El año que comienza no será igual a 2020, pero no sólo por la llegada de las vacunas y la esperanza de recuperación económica en el segundo semestre, sino también por las tendencias que el coronavirus acentuó y aceleró. Una de las más importantes es sin duda la adaptación de las carteras de inversión a un enfoque centrado en la sostenibilidad.
“El cambio climático va a ser el tema dominante en 2021”, señaló en una reciente conferencia online Jennifer Wu, responsable global de inversión sostenible de JP Morgan Asset Management. “Los inversores se van centrar en alinear sus carteras en lo que llamamos ‘soluciones a problemas del mundo real’ y van a exigir una mejor manera de invertir en productos ESG” que les proporcionen tanto impacto como resultado, sin sacrificar ninguna de las dos opciones, subrayó.
La pandemia no solo profundizó la necesidad de flexibilidad y adaptación de las inversiones ante una situación cambiante, sino que hizo emerger de manera más intensa problemas ya presentes: desde la acumulación de catástrofes naturales y el aumento de las temperaturas a la percepción del “factor social” por parte de los inversores, es decir las desigualdades de acceso a la salud, la educación, el trabajo o los conflictos raciales.
Para alcanzar los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la ONU sería necesario aún invertir anualmente 2,5 billones de dólares más en los países en desarrollo, lo que mediante el suficiente apoyo desde las instituciones públicas abre enormes oportunidades a la inversión privada, destacó Wu.
Nueva generación ESG
Esta situación está impulsando una nueva generación ESG que consiga combinar el alfa y el impacto. Cada vez se comprende mejor la forma de utilizar los criterios ESG para medir el impacto de una compañía a la hora de gestionar sus recursos y obtener un mejor rendimiento.
JP Morgan está desarrollando para ello un nuevo sistema de evaluación que permita capturar estos criterios fundamentales, incluyendo a más actores que sirvan para evaluar el impacto, una mayor transparencia, analizando el papel de las soluciones innovadoras ante problemas concretos, y mediante una puntuación diferenciada. Un elemento clave será sin duda la habilidad para procesar datos alternativos o blandos, como por ejemplo la ciberseguridad o informes procedentes de ONG sobre problemas sociales.
Wu señaló que 2021 “va a ser la última oportunidad para asegurarse de que nuestras carteras estén preparadas para la transición”. El universo de los fondos cotizados climáticos se está expandiendo muy rápido. “Los activos de fondos cotizados climáticos en Europa se duplicaron en 2020 y están en niveles nunca antes vistos. Uno de cada cuatro lanzamientos de fondos cotizados tiene un contenido climático, y además con enfoques muy distintos”, añadió.
El papel de la renta fija
El cambio no atañe sólo a la renta variable, sino también a la fija. En 2020 se emitieron más de 100.000 millones de dólares en bonos vinculados a la sostenibilidad. Y por supuesto se aplica también a los alternativos. La mitigación del cambio climático requiere una inversión de 3,5 billones de dólares al año en infraestructuras energéticas, además de los 1,8 billones de dólares de inversión requerida en la próxima década para la adaptación al cambio climático. “Esto abre importantes oportunidades de inversión en infraestructuras verdes y capital riesgo”, indicó Wu.
Para hacer frente a los desafíos que plantea la transición en renta fija, JP Morgan AM lanzó en noviembre de 2019 el Global Bond Opportunities Sustainable Fund. Se trata de un fondo global y flexible que invierte en todos los sectores y se centra en capturar las tendencias alcistas de los mercados globales, con una estrategia algo más oportunista que los fondos tradicionales, explicó Marika Dysenchuk, especialista en inversión en renta fija en la gestora.
La selección de valores se basa en tres pilares: la integración de los criterios ESG durante todo el proceso de decisión de inversión, la exclusión de ciertas industrias y sectores (como pueden ser el armamentístico o el de los combustibles fósiles) y finalmente en el sesgo positivo.
Estos criterios se aplican tanto a compañías como a países, titularizaciones o divisas, de modo de poder aprovechar todas las oportunidades de mercado, en vez de centrarse sólo en una de ellas como ocurre con otros productos.
Dysenchuk destacó la ventaja de este posicionamiento diversificado y a la vez dinámico para enfrentar la volatilidad del mercado y ofrecer un rendimiento ajustado al riesgo atractivo. Esa capacidad de reacción les permitió en 2020 mostrar un rendimiento de casi un 6,7% y un retroceso máximo en la curva de resultados de un 3,5%, “mucho mejor que todos sus competidores en el entorno de fondos sostenibles”.
Los alternativos serán esenciales
Por su parte, Virginia Martín, gestora de estrategias macro, analizó el papel de los alternativos. En su opinión, éstos han pasado de ser “una opción a ser esenciales para mantener el valor en las carteras”, debido a las dificultades que afrontan tanto la renta variable como la fija de cara a los próximos años.
“El Global Macro Sustainable Fund es una estrategia líquida que tiene como objetivo lograr un rendimiento ajustado a riesgo atractivo a largo plazo, así como retornos positivos en un amplio rango de coyunturas de mercados”, explicó Martín. Creado en 2012, su versión centrada en sostenibilidad comenzó a funcionar en agosto 2019 y se caracteriza por ser macro, focalizada y flexible. Captura tendencias estructurales a largo plazo y cambios cíclicos a corto plazo, los mismos gestores que identifican los temas macro seleccionan los valores que mejor los implementan y es capaz de adaptar sus posiciones con gran rapidez si las condiciones macro cambian. En el difícil 2020, el producto fue modificando de manera dinámica su exposición a diferentes productos para cerrar con retornos positivos todos los cuatrimestres.
El paradigma de funcionamiento se basa también en los mismos tres pilares de integración ESG en la toma de decisiones, exclusión de ciertas actividades y sesgo positivo.
Finalmente, los temas macro del fondo se dividen en cuatro estructurales y cinco cíclicos. Estos últimos, por países o regiones, permiten capturar las oportunidades que surgen a corto plazo como consecuencia del ciclo económico en cada lugar.