Los mercados atravesaron una zona de turbulencias en octubre. Los activos de riesgo sufrieron una ola de ventas masivas, acusando el impacto de los riesgos geopolíticos: la guerra comercial entre China y Estados Unidos, el Brexit y la propuesta presupuestaria del gobierno italiano. Según apunta Keith Wade, economista jefe y estratega de Schroders, a finales de octubre el índice S&P 500 había perdido las ganancias del año, mientras que el índice Eurostoxx 50 había perdido un 10% y el índice de mercados emergentes un 14%, en lo que va de año. El mercado de bonos no ha tenido un año particularmente bueno, pero la diferencia con el rendimiento obtenido en renta variable hace que el índice Credit Suisse Global Risk Appetite, que indica el nivel de apetito por el riesgo, esté próximo a los niveles de pánico.
Los medios de comunicación han dedicado mucha atención a tratar de averiguar las causas detrás de la corrección de octubre. Sin embargo, desde Schroders señalan que los miedos sobre la guerra comercial, o sobre el posible abandono o no de algún miembro de la eurozona han estado en los mercados desde hace algún tiempo.
Para la gestora, el motivo más verosímil detrás de la reciente volatilidad son los recientes comentarios de las empresas estadounidenses sobre sus proyecciones de crecimiento en materia de resultados para el nuevo año. Por ejemplo, la empresa Caterpillar, a menudo vista como un referente global, expresó cautela sobre la perspectiva económica citando el incremento de los aranceles. Mientras que, otra firma industrial, 3M, ha recortado sus previsiones en beneficios para este año culpando la fortaleza del dólar. Cuando esto se combina con unos comentarios y resultados trimestrales algo decepcionantes por parte de Amazon y Alphabet – empresa matriz de Google -existe la sensación de que se ha alcanzado un pico en términos de crecimiento de los beneficios.
Además, Keith Wade recuerda a los inversores que el aumento esperado de la volatilidad, que ha sido uno de los temas de la gestora de este año, es una consecuencia del endurecimiento de las políticas monetarias y un desafío para los mercados que deben batir unas expectativas elevadas.
“Después de las sorpresas positivas en el crecimiento de los beneficios en 2017, los inversores elevaron sus estimaciones y por eso se han visto más sorpresas a la baja en este año. En el lado de la liquidez, la Reserva Federal de Estados Unidos ha indicado que las tasas de interés son neutrales, pero sigue mostrando pocas señales de que el ciclo de subidas se haya acabado. Mientras tanto, el ajuste cuantitativo continúa a buen ritmo, con la Fed incrementando su programa de reducción de balance a 50.000 millones de dólares por mes en octubre. Por su parte, el Banco Central Europeo (BCE) ha comenzado a reducir su balance y ha confirmado que finalizará su programa de compras en diciembre. Mientras tanto, hay más señales que indican que el Banco de Japón (BoJ) está reduciendo sus compras de bonos del gobierno. Claramente esta reducción de la liquidez sigue siendo una característica que seguirá avanzando, por eso Schroders se centra en las perspectivas de crecimiento y en ver si se podrían repetir las condiciones que llevaron a una recuperación sincronizada en 2017. Un crecimiento más fuerte disiparía las preocupaciones sobre el crecimiento de los beneficios para el próximo año y si son ampliamente apoyadas, podrían impulsar una rotación del mercado lejos del dólar estadounidense, hacia otros mercados de renta variable distintos de Estados Unidos”, comenta.
Mirando de reojo la hoja de ruta de Trump
Según apunta Schroders, su indicador global de crecimiento, un mejor pronosticador de puntos de inflexión en la economía mundial que el índice de pánico, permanece sólido. Sin embargo, después de la sincronización experimentada en 2017 por parte de las principales economías globales, éstas se han desacompasado en 2018. Estados Unidos ha continuado siendo el motor, pero el crecimiento en el resto de los países ha sido más deslucido.
Con este telón de fondo, los gobiernos están comenzando a mirar de reojo la hoja de ruta de Trump en materia de política fiscal. China ha anunciado recortes de impuestos, eliminando las tasas de impuestos sobre las rentas e incrementando las deducciones fiscales, lo que beneficiará a los hogares en unos 500.000 o 600.000 millones de renminbi (un 0,5% del PIB). Se habla de que habrá mayores reducciones de impuestos en las ventas de automóviles, IVA e impuestos corporativos.
En Europa, la política fiscal alemana debería ser modestamente expansiva en el próximo año, y por supuesto, Italia ha anunciado una política fiscal más orientada al crecimiento, contraria a las reglas de la Comisión Europea en Bruselas. Por su parte, Reino Unido ha anunciado un presupuesto fiscal más relajado y donaciones fiscales que incrementarán el nivel de deuda anual como porcentaje del PIB por primera vez desde 2009 – 2010. Mientras tanto, Japón ha anunciado un presupuesto adicional tras los desastres naturales a los que se enfrentó el país y existe un debate sobre cómo contrarrestar el impacto de un mayor impuesto al consumo en 2019, con un mayor gasto en educación preescolar y otras medidas.
También es posible que se vea un mayor apoyo fiscal en Estados Unidos. Se espera que una vez los demócratas retomen el control de la Cámara de Representantes en las elecciones de medio término, y el subsecuente bloqueo de los republicanos que mantienen el control sobre el Senado, haya pocas perspectivas de que el presidente pase nuevos recortes en materia de impuestos. Sin embargo, es posible que los demócratas se vean persuadidos para apoyar el gasto en nueva infraestructura, algo que han favorecido en el pasado.
De cara al futuro, se podría esperar un incremento de la presión en los gobiernos para implementar políticas fiscales que den apoyo a un crecimiento indeciso. Con los bancos centrales centrándose en la normalización de la política monetaria, los gobiernos tendrán que incrementar su participación dando soporte al crecimiento. Para los inversores, esto marcaría un profundo giro desde la opción ‘put’ de las políticas tradicionales de los bancos centrales a una situación menos flexible y más dependiente de las complejidades políticas.