Ante los problemas de confianza en el sistema, devaluación del peso y agotamiento de reservas, además de inflación, recurrentemente surge en Argentina la idea de dolarizar totalmente la economía. El candidato presidencial y economista Javier Milei ha vuelto a la carga con la propuesta, asegurando que si alguna vez gana las elecciones iniciará una estrategia de dolarización porque «los únicos que van a perder con estas medidas son los políticos chorros de la casta».
La mayoría de los analistas argentinos ven con recelo un cambio de esa envergadura, que ya se ensayó sin buenos resultados durante la llamada Convertibilidad decretada por el presidente Carlos Menem en 1991. Por su parte, el Centro de Estudios de la Nueva Economía (CENE) de la Universidad de Belgrano analizó en su último informe mensual las ventajas y desventajas de la propuesta de Milei.
“La primera cuestión que cabe aclarar es que el vocablo dolarización no tiene un único correlato empírico. Por el contrario, hay dos principales esquemas posibles. La dolarización parcial consiste en permitir el uso del dólar como moneda a la par del peso. Es parecido a lo que ocurre en Panamá, donde tanto el balboa como el dólar tienen curso legal. En la práctica, el dólar rige en las transacciones de mayor valor y el balboa se utiliza en las operaciones de menores montos”, explica Víctor Beker, director del Centro de Estudios de la Nueva Economía (CENE) de la Universidad de Belgrano.
“En este esquema, el público decide la utilización del peso o del dólar y el Banco Central mantiene su rol de prestamista de última instancia, pudiendo suministrar liquidez a bancos solventes que puedan atravesar situaciones transitorias de estrés financiero, particularmente en circunstancias de crisis económica. También podría seguir financiando el déficit público, aunque cada vez menos, ya que la emisión monetaria generaría un aumento en el tipo de cambio, licuando el valor del peso”, añade.
“La otra posibilidad es la dolarización oficial. En este caso, el dólar pasa a ser la única moneda de curso legal. Es la propuesta formulada por el diputado radical Alejandro Cacace. Ello implica que el Banco Central debe retirar todos los pesos en circulación y canjearlos por dólares de sus reservas. Como la base monetaria es del orden de los 3,7 billones de pesos y las reservas de libre disponibilidad se estiman en unos 6.000 millones de dólares, el canje debería efectuarse a cerca de 620 pesos por dólar. Quien cobra hoy un sueldo de 100.000 pesos pasaría a percibir 160 dólares”, puntualiza el economista.
“Si, por el contrario, se quisiera realizar el canje a razón de 200 pesos por dólar, se requeriría contar con 18.000 millones de dólares reservas, es decir habría que obtener un préstamo externo de 12.000 millones de dólares con destino a esta operación”, continúa.
El director del CENE también reflexionó sobre los principales efectos de la dolarización oficial: “Imposibilitado el Banco Central de emitir nuevos pesos y, por supuesto, dólares, el Estado sólo podría financiar un eventual déficit, emitiendo títulos en dólares. Por lo tanto, el nivel del gasto público estaría condicionado a la capacidad de endeudamiento del fisco”, ilustra.
“Una vez producido el ajuste inicial de los precios a la paridad elegida para el canje, la tasa de inflación para los bienes transables convergería con la de los Estados Unidos. Pero ello no debería ocurrir necesariamente para los bienes no transables: un peluquero en Buenos Aires puede aumentar el precio del corte de pelo sin temor a que sus clientes opten por un colega de Brooklyn que cobre más barato. Por consiguiente, la inflación local podría ser significativamente mayor a la de Estados Unidos, en la medida en que haya un cambio de precios relativos a favor de los bienes no transables, tal como ocurrió durante la Convertibilidad. Este aumento de los insumos no transables podría erosionar la competitividad de nuestras exportaciones. Por otra parte, de no ir acompañado por un aumento en la oferta monetaria, que pasará a depender de la Reserva Federal, el aumento de precios internos podría ir acompañado de una caída en el nivel de actividad”, subraya el experto.
“La tasa de interés también bajaría significativamente al desaparecer el riesgo de devaluación. Pero no el riesgo país. El diferencial entre la tasa local y la internacional se iría achicando, en la medida que el ingreso de capitales incremente la oferta local de fondos, pero no se eliminaría”, detalla. Y completa: “Al desaparecer el Banco Central como prestamista de última instancia, en caso de una crisis económica, dicho rol sólo podría ser cumplido por el FMI o la Reserva Federal”, concluye Víctor Beker.