En una sociedad tan polarizada como la que vivimos en la actualidad, era cuestión de tiempo que este fenómeno de pensamientos extremos opuestos se viese reflejado en la tendencia que ha reinado durante los últimos años en la gestión de activos: la sostenibilidad.
En apenas cincos años, hemos pasado de observar con curiosidad cómo las empresas manifestaban de forma pública un propósito más allá del meramente financiero, a que el grueso de las presentaciones estratégicas y de resultados consistan en un despliegue de manifiestos en torno a la diversidad, la neutralidad en carbono y otras loables iniciativas. O que hayamos pasado de no considerar ningún aspecto aparte de la buena gobernanza, a que a la hora de analizar un fondo de inversión resulte tarea harto difícil entender las fuentes de rentabilidad y riesgo de éste, ya que la mayor parte del discurso se centra en alabar las bondades y los compromisos en torno a la sostenibilidad de las gestoras.
O que algo con un fin tan encomiable como el de los Objetivos de Desarrollo Sostenible, cuyo fin es contribuir a la mejora de la vida de las personas y el medio ambiente, con unas metas definidas y unos objetivos ambiciosos pero asequibles (y además con sentido económico), se haya utilizado por algunos como eslogan político, y que otros lo hayan demonizado precisamente por asociarlo a determinadas ideologías. Nada de esto es normal, es un cambio de pensamiento extremo, en muy poco tiempo.
Tras unos años en los que la sucesión de acontecimientos no hacía sino reafirmar la importancia de la sostenibilidad y cualquier excusa era buena para convencer de un potencial de rentabilidad mayor y un menor riesgo que las inversiones tradicionales, el estallido de la guerra en Ucrania ha llevado a cuestionar las bondades de este fenómeno.
El conflicto bélico que comenzó en febrero de 2022 ha venido acompañado por la tan esperada (que no siempre bien hallada) inflación. Además, se ha puesto de manifiesto la vulnerabilidad y todavía excesiva dependencia de los combustibles fósiles por parte de Europa; hemos visto los signos no deseados de la excesiva deslocalización. Hemos visto cómo algunos estados americanos han utilizado su poder para poner contra la pared a gestores de activos; y no olvidemos los movimientos políticos radicales en la mayor parte del planeta.
Estos son algunos ejemplos de los hechos que han llevado a poner en tela de juicio el camino recorrido en los últimos años. Incluso surgen voces que alertan de los peligros de buscar el beneficio del conjunto de actores relacionados con una empresa (stakeholders) frente a la tradicional maximización de valor del accionista.
Un camino complejo
Contrariamente a lo que pueda parecer, 2022 ha sido clave para la consolidación de la sostenibilidad a futuro ya que se ha puesto de manifiesto la importancia de no olvidarnos de lo que realmente significa en su definición más amplia: satisfacer las necesidades de las generaciones actuales sin comprometer las necesidades de las generaciones futuras. También se ha visto que ni es tan fácil, ni hay un camino recto. Que lleva tiempo y es complejo.
Quién iba a decir que se iba a plantear que no podemos dar la espalda en términos de financiación a todo un sector, como el armamentístico, sin antes considerar las implicaciones que esto puede tener. Y no sólo en cuanto a puestos de trabajo. Hasta que no se alcance la utópica paz en el mundo, es necesario que los países cuenten con adecuados mecanismos de defensa, dentro de unas normas internacionales y que puedan, llegado el caso, ejercer su derecho de protección en igualdad de condiciones.
También hemos visto que hasta que no haya no sólo una penetración masiva de las energías renovables, sino además unos correctos sistemas de almacenamiento y medidas que garanticen el abastecimiento, no podemos pretender que los combustibles fósiles dejen de tener un papel clave en la sociedad. Y lo mismo con otras fuentes como la energía nuclear. Una ordenada transición y el velar por el adecuado cumplimiento de la misma y de prácticas cada vez más sólidas en la manera de hacer negocios es la clave.
No tanto el dejarse llevar por el absolutismo, el cual suele llevarnos a dar respuestas excesivamente simplistas a problemas complejos. Una respuesta excesivamente simplista sería excluir de las carteras aquellas empresas que se dedican a la explotación de combustibles fósiles, por ejemplo, pero sin embargo seguir invirtiendo en aquellos bancos que más financian a estas industrias. O invertir en parques fotovoltaicos sin tener en cuenta si los minerales empleados han sido extraídos en países en conflicto bélico o si las placas solares se han fabricado en zonas donde no se respetan los derechos humanos.
También hemos visto cómo varias entidades han decidido rectificar en sus compromisos con la Agenda 2030 o en cuanto a neutralidad de carbono, bien por no haber descontado escenarios menos optimistas, bien por no haber considerado métodos científicos, bien porque no creían que se les iba a someter a un escrutinio público continuo.
Piedras legislativas en el camino
La implementación de una gran parte de la normativa sobre Finanzas Sostenibles en Europa tampoco ha ayudado mucho: lejos de clarificar y homogeneizar el terreno de juego, al menos a corto plazo, este tsunami legislativo no ha hecho más que dificultar la labor de inversión y asesoramiento de los participantes del mercado financiero, e incrementar los costes de una industria que ha experimentado una considerable reducción de márgenes e incremento de la presión regulatoria durante los últimos años. Esto también ha provocado una gran reclasificación de fondos que habían sido categorizados con un objetivo de sostenibilidad mayor.
Como cualquier polarización en movimiento pendular, la idealización de un extremo suele ser sucedida por el giro hacia el extremo contrario. Pero este movimiento tampoco suele ser el definitivo. Como siempre, en el término medio está la virtud. Y, sobre todo, no es un mundo de blancos o negros.
La sostenibilidad no es una meta, es un camino. Y los caminos no suelen ser ni en línea recta, ni estar libres de obstáculos. Para todos aquellos que quieran recorrer el camino es importante planificarlo, prepararse, y tener claro dónde se quiere llegar. Y, sobre todo, ser capaces de contar con que tendrá curvas y encrucijadas. Eso no significa que no sea el camino correcto. Como dijo Séneca, “Per áspera ad astra” – por el camino arduo, llegarás a las estrellas.
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