El pasado miércoles una multitud de miles de ciudadanos afines a Trump asaltaron el Capitolio (Washington) -símbolo de la democracia estadounidense- en un intento infructuoso de obstaculizar el conteo de votos del Colegio Electoral, que certificaba oficialmente la victoria de Joe Biden en la madrugada del jueves. Las consecuencias del ataque (donde 4 personas perdieron la vida) generaban estupor entre congresistas (que huyeron buscando refugio) y medios de comunicación especializados y dejaban pasmado al resto del mundo.
Casi al mismo tiempo, pero a más de 1.100 kilómetros de distancia, los demócratas Jon Ossoff y Ralph Warnock se proclamaban vencedores en Georgia, y facilitaban la mayoría de su partido en el Senado al apuntarse el voto de la vicepresidenta, Kamala Harris (50+1). Más que una ola, una “olita azul”, porque si bien es cierto que, al menos, hasta 2022 mantendrán el control de ambas cámaras del Congreso, los demócratas tendrán un margen de maniobra limitado: empate técnico en la cámara baja y una mayoría débil en el House of Representatives (solo 11 diputados más que los republicanos, de los cuales al menos cuatro se han pronunciado de forma desfavorable respecto a algunas de las propuestas de campaña de Biden como el Green New Deal o la suspensión del voto filibustero).
En cualquier caso, es razonable pensar, en base a su ideología, que Biden exprimirá su ventaja para posicionarse ligeramente a la izquierda del centrismo socialista que defendió Barack Obama.
Esto significa, en primer lugar, que la aplicación de propuestas fiscales más generosas es ahora más probable (máxime cuando las iniciativas políticas encaminadas al equilibrio presupuestario pueden ser aprobadas en el Senado con 50+1), y esto gusta a los inversores: un incremento en la cuantía de los cheques de estímulo a los hogares a 2.000 dólares (desde 600 dólares) y la ejecución del proyecto de ley HEROES de los demócratas (que podría significar ayudas adicionales que superen los 1,5 billones de dólares -trillones anglosajones-) podrían catapultar el crecimiento del PIB estadounidense en 2021.
No obstante, el efecto neto de la “olita azul” acabe muy probablemente resultando neutro (o ligeramente negativo) sobre la economía.
Recordemos que, sin quitar mérito al programa de gasto en infraestructura de 1 billón de dólares en 10 años que defiende el presidente electo, en EE.UU. ya se dedican 0,5 billones/año a este fin, de forma que el beneficio marginal de la iniciativa puede ser menor que el que parece estar descontando el mercado.
Adicionalmente, la nueva administración buscará cuadrar las cuentas, y para ello acudirá antes o después a las subidas de impuestos (para empresarios e individuos). Esta fue una piedra angular del discurso de Joe Biden a lo largo de toda su campaña; la tasa impositiva (efectiva) para empresas del S&P 500 se sitúa en el nivel más bajo de los últimos 30 años y la desigualdad social es cada vez mayor (la tasa marginal más alta es del 37% cuando la media desde 1920 ha estado cerca del 50%); el nuevo presidente buscará apuntarse el tanto con sus bases en un momento en el que, además, un incremento en la presión fiscal estaría justificado políticamente; de acuerdo al Instituto Pew, un 78% de los votantes azules y un 61% de los ciudadanos mayores de edad consideran que EE.UU. enfrenta un problema de desequilibrio socioeconómico.
Una subida moderada del ~4% en la tasa estatutaria del impuesto sobre sociedades (hasta 25%; antes de 2017) drenaría ~9 dólares a los beneficios por acción (BPA) que el S&P 500 producirá en 2021 (que el consenso estima serán de 168 dólares). Si somos más pesimistas y tomamos a Biden al pie de la letra, el impacto sobre el bolsillo de los empresarios resultaría más grave al movernos desde el 21% al 28% (o incluso por encima, con un mínimo efectivo del 15%). Este escenario, menos probable, restaría un 11% al BPA de las grandes multinacionales norteamericanas (18,5 dólares) impactando con especial virulencia sobre las de bienes raíces y de tecnología.
Para el ciudadano de a pie con rentas por encima de la media el panorama no es mucho más prometedor (el tipo más alto se movería hasta el 40%). Como ya hizo Trump con su Tax Cuts & Jobs Act, esta iniciativa tan solo necesitaría de una mayoría simple en el Senado (50+1) y podría ser aprobada en 2021 y puesta en práctica en el ejercicio fiscal 2022.
El efecto en el mercado de valores es confuso, pero la historia (como mostramos en este foro el pasado mes de noviembre, no es favorable en los primeros dos años de un gobierno demócrata con mayoría en el Congreso). Las ondas expansivas serán más evidentes a nivel sectorial, vía expectativas de inflación y pendiente de la curva (cosa que, por cierto, la Fed ve con buenos ojos, que nosotros anticipamos aquí y que comienza a ser consenso entre analistas e inversores profesionales).
Un mayor estímulo, un dólar más débil y lecturas de inflación más altas ayudarán a industriales, materiales básicos y bancos y perjudicarán a tecnológicas y compañías de crecimiento en general. Asimismo, es probable que los inversores exijan una mayor prima de riesgo a empresas farmacéuticas y de salud; la reactivación del Obamacare (Affordable Care Act) será una prioridad para los demócratas, que buscaran limitar el incremento en el precio de las medicinas y estimular el uso de genéricos y de producto importado más barato.
El aumento en el déficit y su impacto positivo en el crecimiento a corto plazo es, sin embargo, negativo para el dólar americano. Con una Reserva Federal que se mantiene firme en su intención de no cambiar de política hasta 2023, es probable que el impulso al crecimiento levante las expectativas de inflación y ejerza presión a la baja sobre los tipos de interés reales. Esto es positivo para el rendimiento relativo de la bolsa europea respecto a la norteamericana y también refuerza los argumentos para seguir apostando por el oro – a pesar de su reciente comportamiento- como activo diversificador del riesgo del portafolio.