierto es que la tesis tiene cierto soporte a corto plazo: el mercado descuenta cinco subidas desde marzo hasta diciembre (y la primera de 0,5%), la curva continúa aplanando (y la pendiente es ya de solo 0,51%), el crecimiento -aunque por encima de tendencia- se está moderando, la inercia de la caída en precio ha entrado en zona extrema, y las posiciones netas cortas en futuros del TBond están en mínimos de los últimos cuatro años.