“La crisis económica derivada del coronavirus es atípica”, asegura Hans Bevers, economista jefe de Bank Degroof Petercam. Puesto que nos enfrentamos a un un shock negativo, tanto por el lado de la oferta como de la demanda, sectores enteros de la economía y la sociedad fueron paralizados, desde enero en China y desde mediados de marzo en Europa y Estados Unidos, para contener la propagación del virus.
“La situación es claramente diferente a la generada tras la Gran Depresión de los años 30 o la Gran Recesión de 2008-2009. Entonces, la economía se vio muy afectada por los riesgos que se habían acumulado a lo largo de los años en el propio sistema financiero”, señala Bevers.
En este sentido, y puesto que nos enfrentamos a un shock provocado por un virus, las economías de la mayoría de los países están sufriendo una caída sin precedentes como consecuencia. Para los sectores más orientados al consumo, como el turismo, el comercio minorista, la restauración y el entretenimiento, el golpe es, según Bevers, “particularmente duro”. Además, esta crisis también se caracteriza por su carácter global y altamente incierto. “Las pandemias no respetan fronteras y el comportamiento del virus sigue siendo muy impredecible. Esta incertidumbre también tiene un gran impacto en la confianza de los hogares y las empresas”, añade el economista.
Según el escenario base del FMI, la actividad económica mundial se contraerá un 4,9% este año. Para la zona euro, se prevé una contracción del 10,2%. Sin embargo, Bevers apunta a que “hay una posibilidad real de que estas previsiones se revisen a la baja”.
Por otro lado, la mayoría de los pronósticos prevén un claro repunte de la actividad económica en 2021. El FMI espera que la economía mundial crezca casi un 5,4% el próximo año. Para la zona euro, el consenso es del 6,3%. “Aunque el punto de partida es mucho más bajo después del fuerte impacto inicial y el margen de recuperación es, por lo tanto, mucho mayor”, apunta el experto. No obstante, también señala que la incertidumbre es aún mayor de lo habitual, aunque es razonable esperar que las cifras de PIB vuelvan a ser positivas en el segundo semestre del año. “De hecho, la recuperación ya ha comenzado, ya que la relajación gradual de las medidas de confinamiento implica que la actividad económica también se recuperará, pasará mucho tiempo antes de que la economía funcione a pleno rendimiento”, asegura Bevers.
Debido a la gradual relajación de las medidas, el aumento del desempleo y la continua incertidumbre, Bevers asegura que los hogares y las empresas consumirán e invertirán poco. Además, el riesgo de una nueva ola de contagios es alto. “En espera de una vacuna – se prevé que pasen al menos otros 12 meses antes de que pueda ser administrada a gran escala – la economía seguirá debilitada. O en palabras de Bill Gates: ‘La humanidad vencerá esta pandemia. Pero sólo cuando la mayoría de la población esté vacunada. Hasta entonces, la vida no volverá a la normalidad’. Esto se hace eco del mensaje del mundialmente conocido virólogo belga Peter Piot. Pero incluso en este caso, es de temer que, mientras tanto, el tejido económico pueda quedar dañado”, advierte Bevers.
En lo referente a la inflación, Bevers apunta a que el razonamiento es que la combinación de una fuerte recuperación de la demanda, la reducción de la oferta y las políticas fiscales y monetarias muy expansivas de los gobiernos y los bancos centrales harán que los precios se disparen, sin embargo, asegura que, “por el momento, esta no es la principal preocupación”.
Asimismo, el desempleo ha aumentado considerablemente en la mayoría de los países. Como resultado de la pérdida de poder adquisitivo y de la continua y débil demanda de bienes, servicios e inversiones, el economista advierte que es probable que predominen las fuerzas deflacionarias. “¿Qué hay de los programas de liquidez masiva de los gobiernos y los bancos centrales? Por el momento, no se trata tanto de medidas de estímulo como de medidas transitorias para mitigar la pérdida de ingresos y salvaguardar el acceso a la financiación en la medida de lo posible”, añade Bevers.
