El periodo anterior a la crisis financiera de 2008 se llegó a conocer como la Gran Estabilidad. Gracias al crecimiento económico y la inflación, la economía parecía bastante estable. Puede que existiese una parte de suerte, ya que no se produjeron grandes shocks, pero, sin duda, las buenas políticas tuvieron algo que ver. En su informe “Creative Disruption”, BNP Paribas AM analiza el papel de los bancos centrales. Ahora que ha llegado la etapa de la Gran Inestabilidad, los políticos no convencionales podrían recuperar el poder de la política monetaria y dejar a los legisladores “a la deriva”.
Los bancos centrales ayudaron a domesticar el ciclo comercial y lograr la estabilidad de precios antes de la crisis. Gran parte se debió al contexto, con expertos independientes guiando las políticas. Dado el sólido desempeño macroeconómico, políticos y votantes no tuvieron problema en dejar los elementos clave de la política económica en manos de esos expertos.
“Sin embargo, la crisis supuso un shock profundo y perjudicó al consenso, generando un giro fundamental en el equilibrio del poder entre las autoridades electas y las independientes”, asegura el jefe de investigación macro de BNP Paribas AM, Richard Barwell. A la hora de restaurar la estabilidad, los políticos vieron a los banqueros centrales como la única alternativa posible. La economía global necesitaba un estímulo significativo, pero la mayoría de los ministros de finanzas decidieron no apoyar la actividad recortando impuestos o aumentando el gasto.
Con la política fiscal al margen, los banqueros centrales tuvieron que asumir la carga pesada y cuando los tipos de interés oficiales llegaron a cero tuvieron que implementar medidas poco convencionales, llevándolos a terreno negativo y lanzando programas de compras a gran escala.
Los banqueros centrales: ¿agentes del aumento de la desigualdad?
Pese a que aquellas acciones generaron una recuperación sostenida, arrastraron a los bancos centrales a la escena política y algunos políticos les acusaron de haberse excedido en su mandato, mientras que otros señalaron que no se había hecho lo suficiente. En el informe, Barwell señala que las inevitables consecuencias redistributivas de los tipos negativos y las compras de activos los convirtieron en agentes de la creciente desigualdad.
“La crisis forzó a los banqueros centrales a volver a implicarse con la estabilidad financiera y los puso en el punto de mira”, afirma. La banca fue ayudada con préstamos a muy largo plazo y en la Eurozona se tejió una red de seguridad debajo del mercado de bonos soberanos. Con todo, apunta, los bancos centrales asumieron la responsabilidad del régimen micro-prudencial anterior a la crisis, así como de la nueva política macro-prudencial.
Pero la responsabilidad de alcanzar la estabilidad tras una crisis financiera terminó siendo “un regalo envenenado”: tuvieron que encontrar un equilibrio entre ir demasiado deprisa –restringiendo el crédito y retrasando la recuperación- o demasiado despacio –dejando la economía vulnerable ante otra crisis-.
Barwell recuerda que a esto se sumaron otros aspectos de no menos complejidad: el impacto acumulado en las finanzas públicas de la depresión de la actividad y el coste de los estímulos de emergencia fueron severos. Los ministros de finanzas se sintieron obligados a iniciar la consolidación fiscal, pero, una década después, la política de austeridad se ha vuelto muy controvertida. “La ciudadanía siente que pagó el precio de la crisis mientras que aquellos que la causaron quedaron impunes”, asegura.
El consenso pro-globalización y pro-mercados también está en peligro, advierte Barwell. La causa fundamental es similar en todos los países (un gran número de votantes protestando contra la presión sostenida sobre las condiciones de vida), pero la naturaleza de las reacciones es distinta.
El Brexit pudo haber sido impulsado por el rechazo a la inmigración, pero quienes lo promovieron defendieron que permitiría lograr un mayor comercio con economías low-cost. Por el contrario, Donald Trump se ha erigido contra las dos caras de la globalización: el flujo de bienes y el de personas.
“Actualmente, existe una tregua frágil entre los banqueros centrales y los políticos a los que deben rendir cuentas”, apunta el informe. Sigue habiendo incentivos para que los segundos consideren a los primeros la única alternativa ante la próxima crisis, pero los bancos centrales son cada vez más conscientes de los efectos secundarios de una política poco convencional y temen ser considerados demasiado estrictos.
En el ámbito fiscal, hay poco margen de maniobra, con elevados niveles de deuda, bajo apoyo para la consolidación y un incremento de la presión demográfica en las finanzas públicas. Barwell afirma que, si los agentes no electos deciden no actuar ante la próxima crisis, los políticos podrían recuperar el timón del poder monetario.
“Los políticos no convencionales aguardan entre bastidores, dispuestos a contemplar soluciones incluso más extremas”, declara. El proteccionismo ha sido normalizado como política. La restructuración, la inflación y la represión financiera no pueden ser descartadas como soluciones para gestionar una deuda pública insostenible.
“Cambios fundamentales en impuestos y beneficios –con un sistema mucho más progresivo para financiar una renta básica universal- de repente parecen viables”. Los políticos no convencionales podrían apostar por una reforma total de las instituciones del mercado laboral y una legislación antimonopolios para aislar a los trabajadores de las consecuencias de una disrupción creativa.
La Gran Estabilidad ha sido sustituida por la Gran Inestabilidad. El riesgo de un cambio disruptivo radical parece alto, sentencia Barwell.