La crisis energética desatada por la guerra de Ucrania y la lucha contra la inflación han centrado los debates en los últimos meses, pero existe otro sector que está sufriendo un fuerte impacto y que en ocasiones puede perderse de vista: la seguridad alimentaria, señala en un reciente pódcast Agne Rackauskaite, gestora del BNP Paribas SMaRT Food.
“Veo la seguridad alimentaria en las noticias casi todos los días. Si vive en el Reino Unido, por ejemplo, probablemente habrá visto los recientes titulares sobre la escasez de frutas y verduras frescas, en los que algunos supermercados han anunciado que pondrán límites a la cantidad de pepinos y tomates que se pueden comprar. Esto se debe principalmente a que los agricultores se han visto obligados a dejar de explotar sus invernaderos debido a los elevados costes energéticos”, explica Rackauskaite.
El tema de la seguridad alimentaria lleva años cobrando importancia y han confluido varios factores que han agravado el problema, empezando por la pandemia, que por ejemplo obligó a cerrar mataderos y plantas de procesamiento de carne por ser focos de Covid. La guerra de Ucrania interrumpió la producción y el flujo de materias primas, no sólo cereales y oleaginosas, sino también insumos como fertilizantes, piensos y combustible, porque tanto este país como Rusia son grandes exportadores de estos productos. A ello hay que añadir unos fenómenos meteorológicos cada vez más extremos que han afectado al rendimiento de las cosechas, añade la experta.
Y alerta: “El Banco Africano de Desarrollo calcula que la caída en el uso de fertilizantes va a provocar un descenso del 20% en la producción de alimentos en esa región. El cambio climático es otra gran amenaza, casi existencial. Las perturbaciones climáticas y los fenómenos meteorológicos extremos son el doble que hace 20 años”.
Las implicaciones para la producción de alimentos
Rackauskaite recuerda que en la definición del Banco Mundial, la seguridad alimentaria no trata sólo de tener acceso suficiente a los alimentos, sino también de garantizar que sean seguros y nutritivos, algo que ha ido en declive sobre todo en los países menos desarrollados. “Es importante recordarlo, porque aumentar simplemente la producción de alimentos mediante métodos convencionales no es necesariamente la respuesta. Tenemos que pensar de forma más holística”, advierte.
Hasta el momento, la respuesta que se ha visto de parte de los gobiernos, sobre todo de los países que dependen de importaciones, es el aumento del proteccionismo alimentario. “En las semanas que siguieron a la invasión rusa de Ucrania, varios países introdujeron restricciones a la exportación de piensos y productos alimentarios”, dice.
Además del proteccionismo, se están observando procesos de nearshoring y de relocalización, pero esto puede funcionar bien en algunos países más ricos, no así para la mayoría de los habitantes de África, que no tienen el clima ni los recursos para una producción nacional a gran escala. Ha habido algunos ejemplos a pequeña escala con el uso de nuevas tecnologías en países de Oriente Medio o Singapur, que ha empezado a invertir en carne cultivada.
Oportunidades de inversión
Rackauskaite destaca que si bien no existe una solución única ni fácil, la buena noticia es que “hay muchas soluciones diferentes en todos los eslabones de la cadena de valor agrícola y alimentaria para ayudar a resolver este problema tan importante”. Hay algunas oportunidades tecnológicas interesantes, pero su impacto global puede ser limitado, como la agricultura vertical, muy prometedora por ejemplo con hierbas y verduras de hoja verde, pero no para la agricultura a gran escala, como los cereales.
“Cuando se consideran los aspectos económicos para lograr un impacto a gran escala, a menudo es mejor buscar soluciones más sencillas. Un ámbito en el que podemos tener un impacto significativo es el de las cadenas de suministro y la logística”, destaca. Por ejemplo, los equipos de manipulación de cereales y almacenamiento en cadena de frío, así como la tecnología agrícola de precisión.
Y otro punto importante es la lucha contra el desperdicio de alimentos. “Alrededor de un tercio de todos los alimentos que producimos se desperdicia”, señala, ya será en las granjas, los supermercados o por los propios consumidores. “Pensamos que es posible abordar el desperdicio de alimentos en todas las etapas de la cadena de valor. Las empresas ya están reduciendo el nivel de desperdicio, de manera directa e indirecta, a través de sus productos y soluciones”, asegura la experta.
La eficiencia en el uso de los recursos constituye uno de los principales pilares de la transición hacia una economía mundial más sostenible. Dada la enorme huella medioambiental del sector alimentario, la mejora de las prácticas de desperdicio de alimentos puede contribuir en gran medida al cumplimiento de los objetivos de reducción de emisiones y a la reducción del impacto ecológico de la agricultura.
“En nuestra opinión, las empresas que hacen frente al desperdicio de alimentos y actúan con transparencia al respecto podrán adaptarse mejor a la evolución de la legislación y la normativa que exigen unos estándares más elevados en los mercados desarrollados”, señala. Y concluye: “Vemos oportunidades de inversión a largo plazo en aquellas empresas que ofrecen soluciones eficaces a este problema. Las compañías líderes cuyos productos o servicios reduzcan el desperdicio de alimentos y mejoren la eficiencia estarán bien posicionadas para beneficiarse de la aceleración de la transición hacia la sostenibilidad, y para contribuir a ella”.
Puede escuchar el pódcast completo (en inglés) en este enlace y profundizar en el tema de cómo reducir el desperdicio de alimentos en este análisis.