La inversión responsable representa uno de cada cinco dólares gestionados profesionalmente en Estados Unidos y , según sugieren los estudios del sector, la proporción podría ser de casi un 53% para los activos europeos. Esto demuestra que la inversión sostenible o responsable o aquella que sigue los criterios ESG –medio ambiente, social y gobernanza, según sus siglas en inglés– ha dejado de ser una moda o una preocupación de nicho en las carteras.
Esta tendencia se ha convertido en el una revolución silenciosa dentro del sector de gestión de activos que está liderada, en gran medida, por los propios inversores, que se sienten corresponsables con sus decisiones de inversión.
“La inversión sostenible a menudo se percibe como un tren al que sólo se suben los millennials que, siguiendo a sus amigos trendies, se apuntan a cada nueva moda que aparece. Es cierto que este grupo de edad es el que más interés muestra por la inversión sostenible, pero desde luego no se trata de ninguna moda. De hecho, el interés por la sostenibilidad se distribuye entre distintas generaciones, y sus raíces tienen siglos de antigüedad”, afirma Masja Zandbergen, de Robeco.
En opinión de Zandbergen, cuando se trata de inversión, la demanda de sostenibilidad se encuentra sin embargo bastante repartida entre los distintos grupos de edad. Según una encuesta realizada por Robeco para conocer los gustos de sus inversores minoristas holandeses, aproximadamente un 70% de los encuestados mayores de 50 años manifestó un claro interés por la sostenibilidad, frente al 66% del grupo de 34 a 50 años, y al 67% del de 18 a 34.
Según reconoce Zandbergen, “aunque no se trata de un estudio científico exhaustivo, revela que la sostenibilidad disfruta de la misma popularidad entre las personas de mediana o avanzada edad que entre los millennials”.
Una nueva economía
El segundo motor que está apoyando su desarrollo es la propia economía global en la que empresas e industrias buscan modelos de negocio más sostenibles y en especial en línea con la defensa del medio ambiente y en contra del cambio climático.
“2015 fue un punto de transición en la forma en la que los mercados de capitales han reflejado sus tendencias en este ámbito. Nuestros estudios muestran la relación que parece haberse formado en los últimos dos años entre los criterios ESG y la valoración de las acciones. Como inversores a largo plazo, buscamos avanzar en nuestra comprensión del impacto de la sostenibilidad en el rendimiento de toda la cartera centrándonos en su relación cada vez más profunda con el riesgo”, señala Stéphane Monier, jefe de inversiones de Lombard Odier.
Para Monier, como gestores de activos, su reto es analizar el mercado para aislar a los posibles ganadores de cada sector y comprender qué industrias y economías se están adaptando e innovando para enfrentar los desafíos que estos nuevos modelos económicos y consumidores proponen.
“¿Qué pasos tomamos para garantizar que las carteras sean sostenibles? Pues partimos de los conocimientos que poseemos y calculamos los criterios ESG de cada cartera. Definimos los objetivos de sostenibilidad más importantes para cada cliente e implementamos las oportunidades ESG y de inversión de impacto que concuerdan con los valores y objetivos del cliente. Como accionistas activos, empleamos el diálogo, el compromiso y los derechos de voto como una manera de influenciar en las empresas hacia las mejores prácticas”, explica Monier.
La historia de la inversión sostenible
Según explican desde Robeco, la sostenibilidad no puede considerarse en absoluto una moda pasajera. Sus orígenes se remontan a la Iglesia del siglo XVIII, cuando los Cuáqueros establecieron los primeros criterios de exclusión, negándose a invertir en nada que tuviera que ver con el comercio de esclavos. En épocas más recientes, ganó impulso con las primeras leyes sobre igualdad de derechos promulgadas en los años sesenta, y con las campañas medioambientales de los setenta. Uno de los casos más trascendentes de aplicación de exclusiones data de la década de 1970, cuando muchas empresas se negaron a invertir en Sudáfrica debido a su régimen de apartheid.
Pasó a la escena global en 1987, cuando la Comisión Mundial para el Medio Ambiente y el Desarrollo de la ONU (la Comisión Brundtland) publicó su informe titulado «Nuestro futuro común», poniendo de manifiesto el consumo incontrolado de recursos naturales, que en aquel momento mostraba su lado más sangrante en la deforestación masiva. El documento será recordado además porque en él se acuñó el término «desarrollo sostenible», con el objetivo explícito de animar a los mercados emergentes a evitar la destrucción del medio ambiente en su búsqueda de crecimiento económico.
Al definir el significado de esta nueva expresión, la presidenta de la Comisión, Gro Harlem Brundtland, escribió: «La humanidad tiene la capacidad de generar un desarrollo sostenible que garantice la satisfacción de las necesidades del presente sin comprometer la capacidad de las generaciones futuras de satisfacer sus propias necesidades».