El camino de vuelta hacia una economía a niveles pre-crisis va a ser largo y desigual, pero las noticias de la vacuna hacen esperar que, sobre todo en la segunda mitad del año, el impacto del coronavirus sea desplazado por el esperado crecimiento. Amundi pronostica que este se verá impulsado por la rotación hacia cíclicos value de calidad y la recuperación de los países emergentes, donde ve buenas oportunidades de inversión, especialmente en algunos países de Asia. Además, subraya que el creciente interés de los inversores por la dimensión social de la ESG permitirá luchar contra la desigualdad, que se ha visto exacerbada por la pandemia.
Hasta que las vacunas no empiecen a surtir efecto, los confinamientos se mantendrán en todo el mundo, prolongando la coyuntura actual de bajo crecimiento y mínima inflación, así como las políticas monetarias y fiscales dirigidas a apoyar la economía y los mercados. En el evento de perspectivas de Amundi para 2021, la directora global de análisis, Monica Defend, apuntó que existen oportunidades en las rotaciones del mercado generadas por lo que va a ser una recuperación «a diferentes velocidades», por lo que habrá que ser muy selectivos.
«Los países asiáticos van a ser los protagonistas, convirtiéndose en un importante motor del crecimiento global. Además, sus divisas deberían ganar momentum frente al dólar estadounidense», afirmó. Esto se debe también al impacto de la pandemia, que ha provocado que estas regiones hayan reducido su dependencia del comercio global y apostado por la demanda interna. Por ello, recomendó incrementar la diversificación en las carteras para aprovechar las oportunidades.
Mientras, reveló que uno de los riesgos que más les preocupan es la vulnerabilidad del sector corporativo, especialmente de aquellas empresas que se han visto muy impactadas por la pandemia y cuyos fundamentales seguirán deteriorándose en 2021. A esto se une el encarecimiento de algunos sectores, que ha generado el comienzo de una burbuja tecnológica que es importante vigilar de cerca. «Por eso, lo mejor es mantener el equilibrio y centrarse en los balances de las empresas en cartera», recomendó.
Asimismo, hizo hincapié en la necesidad de que los inversores mantengan la liquidez en sus carteras para poder hacer frente a posibles disrupciones; y advirtió del riesgo que pueden suponer los tipos de interés y la inflación -ambos a niveles muy bajos- a más largo plazo.
Teniendo esto en cuenta, el CIO de Amundi, Pascal Blanqué, apuntó que hay ciertas tendencias marcando ese camino hacia la recuperación. Una de ellas es la rotación hacia el value cíclico de calidad. Dentro de la renta variable, la gestora apuesta por aquellas temáticas que se benefician de un entorno post-COVID-19, como la salud, la telemedicina, el comercio electrónico o la ciberseguridad. En su opinión, lo ideal es centrarse en la calidad y en retomar la diversificación geográfica, teniendo también en cuenta que aquellos valores caros no van a hacer otra cosa que encarecerse más.
«En renta fija, la clave es gestionar la rentabilidad versus la calidad versus la liquidez. La liquidez es tu amiga y no un impedimento para obtener rendimientos», afirmó. Asimismo, a nivel de composición de cartera, destacó los bonos emergentes o los activos reales para la generación de rentas a largo plazo.
La «S» toma la ESG
Desde que la ESG empezó a tener un impacto financiero real, hacia 2014, el componente social ha tendido a quedarse por detrás del medioambiental y el de gobernanza. Sin embargo, desde 2018, ha ido ganando terreno y, con el impacto de la pandemia y el consiguiente aumento de la desigualdad el pasado año, la conciencia de los inversores hacia esta dimensión social ha repuntado de forma evidente.
Según la directora de inversión responsable de Amundi, Elodie Laugel, el vínculo entre las problemáticas sociales y el mundo económico-financiero es directo: «Reducen la resistencia de los países, generan políticas proteccionistas, suponen un obstáculo para el crecimiento y amenazan la estabilidad del sistema financiero, por lo que sus implicaciones macroeconómicas están bastante claras». Además, a nivel corporativo, los aspectos sociales influyen en las valoraciones de los activos y la productividad de determinadas empresas, aseguró.
Por ello, en su opinión, lo primero que deben hacer los gestores de activos es priorizar esa dimensión social en sus políticas de «engagement» con las empresas en las que invierten e integrarla de forma clara en su proceso de inversión. «Así pueden analizar cómo están distribuyendo valor las compañías, qué políticas de diversidad implementan y cómo contribuyen a las finanzas públicas de los países en los que operan», subrayó.
Además, para los inversores más enfocados a la ESG, destacó la existencia de los bonos sociales, con los que directamente se financian empresas que contribuyen a proyectos que fomentan el empleo, la salud o la educación, entre otros. «Incluso pueden contribuir a la resolución de la crisis provocada por la pandemia con estas inversiones», dijo antes de señalar que, por ello, en 2020, hubo un incremento de 140.000 millones de dólares en emisiones de bonos sociales.
Todo ello refleja que se trata de un mercado pequeño, «pero en auge» y, que, a juicio de Laugel, permite también mitigar el impacto de las problemáticas sociales en la cartera e implementar una nueva forma de construir «resiliencia» para el crecimiento económico.