Hay pocos detalles sobre el acuerdo de 5.000 millones de dólares que Tesla ha anunciado para comprar níquel a Indonesia. Pero el hecho de que este acuerdo se haya producido nos dice algo importante.
Según destaca Fidelity International en un análisis, entre otros problemas medioambientales, la producción de níquel en Indonesia, en el peor de los casos, genera casi tres veces más dióxido de carbono por tonelada que la media mundial. «Es probable que Tesla esté comprando el níquel con menos emisiones de carbono del país, pero la huella sigue siendo significativa para una empresa que se enorgullece de sus credenciales ecológicas. Sin embargo, como gran productor de vehículos eléctricos, también necesita asegurarse un suministro a largo plazo del metal para sus baterías, y sólo hay un número limitado de fuentes entre las que elegir», explican los autores.
La demanda de materiales como el níquel, el litio y el cobalto se disparará en los próximos 30 años a medida que el mundo se incline por la electricidad y las energías renovables. Incluso la producción de metales ya muy utilizados, como el acero, aumentará. En el caso del níquel, una gran parte de las toneladas adicionales necesarias procederá de Indonesia.
El dilema de Tesla es el dilema del mundo. A medida que la transición empieza a ejercer presión sobre el suministro de materias primas críticas, la minería no hace más que convertirse en una industria más compleja de gestionar y expandir, con las comunidades que la rodean cada vez más preocupadas por sus costes sociales y medioambientales.
«Como inversores, debemos reconocer que las empresas mineras más limpias y con mejor historial de sostenibilidad no podrán necesariamente suministrar todo lo que necesitamos y que también debemos invertir en empresas a las que creemos que se puede empujar a mejorar», admiten. Muchas mineras aprecian que se apliquen estas normas más estrictas, pero la mayoría aún debe hacer más, ya que los retos a los que se enfrentan aumentan año tras año. Según advierte el análisis, si no consiguen mantener la fe de las comunidades locales y otras partes interesadas, todos, desde los productores de coches eléctricos hasta los proveedores locales de energía, correrán el riesgo de quedarse sin los metales necesarios para electrificar el futuro.
¿De quién es el patio trasero?
La oposición local a las nuevas minas es un reto cada vez mayor. Por ejemplo, el reciente intento de Rio Tinto de construir una mina de litio en el valle serbio de Jadar, una zona de gran valor agrícola y arqueológico cerca de la frontera con Bosnia. El proyecto contaba con el apoyo del gobierno central y habría producido miles de toneladas de carbonato de litio, muy necesario para los próximos 40 años. Sin embargo, las crecientes protestas de las ONGs y de parte de la comunidad local, preocupadas por los riesgos de contaminación y la posible necesidad de reasentar a los habitantes locales, llevaron al gobierno serbio a retirar los permisos de exploración de Rio en enero de 2022.
Jadar no es ni mucho menos un caso aislado. En Estados Unidos, los principales nuevos proyectos de cobre en Arizona, Alaska y Minnesota también se han visto paralizados por recursos legales desde 2019.
«El mero cumplimiento de la letra de la ley no suele ser suficiente para garantizar que un proyecto siga adelante. Para mantener su licencia social para operar, los mineros necesitan mantener estándares más altos que respondan a los intereses de las partes interesadas, ganar la confianza de las comunidades y reflejar las expectativas de una sociedad», advierten desde Fidelity.
Los nuevos suministros pueden estar en geografías difíciles
El otro gran reto es, por supuesto, el medioambiental. Es probable que Indonesia sea la fuente de la gran mayoría de las nuevas toneladas de níquel que se comercialicen en los próximos años. Sin embargo, el país sigue dependiendo del carbón térmico para gran parte de su generación de energía y la intensidad de carbono de las nuevas toneladas de níquel indonesio suele ser alta. La minería también tiene un impacto en la deforestación y la biodiversidad.
«Como inversores, ya nos estamos comprometiendo con algunas de las empresas implicadas y estamos viendo mejoras en la divulgación y en las prácticas, tanto en lo que respecta a la instalación de energías renovables como a la gestión de las gigantescas cantidades de residuos que genera la industria. Esta tarea no está ni mucho menos terminada y puede que nos esperen decisiones difíciles como gestores de capital», expresan desde la entidad.
El poder de la colaboración
En el caso de las nuevas minas, los inversores pueden abogar por políticas públicas y empresariales que equilibren los beneficios económicos y de descarbonización de los proyectos, con impacto en un conjunto más amplio de partes interesadas. También es posible que tengan que abogar por la ayuda del gobierno, ya sea financiera o legal, ya que no todos los aspectos de la descarbonización van a tener sentido económico a corto plazo.
La mejora de la imagen de la minería, para ayudar a garantizar que se lleven a cabo más proyectos correctos, también puede requerir un comportamiento poco intuitivo. Los grandes mineros que han desarrollado las mejores prácticas pueden beneficiarse de compartirlas con los competidores más pequeños, porque un escándalo medioambiental o de seguridad de un minero afecta a todos. «Lo que es vital aquí no es sólo la licencia social de los mineros para operar dentro de una comunidad determinada, sino también la licencia de la industria para operar globalmente. Sin esto, el mundo no alcanzará sus objetivos de cero neto», concluye el análisis.