Lo expansivo de la política monetaria y fiscal, el fuerte crecimiento en la masa monetaria y el temor a perderse el rally han empujado al inversor profesional a incrementar el perfil de riesgo de su cartera, contagiándose en parte del populismo que ha invadido Wall Street.
Los gestores de fondos se apoyan en el argumento de la rentabilidad relativa (cuyo riesgo más claro explicamos aquí), usando las tasas de interés -artificialmente comprimidas por los grandes bancos centrales- para justificar múltiplos de valoración muy exigentes. Por su parte el inversor minorista se ve arropado por el “instinto de manada” que le proporciona Reddit y por la solidez de la tendencia alcista que comenzó en 2009 y que por fin le dio la confianza suficiente para aprovechar la oportunidad de entrar en 2020.
Eventos como el auge y caída de GameStop (y otros desgranados aquí), la rentabilidad de los bonos High Yield (USD) por debajo del 4% por primera vez en la historia de la serie, o la inclusión en el S&P 500 de los títulos de un fabricante de vehículos eléctricos que cotiza a más de 159x P/E 2022 y que acaba de invertir un buen pico de su tesorería en criptodivisas, muestran la pérdida de relevancia del análisis fundamental en las decisiones de inversión.
Establecer con una mínima exactitud la longevidad de este tipo de mercados es imposible, pero lo que sí nos muestra la historia es que son los eventos que obligan al inversor a ajustar su percepción del riesgo los que acaban por sacarle de su plácido sueño obligándole a volver a prestar atención a criterios mas tradicionales de selección de activos (valoración).
Muchas veces estas sorpresas son de carácter geopolítico; a pesar del nivel de especialización que ha alcanzado nuestra industria, al mercado sigue costándole descontar adecuadamente este tipo de sucesos. Como explica Marko Papic en su (muy recomendable y ameno) primer libro, Geopolitical Alpha, “las preferencias son una opción sujeta a restricciones, mientras que las restricciones ni son una opción ni están sujetas a preferencias”; los programas son deseos políticos que no siempre se cumplen y el no tener presente esta premisa ha llevado al mercado a tropezar recurrentemente (Grexit, Brexit, “Make America Great Again”, por poner algunos ejemplos recientes).
Con argumentos de sobra para apostar por un dólar a la baja y un desequilibrio demanda-oferta de petróleo en el medio plazo, el precio del barril de crudo puede ser un factor disruptivo para la bolsa si su precio sufre el impacto de imprevistos.
En 2015 el gobierno de Obama decidió formar parte del Plan de Acción Integral Conjunto (JCPOA). Los estadounidenses buscaban diluir la presencia de tropas en Oriente Medio coincidiendo con la consecución de la “independencia energética” (en 2016 EE.UU. alcanzó la autosuficiencia en abastecimiento y en 2019 gozó por primera vez de un excedente de producción) y liberar recursos para enfrentar la amenaza comercial y militar que suponía el auge de China en el sudeste asiático. La firma del acuerdo tenía sentido político porque el americano medio se mostraba reacio a embarcarse en nuevos conflictos y militar porque la guerra de Iraq desgastó los apoyos de EE.UU., pero implícitamente asumía la hegemonía de Teherán al crearse un vacío de poder en el Golfo.
En 2018 Trump abandonó el JCPOA e impuso nuevas sanciones buscando un trato más ventajoso, para él y sus socios. La preferencia de Biden es volver al status quo a pesar de haber adoptado dos iniciativas que pueden ser contraproducentes: eliminar a los hutíes que luchan en Yemen de la lista de organizaciones terroristas y suspender los apoyos a Arabia Saudí en la guerra yemení.
Así, aumentan las restricciones para revivir el JCPOA. La alianza israelí-suní (Israel y los EAU, apoyados por los Acuerdos de Abraham), difícilmente aceptará ahora ningún tratado que ponga fin a las sanciones sin antes aumentar materialmente no solo los controles sobre el programa nuclear sino también sobre otras amenazas no-nucleares; estas dos decisiones facilitan a Irán ampliar su área de influencia (Iraq, Libia, Siria) a Yemen, que goza de una localización estratégica destacada en Oriente Medio, y ponen en alerta al gobierno de Netanyahu. La disminución de efectivos militares estadounidenses en la zona y lo avanzado del programa nuclear iraní complican aún más el acuerdo haciendo improbable que Irán incremente sus exportaciones en ~1,2 millones de b/d de crudo.
Y llueve sobre mojado porque otras cuatro propuestas radicales del presidente demócrata pueden potenciar la inercia en el precio del petróleo:
- La orden ejecutiva que suspende el arrendamiento de terrenos de propiedad federal para la producción de petróleo y gas.
- La moratoria en el arrendamiento para extracción de petróleo y gas en el Refugio Nacional de Vida Silvestre del Ártico de Alaska, revirtiendo la acción del Congreso tomada en 2017.
- Suspensión de las autorizaciones relacionadas con los combustibles fósiles en tierra y en el mar durante 60 días.
- Cancelación del programa Keystone XL, cuyo objetivo era poder trasladar 830.000 b/d de fuel pesado desde Alberta (Canadá) al medio oeste de EE.UU. para ser refinado y posteriormente exportado; en el medio plazo, menos oferta.
Aunque los managers de las petroleras, entre otras las de mayor exposición a propiedad federal (ConocoPhillips, Occidental o EOG) se apresuraron para obtener nuevos permisos ante el cambio de gobierno, a medida que expiren los contratos de arrendamiento actuales y se ralentice la exploración, EE.UU. perderá anualmente más de 300.000 b/d de producción. Con el negocio de esquisto habiendo caído en volumen desde los máximos de 2017, y teniendo en cuenta que la gran mayoría de las importaciones estadounidenses provienen de Canadá (que exporta el 98% de su producción a EE.UU.), Biden se verá obligado a compensar -con riesgo- apoyándose en productores menos afines ideológicamente como Venezuela.
No olvidemos que la caída en producción de crudo los últimos 12 meses es comparable a la registrada en 2008 y se une al retiro de 1 millón de b/d de oferta instrumentado por la OPEC 2.0.
Asimismo, el número de plataformas petroleras (295) es el más apretado de los últimos 11 años; esta serie es especialmente útil como indicador contrario de la tendencia en precio del barril al coincidir puntos de inflexión desde mínimos con fuertes recuperaciones en la cotización del WTI (mezcla West Texas Intermediate). Finalmente, la semana pasada los futuros sobre el petróleo que se entregará el próximo mes costaban ~5 dólares más por barril que los contratos para el crudo que cambiará de manos en marzo de 2022, la mayor prima para los contratos del primer mes desde el inicio de la pandemia y otro indicador adelantado de la dirección de la tendencia a corto plazo.
Por todo lo anterior, y si apuestan por un repunte en expectativas de inflación, además de oro y plata, el petróleo puede ayudarnos a compensar riesgos potenciales.