La última cumbre del G7 dejó muchas imágenes en clave política, como el encuentro entre Joe Biden, presidente de Estados Unidos, y Vladímir Putin, su homólogo ruso, pero pocos mensajes para los mercados. Entre los aspectos tratados por los líderes políticos, el impacto del impuesto global para multinacionales, las relaciones con China y el compromiso medioambiental fueron los más relevantes para los inversores.
“Como se esperaba, las medidas tangibles del G7 fueron muy escasas, aparte del compromiso de suministrar millones de vacunas a los países en desarrollo, aunque la mayor parte no llegarán hasta 2022. En el comunicado no se asumió ningún compromiso importante sobre el clima, la cooperación económica, la Covid o China. El alivio de que fuera el presidente Biden el que estuviera en las conversaciones, en lugar del presidente Trump, fue visible. Hubo numerosas oportunidades para hacerse fotos en torno a las barbacoas y las reuniones bilaterales, pero tener un socio constructivo en EE.UU. no es suficiente para conseguir que cambien las divisiones entre las principales potencias en cuestiones clave”, valora Stephanie Kelly, Deputy Head of the Research Institute de Aberdeen Standard Investments.
Tras las valoraciones sobre el impuesto de sociedades a nivel mundial, los compromisos adquiridos que pueden afectar a los mercados financieros fueron menores: una donación de 1.000 millones de vacunas, prevenir futuras pandemias, reducir la huella de carbono y contrarrestar la influencia de China en el mundo a través de un ambicioso plan de financiación destinado a países menos desarrollados. Los dos temas que más interesan a los inversores es cómo impactará en la renta variable ese impuesto para sociedades a nivel mundial y las relaciones económicas con China.
Sobre lo primero, Yves Bonzon,CIO del banco privado suizo Julius Baer, señala que no espera que este avance fiscal repercuta en los mercados de renta variable a corto y medio plazo y explica: “En primer lugar, se necesitará tiempo para acordar los detalles. En segundo lugar, su aplicación será compleja y prolongada. Desde el punto de vista político, pueden ocurrir muchas cosas en pocos años”. Por otra parte, el experto de Julius Baer recalca que “el impuesto de sociedades se redistribuirá de las jurisdicciones fiscalmente favorables a grandes economías, como Estados Unidos y la Unión Europea, pero, en lo que respecta al tipo impositivo, no hay que confundir este dato del 15% con lo que las empresas acaban pagando realmente. Independientemente de dónde se paguen los impuestos, las empresas podrán seguir aprovechando otras vías legales para optimizar los impuestos. Los abogados especializados en impuestos de sociedades no se han quedado sin trabajo. Sin embargo, esta es otra prueba anecdótica de que el régimen neoliberal de varias décadas ha terminado y el capitalismo patrocinado por el Estado es la nueva regla”.
En este sentido Catherine Doyle, de Newton, parte de BNY Mellon IM, añade: «El acuerdo fiscal no debería provocar un cambio significativo en las perspectivas económicas. La idea es que las empresas paguen un porcentaje de impuestos más justo. La carrera hacia el fondo de los últimos años ha tocado a su fin y las presiones alcistas están a la orden del día, lo que no resulta sorprendente, considerando la trayectoria que han seguido los déficits gubernamentales desde el inicio de la pandemia». «Es muy probable que la presión fiscal se intensifique. Las empresas aplican técnicas de optimización fiscal y reparten sus beneficios por todo el mundo con el objetivo de reducir al mínimo sus obligaciones tributarias. Sin embargo, ciertos sectores y empresas se verán más afectados que otros», añade Doyle.
Además, los analistas de Banca March, añaden que, en materia fiscal, “el G7 se ha comprometido a continuar los programas de estímulo tanto como sea necesario, además de acordar seguir trabajando en el impuesto global a las multinacionales, que será de al menos el 15%, y que buscarán lograr un acuerdo mayor para la reunión los ministros de finanzas del G20 de julio”.
Respecto a China, Kelly destaca que los líderes políticos del G7 tienen diferentes enfoques y muchos temas en los que posicionarse, como el comercio, la competitividad, las infraestructuras o el compromiso climático. “Biden señaló que el grupo estaba de acuerdo en la importancia de unirse contra los regímenes autocráticos y en la defensa de los derechos humanos, y hubo una declaración en la que se mencionaba Xinjiang y los problemas de derechos humanos en Hong Kong. Sin embargo, otros líderes se mostraron mucho más silenciosos respecto a China. La canciller Angela Merkel sigue interesada en trabajar con este país, especialmente en materia de clima, y el primer ministro Boris Johnson tampoco lo mencionó en sus comentarios finales”, apunta el experto de Aberdeen Standard Investments.
