El declive del mercado inmobiliario coloca a China lejos de ser el motor económico que los expertos esperaban a principios de año. Poco queda ya del optimismo por la reapertura tras la pandemia: ahora la debilidad del real estate domina los resultados económicos del gigante asiático.
Mohammed Elmi, Lead Portfolio Manager, Emerging Markets Debt de Federated Hermes, explica que la situación en el país asiático se puede resumir en las cuatro “Ds”. En primer lugar, “los default o impagos de los gigantes inmobiliarios Evergrande y Country Garden, que no pudieron hacer frente al pago de los cupones de los eurobonos, han aumentado la presión sobre el mercado crediticio chino”. En segundo lugar, el gigante asiático se enfrenta a un problema demográfico ya que “la población activa envejece y disminuye”. La tercera “D” hace referencia a la deflación y la última, a la deuda: “los gobiernos regionales se han endeudado mucho, utilizando la venta de terrenos como principal fuente de ingresos. Con el sector inmobiliario de capa caída, esa puerta está prácticamente cerrada”.
En este contexto, Elmi señala que “las opciones del gobierno de Pekín son limitadas” y, aunque cabe la esperanza de recortes fiscales para hacer frente a la situación, el experto matiza que “tendrían que ser amplios y financiados”, mientras que “las medidas de política monetaria que hemos visto hasta ahora no son suficientes”.
Mali Chivakul, economista de mercados emergentes en J. Safra Sarasin Sustainable AM, tiene claro cómo debe el país plantar cara a esta situación: “Se necesita más gasto público o apoyo crediticio para garantizar el cumplimiento del objetivo de crecimiento en el entorno del 5%». Eso sí, admite que continúa “restando importancia a la posibilidad de un estímulo significativo” y apunta al Tercer Pleno de octubre-noviembre como la próxima cita a seguir con especial atención. “La puesta en marcha de reformas de las finanzas de los gobiernos locales y una limpieza del sector inmobiliario, similar a las reformas de las empresas estatales a principios de la década de 2000, sería positiva”, concluye Chivakul.
En principio, los mandatarios chinos deberán afrontar un escenario en el que los compradores potenciales de viviendas “prefieren mantenerse al margen y conservar su dinero en estos momentos de incertidumbre, ya que siguen siendo escépticos en cuanto a la capacidad de los promotores para entregar nuevas viviendas”, según Chivakul. Además, unas perspectivas de empleo más débiles también significan que el crecimiento de las ventas al por menor se ha desacelerado hasta el 2,3% interanual en julio. El consumo de servicios sigue siendo el principal motor del crecimiento, apoyado por la demanda acumulada en los viajes nacionales.
En Julius Baer, Magdalene Teo (Head Fixed Income Research Asia), espera más medidas de flexibilización del mercado inmobiliario, pero considera “improbable” que las continuas medidas parciales “basten para reavivar la confianza y estimular significativamente la demanda de viviendas”, por lo que sugiere que China necesita medidas más contundentes para arreglar el mercado inmobiliario, “incluido el rescate de los promotores con problemas de liquidez, para lograr un cambio sostenible del sector”.
Por su parte, David Rees, economista senior de mercados emergentes de Schroders, recuerda la posibilidad de que China se interne en “una espiral de deuda/deflación”, ya que al fin y al cabo, “es una economía que tiene un exceso de oferta, mientras que la demanda es más suave de lo que habíamos supuesto tras la supresión de la política cero Covid”. Eso sí, matiza que esta situación podría durar meses y no años, debido a que los síntomas deflacionistas podrían ser coyunturales, como los movimientos de los precios de las materias primas.