La preocupación por el clima es uno de los vectores con más vigencia en la actualidad latinoamericana: desde esferas tan distantes como la política, la educación o el mismo comercio se proclama de forma constante la necesidad de un cambio en los modelos de producción y consumo que revierta o, en el peor de los casos, mitigue las consecuencias indeseadas del calentamiento global.
Este clima de preocupación por lo ambiental se traduce, en muchas ocasiones, en herramientas a partir de las cuales conocer nuestra participación concreta en el cambio climático. Una de las herramientas más relevantes y extendidas en la actualidad es la huella de carbono, un cálculo que permite conocer cuál es la emisión de CO2 que se deriva de nuestra actividad individual en la tierra.
La huella de carbono ha sido implementada por diversos sistemas de transporte público, aerolíneas, fabricantes del sector del motor, ONGs y, en los últimos tiempos, también por empresas del ámbito financiero, entre las cuales se encuentra Banco Santander, que además de incorporar la herramienta, colabora con otros muchos proyectos para alcanzar un mundo de emisiones cero. (una de sus últimas iniciativas comprendería la búsqueda, en colaboración con la Formula 1, de modelos sostenibles en el entorno de la automoción).
Por otra parte, la huella de carbono nos permite saber qué sectores de la economía son más nocivos para el medio ambiente, en el caso concreto de América Latina, firmas como Etres Consultores nos muestran que el 34% de los gases de efecto invernadero provienen del uso y cambio de uso de la tierra, un 24% de la agricultura o un 5% de los desechos derivados de nuestro consumo.
Cortesía de Etres consultores.
Por tanto, la relación entre la gran empresa y la preocupación por el cambio climático es, a menudo, mucho más estrecha de lo que la gente puede llegar a pensar. De hecho, la huella de carbono es un buen ejemplo de esto ya que fue British Petroleum (que desde el año 2000 adopta el nombre de Beyond Petroleum) la empresa petrolera que quiso fijar en la conciencia global un concepto que reflejara bien la “responsabilidad” de todos los usuarios a raíz de su consumo de bienes y servicios.
Hoy en día, la empresa, que ha continuado creciendo hasta convertirse en la tercera mayor firma mundial en el entorno petrolero y gasístico, sólo por detrás de Exxonmobil y Royal Dutch Shell, sigue consternada por los gases de efecto invernadero que las personas normales y corrientes emiten a la atmósfera, así como por el mundo que las generaciones actuales legaremos a las venideras, es por eso que la firma definió hace dos años ante los inversores su Plan Estratégico hasta 2050, en la que anunciaba un compromiso irrenunciable con la producción energética sostenible en línea con el acuerdo de París.
Fue en torno al cambio de milenio cuando la preocupación global en torno al efecto invernadero llegó incluso al Senado de los EE.UU.: sequía, calor y los incendios infinitos en el Amazonas parecían motivos suficientes para que diversos senadores trajeran a colación en sus discusiones informes realizados por el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre el cambio climático, informes que señalaban a las grandes empresas petroleras y gasísticas por el calentamiento de nuestros entornos.
Así, en momentos en lo que incluso se barajó la posibilidad de un impuesto al carbono, algunas de las grandes empresas como BP, en modo control de crisis, decidieron actuar y mostrar al gran público su preocupación por el clima mediante cambios de nombre o campañas publicitarias, siempre bien acompañadas de las grandes sentencias de la ciencia. La firma comenzó a interpelar al público si podríamos unirnos en aras del progreso mundial mientras producía más de 2 millones de barriles de crudo diarios.
Continuando esta tendencia, en 2004 la petrolera incorpora a su página web un apartado que, mediante un cálculo que opera con tus hábitos de vida, es capaz de mostrar la huella de carbono que se produce en el mundo como consumidor individual. De hecho, casi 300.000 personas calcularon aquel año su huella de carbono, más o menos influida por una campaña publicitaria a cargo de Ogilvy & Mather que mostraba a gente trabajadora de un barrio londinense respondiendo cuestiones sobre su participación en uno de los temas más candentes del momento: el calentamiento global.
Detrás de este cambio de narrativas auspiciado por las grandes empresas del ámbito de la producción y extracción de energía, así como de los transportes de largas y cortas distancias, existen voces críticas que plantean lo capcioso de centrar en el consumidor individual la responsabilidad de hacer del mundo un lugar más contaminado mientras las grandes compañías siguen comerciando con combustibles nocivos para nuestro planeta, como la que realizó la propia BP en 2019, cuando adquirió nuevas reservas de petróleo y gas en el oeste de Texas, Estado en el que hace algo más de una quincena de años tuvo lugar el fatal accidente de la refinería de Texas City.
Por otra parte, también hay quien defiende a estas firmas, sujetas a inercias comerciales y productivas que, en caso de verse obstaculizadas o incluso frenadas por una sola empresa, atentarían contra la propia supervivencia de la misma. Además, se puede pensar que empresas como BP están realmente preocupadas por el rumbo actual de las emisiones a raíz de la gran cantidad de iniciativas para reducir la emisión de gases dañinos, encontrar industrias alternativas, de hecho, la compañía viene reduciendo su “huella de carbono” en valores superiores al 10% durante los últimos ejercicios, además de contar con una implantación creciente en el entorno de la energía solar mediante su filial Lightsource BP.