De cara a los inversores, desde Preqin destacan cómo afecta la relación geopolítica con China respecto a la gran oportunidad de inversión que existen en infraestructuras chinas. “El Presidente Biden aprovechó el G7 para responder a la creciente amenaza de China. La ambición de crear un programa de infraestructuras verdes que rivalice con la Iniciativa Belt and Road tendrá profundas implicaciones para los inversores privados. Pero el optimismo de que desencadenará un sinfín de oportunidades tal vez deba moderarse a la luz de la experiencia de Asia”, señalan.
En este sentido, el debate está servido. Según explican los analistas de Banca March, uno de los puntos que trataron los líderes del G7 fue lograr un acuerdo para crear un proyecto global de infraestructuras (Build back better for the world) como respuesta al proyecto chino One Belt, One Road, aunque sin mencionarlo explícitamente en el texto. “Además, los siete también han pactado implementar medidas contra las prácticas anticompetitivas de la industria china y han consensuado un comunicado sobre las violaciones de derechos humanos en Xianjing”, matizan.
Por su parte, Jeremy Lawson, economista jefe y director del Instituto de Investigación de Aberdeen Standard Investments, pone el acento en el tercer gran tema: el compromiso medioambiental. “Los miembros del G7 y del G20 deben señalar su voluntad de avanzar en esta dirección y enviar un poderoso mensaje al resto del mundo de que las mayores economías y emisores están dispuestos a actuar para limitar el futuro cambio climático perjudicial», afirma.
Esta voluntad ha estado acompañada por una carrera para animar a la industria financiera, y a las empresas en las que invierten o prestan, a alinear sus decisiones de asignación de capital con los objetivos de París.
Según Jeremy Lawson, si la política mundial no está alineada con esos objetivos, los flujos de capital dirigidos por el sector financiero tampoco lo estarán. “Esta es una de las razones principales por las que la mayoría de los compromisos de los inversores y las empresas para alcanzar un nivel de cero emisiones netas llevan la advertencia de que están condicionados a que las políticas gubernamentales se alineen con los objetivos del Acuerdo de París”, añade Lawson.
En este sentido, los analistas de Banca March destacan que el cambio climático ha sido uno de los grandes asuntos del G7, logrando el consenso para objetivos más ambiciosos. “Los siete han acordado poner fin a las ayudas a las centrales térmicas de carbón, así como acelerar la transición a los nuevos vehículos eléctricos. En el comunicado final, los países señalaban que aún es posible limitar a 1,5 grados el calentamiento global”, comentan.
El riesgo de las tensiones políticas
Por último, también tuvo lugar la primera cumbre de la OTAN en la era de Joe Biden, que ha servido para visibilizar el compromiso de la nueva Administración estadounidense con una Alianza cuya utilidad fue cuestionada por el anterior presidente. Según destaca el equipo de Portocolom AV la organización apuntó claramente como principal amenaza hacia Rusia, que aparece mencionada 61 veces en el comunicado final de la cumbre. Pero los 30 miembros de la OTAN subrayan también el desafío sistémico que supone China, que aparece mencionada 10 veces en el comunicado.
“Varios aliados han sufrido ciberataques en los últimos meses, desde el que afectó a las bases informáticas del sistema de salud en Irlanda al que paralizó un oleoducto en EE.UU. Aunque en principio los ataques son reivindicados por grupos de piratas informáticos a la caza de un rescate multimillonario, las autoridades occidentales sospechan que en ciertos casos puede tratarse de técnicas desestabilizadoras para la economía y la democracia orquestadas o toleradas por gobiernos autoritarios. En ciertas circunstancias uno de estos ataques podría ser equiparado a un ataque armado”, explican.
A pesar de las reticencias europeas, la Alianza endurece progresivamente su tono hacia China. “La OTAN ya había identificado a ese país como uno de sus principales desafíos en la cumbre de diciembre de 2019, en gran parte por la presión de Trump. El presidente Biden ha redoblado esa presión”, concluyen desde Portocolom AV.