Al otorgar liquidez a las partes, el mercado secundario permite separar el horizonte de inversión del activo en el que vamos a invertir del horizonte del inversor que toma la decisión. Esto es trascendental porque ayuda a incrementar la cantidad de participantes del mercado, siendo este uno de los principales problemas del sector en la actualidad.
Los productos que llegan a la oferta pública son aquellos que buscan, en general, la participación de los inversores institucionales, AFAPs y compañías de seguros. No obstante, estas instituciones tienen un horizonte temporal de 20 a 30 años en el manejo de sus inversiones, y ese generalmente no es el horizonte de un inversor particular, que suele estar entre 5 y 10 años, como máximo 15. La única forma de que ambos se unan es mediante el mercado secundario.
La inconsistencia se hace evidente cuando pensamos que un inversor particular está dispuesto a invertir en bonos a 30 años o en acciones de empresas de Estados Unidos u otros mercados, que son inversiones sin vencimiento. Un inversor en Uruguay ve con más liquidez una propiedad o un campo que las inversiones del mercado local, tanto bonos, como acciones o certificados de participación de fideicomisos financieros. Esto no sucede en los mercados desarrollados, y si bien puede parecer irracional, no lo es.
Esto, a mi entender, se debe justamente a la falta de liquidez y de información disponible en el mercado secundario. Si tuviéramos un mercado secundario profundo, con operaciones diarias, información sobre los precios y el valor de los activos, atraeríamos nuevos inversores de forma continua, que estarían buscando dar rentabilidad a sus fondos ociosos, y entonces tendría más sentido invertir en fideicomisos financieros de propiedades, de infraestructura, forestales, agrícolas, eólicos y de otras industrias.
Análisis de Jerónimo Nin, gerente de inversiones de Nobilis
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