A medida que el polvo se va asentando tras la COP26, en la opinión de Fidelity International queda claro que, a pesar de algunos avances en una serie de áreas, el resultado de la conferencia mantiene muy vivo un amplio abanico de escenarios de calentamiento.
Las políticas actuales sitúan al mundo en la senda de un calentamiento de 2,7 grados, con un rango estimado de entre 2 y 3,6 grados, según Climate Action Tracker. Las nuevas estimaciones actualizadas -tras los compromisos asumidos en la COP26- sugieren que, incluso asumiendo la plena aplicación de todas las medidas anunciadas, incluidas las nuevas y actualizadas Contribuciones Determinadas a Nivel Nacional (NDC, por sus siglas en inglés) y los objetivos de reducción a cero, el calentamiento se limitaría probablemente a 1,8 grados, con un rango de 1,5 a 2,4 grados.
Una amplia gama de posibles resultados refleja una enorme incertidumbre
Con la enorme incertidumbre inherente a estas estimaciones, la gama de posibles resultados macroeconómicos sigue siendo excepcionalmente amplia. Utilizando el marco de escenarios de la Red para la Ecologización del Sistema Financiero (NGFS), desarrollado por los bancos centrales, creemos que el camino más probable para el mundo a partir de ahora es el de una transición desordenada, en la que las políticas se retrasan o divergen entre países y sectores.
Esto significa que es probable que el PIB mundial sea considerablemente inferior a su tendencia anterior, dadas las pérdidas derivadas de los riesgos físicos y de transición. Es importante señalar que esas pérdidas no se acumulan hacia el final del siglo y no recaen principalmente en las economías emergentes: serán más pronunciadas en las dos próximas décadas, y los países desarrollados comparten la carga.
Se necesitan decisiones de financiación radicalmente diferentes para alcanzar las cero emisiones netas
Uno de los mensajes claros de la COP26 fue el reconocimiento de la importancia de alinear los incentivos para los flujos financieros públicos y privados a escala nacional e internacional, ya que serían fundamentales para lograr una transición global hacia las cero emisiones netas.
Sin embargo, con las finanzas públicas sometidas a una enorme presión por la pandemia de COVID-19, los gobiernos deben tomar decisiones políticas muy diferentes -y a menudo duras- para avanzar. Además de la activación de los mercados de créditos de carbono, los impuestos sobre el carbono y otros instrumentos de mitigación podrían ser una fuente de ingresos sustancial, que si se utiliza eficazmente también puede apoyar una transición equitativa.
Sin embargo, estas políticas pueden ser políticamente delicadas, especialmente si provocan pérdidas transitorias del PIB y presiones inflacionistas a medio plazo. Ello podría dar lugar a una mayor diferenciación de las perspectivas de transición entre los países, siendo los que sean capaces de realizar reformas radicales los que tengan más éxito a largo plazo.
Los avances en los mercados de carbono apoyan las perspectivas de inflación
La fijación del precio del carbono sigue siendo el principal mecanismo que puede hacer posible una reducción significativa de las emisiones de CO2 en el camino hacia las cero emisiones netas. Según el NGFS, el precio global del carbono tiene que multiplicarse a lo largo de la transición, alcanzando los 200 dólares por tonelada de CO2 (en dólares de 2010) en 2030 y casi 700 dólares en 2050 para limitar el aumento de la temperatura a 1,5 grados. En una transición desordenada, el precio del carbono tendría que ser aún más alto o aumentar a un ritmo mucho más rápido.
Sea cual sea el camino que se tome, es probable que se produzca una inflación más persistente y potencialmente más volátil durante el periodo de transición. El paso de la COP26 hacia la fijación de precios internacionales del carbono hace más probable este cambio de régimen en la inflación mundial. Pero por el momento, dado que la fijación de precios del carbono sigue estando muy fragmentada entre los países, en Fidelity International esperan que las presiones de precios relacionadas sean más significativas entre los primeros en moverse, como Europa.
Los mercados desarrollados deben compartir la carga con los emergentes
La COP26 también puso de manifiesto importantes diferencias entre los países de mercados emergentes y desarrollados, dadas las diferentes etapas del ciclo de desarrollo económico, la vulnerabilidad diferencial al cambio climático y los diferentes costes de adaptación, especialmente para los países que todavía dependen en gran medida del carbón en su producción energética.
Sin duda, la cooperación entre EE. UU. y China es un gran paso adelante, pero será necesaria una coordinación más creíble y un reparto de la carga entre las economías avanzadas y las emergentes en la COP27 para que el objetivo cero sea una realidad para el planeta. En este sentido, la conciliación de los intereses nacionales con los objetivos globales comunes sigue siendo un trabajo en curso, pero es un avance positivo ver que se pone el foco en cuestiones subyacentes críticas que necesitarán ser resueltas más pronto que tarde.
No obstante, hoy en día, parece que se está perfilando una trayectoria divergente de cero emisiones netas, y la COP26 pone de manifiesto los enfoques tan diferentes que están adoptando los principales emisores de gases de efecto invernadero. Esto, según Fidelity International nos sitúa en una vía potencialmente peligrosa hacia una transición desordenada y es necesario tomar más medidas para evitarla.
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