En lo que respecta a los programas de flexibilización cuantitativa (QE, por sus siglas en inglés), el experto asegura que “es esencial distinguir entre la base monetaria por un lado y la oferta monetaria por otro”. Cuando un banco central compra activos financieros, aumenta la base monetaria. Pero la oferta monetaria total en circulación no aumenta en la misma medida. Esta última depende principalmente de los préstamos bancarios a la economía real. “Y cuando las perspectivas económicas son débiles, también lo es la demanda de préstamos. Mientras la economía no opere a pleno rendimiento, probablemente tengamos que preocuparnos más por las fuerzas deflacionarias que por las inflacionarias”, asegura.
“No obstante, no queremos minimizar el riesgo de una mayor inflación a largo plazo”, destaca Bevers. Esto se debe principalmente al gran número de bonos adicionales que los gobiernos han emitido recientemente, combinado con la expectativa de que los bancos centrales mantengan sus tipos de interés clave en torno al 0% durante mucho tiempo.
Del mismo modo, la importante caída de los ingresos fiscales y el fuerte aumento del gasto público para preservar mejor la resistencia de la economía durante el período de confinamiento ha dado lugar a que los presupuestos públicos se vean abocados a la desaparición, así como a un aumento significativo del coeficiente de deuda (deuda pública como porcentaje del PIB). Sin embargo, Bevers asegura que no hay motivo para preocuparse indebidamente en este respecto. “Esto se debe a que la sostenibilidad de la deuda pública está determinada más por la dinámica de la deuda pública, que por el nivel del coeficiente de deuda”, añade.
Así, mientras el tipo de interés de la deuda pública sea inferior a la tasa de crecimiento nominal (la suma del crecimiento real y la inflación), la relación de la deuda siempre evolucionará hacia un nivel estable. Si el déficit primario (es decir, el déficit público excluyendo los gastos de intereses de la deuda) también disminuye, la proporción de la deuda pública se reducirá gradualmente, sin que el gobierno tenga que aumentar los impuestos o reducir el gasto. “La prioridad máxima es la recuperación de la actividad económica. El ahorro público prematuro, es decir, antes de que la actividad económica y el mercado laboral hayan recuperado velocidad de crucero, sería una idea realmente mala”, advierte el economista.
Por otra parte, Bevers señala que tendría sentido aumentar la proporción de inversiones destinadas a mejorar la productividad. Esto incluye la inversión en infraestructura, movilidad, educación e innovación. “Hay estudios que demuestran que esas inversiones pueden realmente impulsar el potencial de crecimiento de la economía. Sin embargo, queda por ver hasta qué punto los políticos actuarán realmente en base a estas ideas”, afirma.
Por último, a la hora de determinar si esta crisis está cambiando las perspectivas económicas a largo plazo, Bevers advierte que aún es difícil hacer predicciones: “Es probable que tras este shock económico históricamente grave se produzca una larga y difícil recuperación socioeconómica. La actividad económica puede tardar varios años en volver a recuperar su potencial. Nuestro escenario base contempla un crecimiento económico modesto, baja inflación y tipos de interés reales muy bajos o negativos”, afirma el experto. Además, señala que es muy probable que esta crisis refuerce y acelere una serie de tendencias, como el teletrabajo, la implantación de aplicaciones digitales y una mejor planificación del uso de espacios físicos.
Asimismo, el experto señala que esto podría producirse en otras áreas, como las tensiones geopolíticas y la polarización de las relaciones sociales o la desigualdad. “Parece existir un riesgo real de que esta pandemia dé un impulso adicional a la desglobalización que ya ha comenzado”, asegura Bevers. Las nuevas tecnologías, el populismo, las tensiones comerciales y la mayor conciencia sobre el calentamiento global han hecho que las empresas occidentales piensen desde hace tiempo en si pueden acercar su producción. Por ello, el economista señala que esta pandemia intensificará la atención a los riesgos de la cadena de suministro mundial y fomentará la reducción de la dependencia de las empresas de países lejanos. Como resultado, Bevers afirma que las cadenas de suministro se harán más regionales para ser menos propensas a las interrupciones.
No obstante, Bevers asegura que esto, en sí mismo, no tendría por qué ser negativo. Al menos, si es gradual y controlado. “El riesgo de una reacción exagerada y una mayor tendencia hacia el proteccionismo es real. Además, la actitud irresponsable de Estados Unidos en muchas instituciones multilaterales está conllevando que China trate de obtener una influencia geopolítica adicional. En cualquier caso, no parece haber una fuerte coordinación internacional, sino todo lo contrario”, añade Hans Bevers.