Los bancos centrales preparan sus reuniones de junio. La atención está puesta en el Banco Central Europeo (BCE), que se reúne esta semana con el foco en si habrá o no una reducción del programa de compras de activos a partir de este mes. El testigo pasará a la Reserva Federal de Estados Unidos (Fed), cuya cita será el 15 y 16 de junio, quien sigue demostrando que no está preocupada por la inflación. Dos eventos relevantes que tienen de fondo la cumbre del G7 y sus propuestas.
La relevancia de las reuniones del BCE y la Fed se resumen en lo que BlackRock llama “el largo alcance de la revolución de la política monetaria”. En su comentario semanal, la gestora recuerda que la actual postura de los bancos centrales implica que “los tipos de interés se situarán en un nivel inferior al que descuenta el mercado, incluso en un contexto de aumento de la inflación a medio plazo”. En consecuencia, apunta que unos tipos más reducidos, “nos llevan a revisar al alza las rentabilidades esperadas en todas las clases de activos durante nuestro horizonte estratégico y acentúan nuestra preferencia por la renta variable en detrimento de la renta fija”.
Las gestoras y expertos coinciden en que este horizonte de tipos bajo se prolongará en el tiempo, ya que por ahora el mensaje está centrado en apoyar la recuperación económica. “Otro de los temas protagonistas en esas reuniones será la respuesta que los bancos centrales puedan poner en práctica ante las perspectivas de inflación. La inflación sigue siendo la piedra de toque de este año 2021”, apunta Pedro del Pozo, director de inversiones financieras en Mutualidad de la Abogacía, y advierte que lo trascendental del asunto «es su carácter coyuntural o menos coyuntural».
Sobre esto último, y a juzgar por sus palabras, los bancos centrales no tienen ningún deseo ni razón para temer las presiones inflacionistas. “Ya han reconocido que las cifras de inflación aumentarán considerable y probablemente incluso superarán los objetivos de inflación en los próximos meses. Este repunte es el resultado de las presiones temporales en algunos mercados con exceso de demanda reprimida (petróleo, metales industriales, patatas fritas y flete marítimo), señal de que la crisis económica se está revirtiendo rápidamente. Este es precisamente el objetivo de las políticas de estabilización. El pleno empleo está lejos de alcanzarse tanto en Estados Unidos como en Europa y no hay tensiones salariales. Además, las nuevas estrategias monetarias hacen hincapié de forma más o menos explícita en la necesidad de compensar la debilidad pasada de la inflación. Aparte del puro efecto de recuperación, no hay nada realmente alarmante en el repunte de los indicadores de inflación esperada. Apenas abierto, el debate sobre la reducción de las compras de activos (tapering) fue rápidamente cerrado de nuevo por la Fed. No tiene sentido alimentar la volatilidad en los mercados. Por el momento, no hay indicios de que la Fed se oponga a la inclinación de la curva de rendimiento. Esta es la señal misma de que la reflación está en marcha”, añade Bruno Cavalier, economista jefe de ODDO BHF.
Según destaca Marcus Weston, gestor de renta fija de JK Capital Management, firma del grupo La Française, las políticas monetarias y fiscales de la mayoría de las principales economías desarrolladas del mundo mantendrán el actual rumbo expansivo, al menos hasta que veamos si el aumento de la inflación resulta ser realmente «temporal» o no.
“Una vez más, la excepción más llamativa es China. Sin el lastre de los brotes de virus incontrolados y los cierres de negocios, China ha sido la primera economía importante en endurecer sus políticas financieras tras la pandemia. Esto quedó aún más patente después de que el Banco Popular de China publicara sus estadísticas mensuales de préstamos y financiación social de abril, que no sólo mostraron un nuevo descenso del crecimiento del crédito en la segunda economía más importante del mundo, sino una desaceleración que superó las expectativas del mercado. La desaceleración del crédito ha sido muy marcada. De hecho, China ha seguido una senda de desapalancamiento desde 2018 y el retroceso del año pasado solo se consideró temporal para hacer frente a los efectos iniciales del COVID-19”, explica Weston.
Más allá de la inflación y la política monetaria
En opinión de Fabrizio Pagani, director global de economía y estrategia de mercados de capitales de Muzinich & Co, apunta que hay otros factores que están transformando las estrategias de los bancos centrales: la deuda, la digitalización del dinero y el cambio climático. Además, considera que la respuesta de los principales bancos centrales a dichos retos provocará cambios importantes en la naturaleza de la política monetaria y en la función o el rol que estos asumen en la economía y en la sociedad.
Sobre la deuda, Pagani explica que “en la última década, los balances de los bancos centrales han crecido de forma espectacular”. Por ejemplo, el BCE y la Fed acabarán poseyendo entre el 25% y el 30% de la deuda de sus gobiernos, y el Banco de Japón más del 40%. Según el experto, cuestiones existenciales se ciernen sobre esta deuda como la duración de la prórroga de los programas de compra actuales o si se convertirá esta deuda en perpetua o incluso se anulará como algunos lo han propuesto. “Existe una incertidumbre generalizada sobre el papel que desempeñarán a largo plazo los bancos centrales ante los crecientes niveles de endeudamiento de los gobiernos y la cada vez mayor cantidad de deuda soberana que poseen” asegura Pagani.
En segundo lugar, respecto a la digitalización, advierte de que “el reto para los bancos centrales será combinar el mundo de las tecnologías digitales, que evoluciona rápidamente, con el mandato de estabilidad que se les ha encomendado”. Además, “es necesario un gran trabajo de preparación y hay numerosas cuestiones por resolver, como el acceso, la privacidad, la seguridad, la lucha contra el blanqueo de dinero, las posibles restricciones de uso, la remuneración, etc.”. Por otra parte, destaca que “el sistema bancario también se verá profundamente afectado, con la posibilidad de una drástica desintermediación de los bancos comerciales”.
Y en último lugar, señala: “La lucha contra el cambio climático parece estar más allá de las competencias de los bancos centrales. Sin embargo, el cambio climático tiene un impacto en la economía, incluso en la estabilidad financiera y en la de los precios. Por lo tanto, existe un creciente consenso en que los bancos centrales, sin ser los actores principales, deben desempeñar un papel. Este papel, que muchos defienden como parte de la movilización de toda la sociedad contra el cambio climático, podría ser transversal a la política monetaria, la estabilidad financiera, la regulación y la supervisión prudencial”.
Como conclusión, el experto sostiene que “los bancos centrales deben encontrar nuevos caminos que, sin comprometer su neutralidad en el mercado, les permitan tomar medidas contra esta amenaza”.