Con rendimientos que se acercan o superan los dos dígitos, la inversión en ganadería provoca un creciente interés y actualmente la demanda supera con creces la oferta. Por otro lado, empresas de países del norte buscan comprar tierras fértiles para compensar sus emisiones de carbono, convirtiendo a Latinoamérica en «el jardín de los países del norte». Analizamos estos dos negocios altamente especializados con el ejemplo de Uruguay, donde los campos y las vacas son tradición y, también, un asset que busca la sostenibilidad.
Uruguay tiene más de cuatro vacas por cada habitante, por lo que con poco más de tres millones de personas, cuenta con más de 12 millones de bovinos, según datos del ministerio de Ganadería de 2020. Siguiendo una tradición ganadera de más de 300 años en el territorio, el año pasado comenzó a exportar carne sin huella de carbono.
En 2021, las exportaciones de bienes del país sudamericano crecieron un 26% con respecto al 2019, en un escenario de prepandemia, y el factor más determinante fue la carne de vaca. Uruguay exportó 2.449 millones de dólares de carne el año pasado, lo que representó un 21% del total exportado.
«La carne bovina fue el producto con mayor impulso en la variación de las exportaciones de bienes. Las ventas de carne mostraron un fuerte incremento en valor, que se explica tanto por mejores precios como por mayores volúmenes exportados», dice el informe de la agencia gubernamental para la promoción del país, Uruguay XXI.
Con este contexto y en un país de tradición ganadera, las nuevas tendencias de sostenibilidad ambiental y las críticas de personalidades como Bill Gates a la producción ganadera calaron hondo en los productores.
Sin embargo, lejos de perjudicar a la industria, la fortalecieron. El país está pagando estudios de impacto ambiental que defienden la tesis de que su producción, con animales libres por el campo y la cantidad de forestación y bosques vírgenes, compensa las emisiones de gas metano emitido por los animales.
En diciembre, Uruguay exportó a Suiza la primera partida de carne vacuna neutra en carbono. La producción estuvo a cargo de la empresa Mosaica.
«La esencia es sencilla de explicar: es un balance entre las emisiones de los animales contra las capturas por parte de la vegetación y eso te da un resultado. Vos tenés la vaca que emite gas metano y por otro lado las plantas y los arboles que capturan. La única manera de capturar gases es con verdes», dijo a Funds Society, Sebastián Olaso, gerente de Mosaica, quien agregó que lo más complejo de entender es el detalle de cada componente para la certificación.
«Después empieza la contextualización larga que es cuánto es captura y de qué y cómo son emisiones y de qué, pero cómo se hace la verificación de neutralidad es un balance. Emisiones y capturas», recalcó.
«Carbon footprint verified» es el sello que la carne tiene en su envase y por el que Mosaica trabajó casi dos años para lograrlo. Sin embargo, una vez que se conoció la noticia, las embajadas de EE.UU., Suiza y otra potencia que prefirió discreción se reunieron con Olaso. Además, tres bancos de plaza también llamaron al gerente de la empresa que tomó la iniciativa.
«Luego de conocerse la noticia de la exportación de la carne sin huella de carbono, las primeras cinco entrevistas que tuve no tenían nada que ver con el sector agropecuario», comentó.
La idea se basa, primero, en una solución ambiental y en segundo lugar que el consumidor está dispuesto a pagar por un producto que está verificado que no contamina.
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